CAPÍTULO
XXIII
Enrico
Cacciatore de forma constante en su mente, y un deseo profundo de
cortar tajantemente con todo lo que no fuera su familia. Había
comprobado varias veces en la vida cómo el instinto y su intuición
femenina le habían anticipado los peligros que le acechaban, y esta
era una de esas ocasiones.
-Umberto,
tengo problemas en el trabajo -mintió con naturalidad.
-¿Graves?
No
supo bien por qué hizo esa pregunta. Evidentemente si hablaba de
ello era porque los consideraba lo suficientemente importantes para
decírselo; pero lo que más le extrañó fue que era la primera vez
que ella realizaba un comentario de este tipo. A Violeta le llamó la
atención la tranquilidad con que recibió él su confesión. Nada
que ver con la desestabilización que le habría producido tiempo
atrás.
-Sí,
bastante graves, pueden cambiar nuestra vida -Umberto siguió
tranquilo, aunque pensativo-, sobre todo la mía. -La persistente
imagen de un Enrico sonriente y seguro le provocaba desasosiego.
-Violeta,
si cambia tu vida, cambia la de todo este hogar.
Le
agradeció infinitamente esa respuesta, le dio fuerza, calor, ánimo.
Le reconfortó escuchar la palabra ¨Hogar¨, nunca la habían
utilizado, pero esa sensación le duró solo unos segundos.
-¿Has
hecho algo ilegal?
De
nuevo sorprendida, esta vez por la pregunta, y aunque era evidente el
enfoque de esta, a Violeta le vino de inmediato a la mente su hijo
Paolo. Sus ojos mostraron inseguridad.
-¡¿Quién,
yo...?! -Paró un instante, quiso borrar la imagen de aquel hombre de
su cabeza, pero no pudo-. No..., no.
-Entonces
no debes ponerte nerviosa.
-No
lo estoy.
-Sí
lo estás.
Violeta
suspiró y se lo pensó. Lo vio fuerte, capaz de aguantar. Estuvo
tentada de decir la primera palabra, la primera frase que no tendría
vuelta atrás, sincerarse con él, no engañarlo por más tiempo,
decirle..., explicarle cómo le oprimía el pecho cada vez que algo
le recordaba su error. No pasó ni un solo día que no se le viniera
a la mente por cualquier motivo, como hacía un momento y, cuando eso
ocurría, su cuerpo siempre le daba la misma respuesta; nerviosismo,
miedo, frío.
¿Cómo
reaccionaría Umberto? Se daba cuenta de que no lo conocía porque no
sabía cuál sería su respuesta. Pero independientemente de esto,
aunque siguieran juntos, creía que nada seguiría siendo lo mismo
para él. Por eso, una vez más, calló.
-La
situación es delicada, quiero salir de allí, intentaré vender mis
acciones.
-Seguro
que lo sabrás hacer.
-No
estés tan seguro.
-Yo
no estoy seguro, pero tú sí. Siempre has conseguido lo que te has
propuesto, y esta vez también lo lograrás.
-¿Tú
crees?
-Sí.
-Y sonrió intentando trasmitirle seguridad, él a ella, la primera
vez desde que se conocieron.
-Si
lo consigo, lo mejor sería volver a Italia.
-¿Cómo...?
-Sí,
no tiene que ser Nápoles, podemos irnos a vivir a Roma, por ejemplo.
-Lo
siento, pero no me gusta la idea.
-¿Por
qué?
-Es
una forma de huir.
-¡No...!
-Pues
yo creo que sí lo es -dijo Umberto afirmando con la cabeza
repetidamente.
-Solo
me quiero alejar de todo esto. -Lo miró esperando que la
comprendiera.
-Bueno,
si vas a dejar el trabajo..., ya lo haces, ¿no?
-También
pueden existir otras consecuencias, quebraderos de cabeza, ya
sabes...
-No,
no sé. -Y en ese momento, Umberto movió la cabeza, ahora
negativamente.
-Cariño,
es difícil de explicar.
-Me
gusta mi trabajo, esta ciudad, este país, y si pienso en Paolo...
-Yo
estaría más tranquila en Italia.
-Yo
preferiría seguir aquí.
-Lo
pensaré.
-¡¿Cómo?!
-Y esa pregunta la puso contra la evidencia, ella ya no tenía el
poder de decidir por él como antes.
Violeta
estuvo torpe en su reacción, no llevó a sus palabras lo que estaba
percibiendo, siguió hablando como lo había hecho siempre.
-Que veré lo que vamos a
hacer.
-Quieres
decir que verás lo que vas a hacer tú.
-Umberto, por favor...
-No
me digas eso, es la primera vez que opino
diferente a ti, la primera vez que te pido que tengas en cuenta lo
que pienso.
-Será
que es la primera vez que tienes opinión.
-¿Pretendes
ser cruel conmigo? Me sorprendes.
-¡Umberto,
no estamos hablando de ti, estamos hablando de mí!
-¡Siempre
estamos hablando de ti!
-¡No
entiendes nada!
-¡Sí,
seguramente! ¡Tú eres más inteligente que yo, mis
ingresos son ridículos al lado de los tuyos! -Se detuvo, estaba
encendido, después siguió hablando más bajo, pero dejando de
manifiesto lo que le habían herido sus palabras-. Pero querer
rebajarme, que permanezca ahí abajo solo para acompañarte en tus
decisiones, hablarme de esa forma y decir que es la primera vez que
tengo opinión con las consecuencias que sabes que pueden tener esas
palabras para mí, que tú sabes perfectamente cuáles son, ¿cómo
lo entenderías tú ?.
No supo qué contestar,
permaneció callada, y a Umberto pareció escapársele una reflexión
en voz alta.
-Y
todo porque por primera vez he opinado de una forma distinta a ti.
-Una sonrisa irónica se dibujó en su rostro.
Violeta
estalló.
-¡Oh...! ¡Por favor,
Umberto! ¡No quiero discutir! ¡Problemas en el trabajo, problemas
aquí! -gritó un poco fuera de sí.
-En
el trabajo tendrás problemas, pero aquí no tienes ninguno, solo te
he dicho lo que pienso -le
contestó hablando bajo y pausadamente.
-¡Ahora
que me ves débil, te atreves, ¿no?!
-No te conozco, ¿cómo
puedes decir eso?
-¡Está
clarísimo! -dijo ella riendo sarcásticamente.
La vio inmadura,
irracional, como una niña que solo quería salirse con la suya.
-Será mejor que me
marche de esta casa.
-¡¿Queeeeé?!
-Lo que has escuchado, me
voy.
Umberto
se levantó y salió del salón. Violeta miraba a un lado y a otro
nerviosamente, buscaba una respuesta a aquella actitud, y la
encontró. Salió detrás de él dirigiéndose a la habitación.
-¡Existe
otra mujer! ¡¿Verdad?! ¡¿Es eso...?! ¡¿Es eso...?! ¡¿Quién
es?! -Él no respondió-. ¡Si te vas, no vuelvas más!
-Volveré
cuando quiera estar con mi hijo.
Violeta
se lo iba a escupir en medio de la cara, es lo que sentía desde la
posición de poder que siempre había tenido sobre él;
pero percibió que se le estaba escapando, y eso no es lo que ella
quería. Dudó. Intentó comprender. ¿Quién estaba provocando la
discusión? ¿Era Umberto el que procuraba que ella estallase?
¿Estaba siendo víctima de él? ¿Buscaba una excusa para marcharse?
Entonces, existía otra mujer. Su sentimiento de culpabilidad
desapareció.
-¡Qué fácil lo ves todo!
Umberto
sonrió amargamente mientras comenzaba a meter ropa en una bolsa de
viaje. Había decidido no discutir más, pero no pudo permanecer
callado ante esas palabras.
-¿Cómo
me puedes decir eso? Tú, que sabes por lo que he pasado, me dices...
¿que todo lo veo fácil? Pero... ¿con quién me estás
confundiendo? -En
la mente de Violeta, de nuevo Enrico-. Lo único que te pido es que
no me pongas problemas a la hora de ver al pequeño Di Rossi.
Dudó de todo, se sintió
decepcionada con ella misma, recapacitó por primera vez ante las
palabras de Umberto.
-Por supuesto -dijo mirándolo
de un modo distinto.
Umberto no respondió.
-No quiero que te vayas.
Se acercó, pasó la mano sobre
el bíceps de su hombre. Él no hizo caso.
-Por favor, tú lo has dicho,
este es nuestro hogar, necesitamos estar los tres. Si uno falla, los
tres nos veremos afectados.
Umberto
se detuvo, miró al suelo mientras ponía los brazos en jarras,
resopló. Estaba muy alterado, aunque no lo demostraba, se controlaba
perfectamente. Había algo que no comprendía, Violeta era una mujer
fuerte, de carácter, y siempre se conformó con él, como era, con
su inseguridad, sin exigencias. Se conformaba con demasiada
facilidad. Ese detalle no lo comprendía. ¿Por qué?
Ella lo vio concentrado,
pensativo. Quiso influir en su decisión. Metió los brazos entre los
de él abrazándolo por la cintura, a Umberto no le quedó más
remedio que corresponder.
-Tienes razón -dijo mirando al
suelo por encima del hombro de Violeta.
-¿Qué te ha pasado?
-Nada, un mal momento, pero me
ha gustado que hablaras de nosotros. Creo que ha sido la primera vez
que compartes algo conmigo.
-Eso no es así.
-Sí
que lo es, hemos compartido las preocupaciones por nuestro hijo -de
nuevo la imagen de Enrico en la mente de Violeta-, pero las nuestras,
las
tuyas y las mías, las de nuestra relación, ¿dónde están? No
compartimos lo que pensamos. Yo siempre he hecho lo que tú has
querido.
-Porque era lo mejor.
-Sí, tal vez sí, pero no
hemos compartido nada más que al pequeño Di Rossi.
Violeta
pensó que la vida y la convivencia estaban llenas de ironía. Sintió
decepción de todo, y sobre todo, de ella misma. Pero no se iba a
hundir. Algún día, no sabía cuando, conseguiría dejarlo todo
atrás, olvidarlo de una vez.
-Te quiero.
-Llevo
muchos años sin sentirlo de verdad, solo escucho esa palabra de vez
en cuando.
-Pues te quiero de
verdad.
-¿Estás segura?
-De eso no tengo ninguna
duda.
-Pues completemos lo que
iniciamos cuando nos conocimos en esta ciudad. Que sea Nueva York,
Manhattan, nuestro destino.
Violeta
notó algo extraño cuando escuchó ese razonamiento, una sensación
que no pudo interpretar. Tampoco Umberto sabía en esos momentos que
aquella ciudad no era su destino, sino el de Violeta. Salió de
Nápoles para conocerlo allí. Volvieron y de nuevo ella decidió que
sería esa ciudad donde desarrollarían su futuro. Allí nació su
hijo. Estaba muy claro.
ANTONIO BUSTOS BAENA.
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