Eres
hermosa como la piedra,
oh
difunta;
oh
viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta
orquesta que agita
mis
cuidados como una diligencia,
como
un elegante biendecir de buen tono,
ignora
el vello de los pubis,
ignora
la risa que sale del esternón como una gran batuta.
Unas
olas de afrecho,
un
poco de serrín en los ojos,
o
si acaso en las sienes,
o
acaso adornando las cabelleras;
unas
faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas
lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo
lo que está suficientemente visto
no
puede sorprender a nadie.
Las
damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando
la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y
los caballeros abandonados de sus traseros
quieren
atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.
Pero
el vals ha llegado.
Es
una playa sin ondas,
es
un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de
dentaduras
postizas.
Es
todo lo revuelto que arriba.
Pechos
exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces
tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una
langidez que revierte,
un
beso sorprendido en el instante que se hacia ¨cabello de ángel¨,
un
dulce ¨si¨ de cristal pintado de verde.
Un
polvillo de azúcar sobre las frentes
da
una blancura cándida a las palabras limadas,
y
las manos se acortan más redondeadas que nuca,
mientras
fruncen los vestidos hechos de esparto querido.
Las
cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las
colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se
ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en
un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.
Adiós,
adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós,
como una bola enorme ha llegado el instante,
el
preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando
los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es
el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el
momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las
ventanas en gritos,
las
luces en ¡socorro!
Y
en ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se
convertirá en una espina
que
dispensará la muerte diciendo:
Yo
os amo.
(Espadas
como labios, 1930-1931)
VICENTE
ALEIXANDRE.
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