lunes, 11 de mayo de 2015

SECRETOS DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO XXV

Le había ofrecido quedarse con el expediente y no quiso. Insistió en acercarla hasta su casa y también se negó.
Le dejó claro que tenía las puertas abiertas, que él nunca las cerró. Ella no le contestó, tampoco lo hizo cunado le dijo que tenía un mes para que todo se denunciara y se hiciera público. Caminó sonámbula hasta la boca del metro de la Calle 57 con la Séptima Avenida.
En quince minutos entraba en el apartamento. Paolo estaba sentado a la mesa de la cocina con un vaso de leche y un gran libro abierto, observaba planos y fotografías de la obra del arquitecto Frank Lloyd Wright.
-Hola.
-Hola.
Se puso a su lado y le pasó la mano por el hombro, lo apretó contra su cadera.
Paolo desconectó completamente de las ideas que le sugerían la Residencia Millard, conocida como la Miniatura. Y es que se dio cuenta de que los movimientos de su madre no eran los de siempre, había algo distinto, lo percibió de inmediato, a ella le pasaba algo. Se retuvo para no quitarse la mano del hombro, su madre le necesitaba.
Lo besó en la cabeza, después se separó. Paolo levantó la cara, consiguió ver su rostro por un segundo. Estaba pálida, tenía los ojos brillantes. Con el pensamiento buscó al padre, su madre requería ayuda. Escuchó el ruido del agua, recordó que se estaba duchando. La vio marchar. Sonó el crujir de la puerta de su dormitorio.
Ojalá que su padre no tardara. Miró de nuevo una imagen donde se veía cómo el genio de la arquitectura abría los espacios para dar amplitud a una casa aunque esta fuera pequeña. Observaba la utilización de la madera combinándola con bloques tallados de hormigón gris. El toque precolombino que daba a sus obras, combinaba pasado y futuro, al igual que hacía Picasso con la pintura, creando nuevas tendencias al tiempo que aplicaba a sus dibujos matices de la cultura africana. Prácticamente al mismo tiempo, dos genios a kilómetros de distancia y utilizando la misma base de pensamiento, la combinación de lo ancestral y lo nuevo.
Su padre se lo había explicado y lo había captado al instante. Por otro lado, su madre le había dado la otra respuesta que demandó y que su padre no le pudo contestar.
-Mamá, mira lo que dijo Wrght: ¨Prefiero diseñar esa pequeña casa antes que San Pedro de Roma¨. ¿Por qué diría eso?
-Bueno, en esa casa puede vivir una familia, mientras que en la Basílica de San Pedro no podría vivir nadie. Creo que para él debía ser más importante lo primero.
-Pero estamos hablando de arquitectura.
-Igual pensaba que la arquitectura debía de quedar supeditada al bienestar del hombre.
-No comprendo, la casa, aunque bonita..., es pequeña, la Basílica de San Pedro es enorme, los materiales, las columnas, la altura, la cúpula.
-El hombre se siente una miniatura frente a ella.
Paolo se quedó pensativo, su madre acababa de utilizar la misma palabra con la que Wright bautizó a la Residencia Millard, solo que en su frase ¨la miniatura¨es el hombre frente a la iglesia de Cristo. Este tipo de detalles no le pasaban desapercibidos.
Su madre continuó hablando.
-Tal vez eso no sea bueno, que la religión se sirva de gigantes para llegar al hombre a través de sus miedos; pero fíjate que para construirla se necesitó muchísimo dinero, es un reflejo de la realidad, de lo que han hecho muchas religiones a través de los siglos, y de lo que siguen haciendo. Para muchos de esos hombres, dinero es el único Dios que existe. Un día iremos allí y te enseñaré lo que hay en la azotea de la Basílica, junto al acceso a la cúpula.
-¿Qué hay? -preguntó extrañado.
-Una tienda.
-¿Una tienda? ¡¿Cómo va a haber una tienda allí arriba?! ¿Sobre la Basílica? -Se rió y se extrañó al mismo tiempo, no terminaba de creérselo. Además, las tiendas estaban para vender, por ahí podía pillar a su madre en una contradicción, porque eso seguro que no era así-. Y... ¿qué es lo que venden?
-Hijo mio, agua bendita..., agua bendita y crucifijos, a veces parece que Jesús murió en la cruz para que el hombre hiciera negocios.
Y Paolo supo en ese instante que su madre no le había mentido. Le ocurría con frecuencia que de inmediato comprendía que era así, en un segundo, lo captaba como una nueva verdad revelada. Así era la vida junto a sus padres, los quería y los necesitaba a los dos, porque además, cuando él reflexionaba y ellos advertían la seriedad en su rostro, siempre le ayudaban, cambiaban un final triste por un final feliz.
-Menos mal que todos los que creen en nuestro Dios y dedican su vida a Él no son así. Hay hombres increíbles, sencillos y buenos, que renuncian a todo y se van con los necesitados alrededor de todo el mundo, dando a los demás lo mejor de sí mismos. En esos hombres son en los que hay que creer.
Paolo se sentía entonces bien de inmediato.
El agua dejó de sonar. Esperaba que su padre tardara poco en secarse. En nada estarían juntos y ya nada malo podría ocurrir. Los dos unidos podían con todo.
Violeta estaba echada sobre la cama, de lado, en posición fetal. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Recordó cuando nació el pequeño Di Rossi.
No encendió la luz, Umberto se acercó pensativo a su lado de la cama, se sentó, estaban de espaldas, él no sabía si debía hablar. El albornoz gris llevaba capucha, los compraba así para secarse mejor el pelo largo, lo subió para no humedecer la almohada y se giró tumbándose pegado a ella, imitándole la postura, abrazándola a la altura del pecho, después bajó la mano hasta el vientre.
Ella pensó en el nuevo hijo que le gustaría llevar dentro. Desapareció la sensación de terrible soledad que la había embargado, por fin algo la reconfortaba. Necesitó decirle ¨te quiero¨, era lo que sentía en esos momentos, con seguridad Umberto era su hombre.
Él apartó un poco su pelo y la besó en el cuello, una y otra vez, apretaba su brazo, y un susurro...
-Siempre me tendrás a tu lado.
Y a Violeta le vinieron a la mente sus errores.
Parecía que estaba llorando, la zarandeó un poco.
-Venga, vamos. -Su voz sonó cariñosa, comprensiva.
Ella movió la cabeza negativamente.
-Todo se solucionará.
Se giró hacia Umberto, lo besó. Él notó algunas lágrimas en las mejillas, le tomó la cara con ambas manos.
-Pero...¿qué te pasa? -le dijo sonriendo, viendo su rostro en la penumbra a pesar de que ella intentó bajar, esconder su cara-. ¡Venga, mujer...! Tú eres más fuerte que cualquier problema.
Violeta lo besó en los labios, en las mejillas, en los ojos. Lo inundó a besos mientras estiraba su cuerpo sobre el de él.
-Te quiero -le dijo ella al mismo tiempo que pensaba ¨perdóname¨y lo volvía a besar.
Y Umberto la abrazó con fuerza.
-Te quiero. -¨Perdóname¨.
Él le recogió el pelo hacia atrás.
-Te quiero. -¨Perdóname¨.
De nuevo le limpió las mejillas. Ella lo abrazó queriendo fundirse con él.
-Te quiero. -¨Perdóname¨.
-Yo también.
-Por favor, no me dejes nunca de querer. -¨Perdóname¨.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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