CAPÍTULO
XXV
Le
había ofrecido quedarse con el expediente y no quiso. Insistió en
acercarla hasta su casa y también se negó.
Le
dejó claro que tenía las puertas abiertas, que él nunca las cerró.
Ella no le contestó, tampoco lo hizo cunado le dijo que tenía un
mes para que todo se denunciara y se hiciera público. Caminó
sonámbula hasta la boca del metro de la Calle 57 con la Séptima
Avenida.
En
quince minutos entraba en el apartamento. Paolo estaba sentado a la
mesa de la cocina con un vaso de leche y un gran libro abierto,
observaba planos y fotografías de la obra del arquitecto Frank Lloyd
Wright.
-Hola.
-Hola.
Se
puso a su lado y le pasó la mano por el hombro, lo apretó contra su
cadera.
Paolo
desconectó completamente de las ideas que le sugerían la Residencia
Millard, conocida como la Miniatura. Y es que se dio cuenta de que
los movimientos de su madre no eran los de siempre, había algo
distinto, lo percibió de inmediato, a ella le pasaba algo. Se
retuvo para no quitarse la mano del hombro, su madre le necesitaba.
Lo
besó en la cabeza, después se separó. Paolo levantó la cara,
consiguió ver su rostro por un segundo. Estaba pálida, tenía los
ojos brillantes. Con el pensamiento buscó al padre, su madre
requería ayuda. Escuchó el ruido del agua, recordó que se estaba
duchando. La vio marchar. Sonó el crujir de la puerta de su
dormitorio.
Ojalá
que su padre no tardara. Miró de nuevo una imagen donde se veía
cómo el genio de la arquitectura abría los espacios para dar
amplitud a una casa aunque esta fuera pequeña. Observaba
la utilización de la madera combinándola con bloques tallados de
hormigón gris. El toque precolombino que daba a sus obras,
combinaba pasado y futuro,
al igual que hacía Picasso
con la pintura, creando nuevas tendencias al tiempo que aplicaba a
sus dibujos matices de la cultura africana. Prácticamente
al mismo tiempo, dos genios a kilómetros de distancia y utilizando
la misma base de pensamiento, la combinación de lo ancestral y lo
nuevo.
Su
padre se lo había explicado y lo había captado al instante. Por
otro lado, su madre le había dado la otra respuesta que demandó y
que su padre no le pudo contestar.
-Mamá,
mira lo que dijo Wrght: ¨Prefiero diseñar esa pequeña casa antes
que San Pedro de Roma¨. ¿Por qué diría eso?
-Bueno,
en esa casa puede vivir una familia, mientras que en la Basílica
de San Pedro no podría vivir nadie.
Creo que para él debía ser más importante lo primero.
-Pero
estamos hablando de arquitectura.
-Igual
pensaba que la arquitectura debía de quedar supeditada al bienestar
del hombre.
-No
comprendo, la casa, aunque bonita..., es pequeña, la Basílica de
San Pedro es enorme, los materiales, las columnas, la altura, la
cúpula.
-El
hombre se siente una miniatura frente a ella.
Paolo
se quedó pensativo, su madre acababa de utilizar la misma palabra
con la que Wright bautizó a la Residencia Millard, solo que en su
frase ¨la miniatura¨es el hombre frente a la iglesia de
Cristo. Este tipo de detalles
no le pasaban desapercibidos.
Su
madre continuó hablando.
-Tal
vez eso no sea bueno, que la religión se sirva de gigantes
para llegar al hombre a través de sus miedos; pero
fíjate que para construirla se necesitó muchísimo dinero, es un
reflejo de la realidad, de lo que han hecho muchas religiones a
través de los siglos, y de lo que siguen haciendo. Para muchos de
esos hombres, dinero es el único Dios que existe. Un
día iremos allí y te enseñaré lo que hay en la azotea de la
Basílica, junto al acceso a la cúpula.
-¿Qué
hay? -preguntó extrañado.
-Una
tienda.
-¿Una
tienda? ¡¿Cómo va a haber una tienda allí arriba?! ¿Sobre la
Basílica? -Se rió y se extrañó al mismo tiempo, no terminaba de
creérselo. Además, las tiendas estaban para vender, por ahí podía
pillar a su madre en una contradicción, porque eso seguro que no era
así-. Y... ¿qué es lo que venden?
-Hijo
mio, agua bendita..., agua bendita y crucifijos, a veces
parece que Jesús murió en la cruz para que el hombre hiciera
negocios.
Y
Paolo supo en ese instante que su madre no le había mentido. Le
ocurría con frecuencia que de inmediato comprendía que era así, en
un segundo, lo captaba como una nueva verdad revelada. Así era la
vida junto a sus padres, los quería y los necesitaba a los dos,
porque además, cuando él reflexionaba y ellos advertían la
seriedad en su rostro, siempre le ayudaban, cambiaban un final triste
por un final feliz.
-Menos
mal que todos los que creen en nuestro Dios y dedican su vida a Él
no son así. Hay hombres increíbles, sencillos y buenos, que
renuncian a todo y se van con los necesitados alrededor de todo el
mundo, dando a los demás lo mejor de sí mismos. En esos hombres son
en los que hay que creer.
Paolo
se sentía entonces bien de inmediato.
El
agua dejó de sonar. Esperaba que su padre tardara poco en secarse.
En nada estarían juntos y ya nada malo podría ocurrir. Los dos
unidos podían con todo.
Violeta
estaba echada sobre la cama, de lado, en posición fetal. Hacía
mucho tiempo que no la veía así. Recordó cuando nació el pequeño
Di Rossi.
No
encendió la luz, Umberto se acercó pensativo a su lado de la cama,
se sentó, estaban de espaldas, él no sabía si debía hablar. El
albornoz gris llevaba capucha, los compraba así para secarse mejor
el pelo largo, lo subió para no humedecer la almohada y se giró
tumbándose pegado a ella, imitándole la postura, abrazándola a la
altura del pecho, después bajó la mano hasta el vientre.
Ella
pensó en el nuevo hijo que le gustaría llevar dentro. Desapareció
la sensación de terrible soledad que la había embargado, por fin
algo la reconfortaba. Necesitó decirle ¨te quiero¨,
era lo que sentía en esos momentos, con seguridad Umberto era su
hombre.
Él
apartó un poco su pelo y la besó en el cuello, una y otra vez,
apretaba su brazo, y un susurro...
-Siempre
me tendrás a tu lado.
Y
a Violeta le vinieron a la mente sus errores.
Parecía
que estaba llorando, la zarandeó un poco.
-Venga,
vamos. -Su voz sonó cariñosa, comprensiva.
Ella
movió la cabeza negativamente.
-Todo
se solucionará.
Se
giró hacia Umberto, lo besó. Él notó algunas lágrimas en las
mejillas, le tomó la cara con ambas manos.
-Pero...¿qué
te pasa? -le dijo sonriendo, viendo su rostro en la penumbra a pesar
de que ella intentó bajar, esconder su cara-. ¡Venga, mujer...! Tú
eres más fuerte que cualquier problema.
Violeta
lo besó en los labios, en las mejillas, en los ojos. Lo inundó a
besos mientras estiraba su cuerpo sobre el de él.
-Te
quiero -le dijo ella al mismo tiempo que pensaba ¨perdóname¨y lo
volvía a besar.
Y
Umberto la abrazó con fuerza.
-Te
quiero. -¨Perdóname¨.
Él
le recogió el pelo hacia atrás.
-Te
quiero. -¨Perdóname¨.
De
nuevo le limpió las mejillas. Ella lo abrazó queriendo fundirse con
él.
-Te
quiero. -¨Perdóname¨.
-Yo
también.
-Por
favor, no me dejes nunca de querer. -¨Perdóname¨.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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