XLIV
El
rabino Avraham balanceaba el cuerpo a cada paso que daba. Había
salido del 770 y cruzaba la acera. Se fijó más de lo normal en
David, un joven chófer delgado y pelirrojo que le esperaba con la
puerta de la limusina abierta, le llamó la atención que su
apariencia inocente de siempre estaba desapareciendo.
Shalom.
-Shalom
aleichem.
Le
costó trabajo acomodarse, resoplaba.
Esperaba
las órdenes observándolo por el espejo retrovisor. De
un día para otro solo sabía a la hora que lo tenía que recoger. El
itinerario a realizar era siempre un secreto, lo iba conociendo poco
a poco, trayecto a trayecto. El rabino era un hombre que no paraba de
hablar a lo largo del día, y sin embargo apenas daba
información, solo ponía a las personas en el camino que a él le
interesaba para conseguir lo que nadie sabía. A pesar de
su obesidad, desplegaba cada día una intensa actividad de relaciones
por toda la ciudad tirando de su cuerpo.
-Al
JFK -dijo mientras se atusaba la barba canosa contra el pecho.
Tocaba
recoger a alguien del aeropuerto. Intereses de aquí conectando a
través del rabino con intereses de allá y, en medio, siempre algo
quedaba.
El
visitante tenía cierta edad. Vestía escrupulosamente con traje y
abrigo caros. Llamaban la atención sus ojos aumentados tras los
cristales de unas gafas al aire. No llevaba equipaje, ni siquiera
maletín, señal inequívoca de que regresaría en el
mismo día a su ciudad de origen, San Diego, por lo que David
escuchó.
-Vamos
ahora a la Reserva Federal del Banco de Nueva York. Había llevado al
rabino a muchísimos lugares, pero a este era la primera vez. Se puso
en marcha y procuró abstraerse, no le gustaban los tejemanejes que
se traía, no le interesaba lo que se hablara a sus espaldas, pero
necesitaba el trabajo. Había escuchado comentarios que le producían
una profunda aversión. Así que siempre ponía música clásica con
el volumen muy bajo, pero lo suficiente para mejorar el asqueroso
ambiente. La mayoría de los negocios relacionados con la
construcción que se acometían en cincuenta millas a la redonda se
habían comentado en aquella limusina.
El
Ayuntamiento, donde el rabino tenía una lista interminable de
contactos, la obtención de concesiones era otra de sus
especialidades, a las que había que añadir los negocios entre
correligionarios, sobre todo cuando podía doblar
intereses dirigidos a defenestrar al que debía ser su mayor enemigo:
Elud Hakim, Presidente de la Fundación Canaan´s Earth.
El
rabino sentía un especial odio hacia este hombre, David no sabía
por qué, y ahí sí prestaba toda la atención, se le producía una
fuerte rebelión hacia su jefe, estaba profundamente enamorado de la
doctora Gisele Hakim, la única nieta de aquel viejo judío, uno de
los más importantes de su comunidad; pero ella era una mujer
inalcanzable para él.
La
limusina se detuvo ante la puerta principal de la Reserva Federal, no
había mucho movimiento de personas y, al poco, reconoció un rostro
que se dirigía hacia ellos, pertenecía a una importante familia del
mundo financiero, los Siegman, y David supo de inmediato que este
sería el otro interesado en la mediación del rabino.
-Ponte en
marcha.
Así lo
hizo sin esperar, a continuación preguntó:
-¿A
dónde, señor?
Los otros
hombres no expresaron una preferencia, por lo que el rabino no lo
dudó.
-Al Dodo
Bird.
Estaba
cerca, en nada estarían allí y el rabino podría saciar lo que ya
demandaba de inmediato cuando le indicó el lugar; un par de brownies
de chocolate con helado,
nata y arándanos, que tanto le gustaban.
Se
detuvo en la misma esquina donde estaba el local, fachada blanca con
grandes cristaleras. La corriente del East River le señalaba dónde
estaba la Estatua de la Libertad, la tenía al frente. De nuevo,
Gisele Hakim en su mente, era lo que le sugería su imagen. Cuando
iba allí, con el puente de Brooklyn en alto y a las espaldas, era
una de las esperas más agradables.
El
hombre de los cristales de aumento se extrañó cuando vio la figura
del ave a la que se hacía referencia por todo el local.
-¿Y
el bicho este...?
-Dicen
que fue el primer animal cuya especie desapareció por la acción del
hombre, no tenía miedo y por eso fue presa fácil
comentó el rabino
riendo.
-Fiarse
de nosotros... ¡Que te den por culo, por tonto! -exclamó el
Vicepresidente Segundo riendo al tiempo que negaba con la cabeza.
Los
otros hombres debían de pensar igual porque rieron sus palabras. No
quisieron tomar nada, salvo el rabino, que no dudó, su
brownie tal y como la camarera ya sabía, era cliente habitual.
-Quiero
serle sincero, me extraña muchísimo que no esté aquí su tío
-dijo el de San Diego.
-Esta
reunión tiene otras características, digamos que... más prácticas,
es mejor que no esté él -dijo el Vicepresidente Segundo.
-Entonces...
¿no me debo de preocupar?
Sonrió
al escuchar esas palabras, sabía perfectamente lo que quería decir.
-Señor,
su dinero está a salvo en mi familia.
-¡Oh!,
por supuesto, lo único que le quería hacer notar es la rapidez con
que atendimos sus demandas económicas y nuestra disposición en unas
condiciones inmejorables, sin intereses, eso, en el mundo en que
vivimos..., ya no se da, y quiero que no olviden -dijo con una falsa
sonrisa.
El
Vicepresidente Segundo no quiso contestarle a esas cuestiones.
Efectivamente, respondieron de manera inmediata, pero la
sobrevaloración que le dieron a los diamantes con los que pagaron a
Violeta ya llevaba implícito un importante beneficio, y ahora le
quería vender que no le habían aplicado intereses. No lo podían
evitar, eran así.
-Digamos
que esta es una nueva cuestión, el problema de ahora no lo queremos
arreglar con dinero.
-¡Ah!,
bien, es un método que me gusta más que el otro, pagar es lo
último.
-Tenemos
un informador que nos hará saber cuándo las circunstancias son las
adecuadas. Me he reunido varias veces con él..., y mi familia...
Digamos que lo tenemos claro, estamos preparados, solo nos falta la
mano ejecutora. Creo que más claro no puedo ser.
-Se
lo agradezco, nuestra colaboración va a ser muy fructífera, se lo
aseguro, al fin y al cabo somos hermanos y debemos estar unidos.
¿Dónde hay que realizar el trabajo?
-Aquí,
en Nueva York.
-Bien,
tenemos dos equipos permanentes destacados en la ciudad con
capacidad de respuesta inmediata, las veinticuatro horas.
-Esta
cuestión la llevamos entre mi tío Salomón y yo.
-¡Ah!,
bien... -dijo sonriendo de nuevo, ahora comprendía mejor el motivo
por el que no estaba allí el Vicepresidente Primero, su actual
interlocutor había adquirido más poder dentro del negocio familiar.
-¿Os
vais a arreglar? -preguntó el rabino, que había terminado de
limpiar el plato.
-Sí,
seguro -contestó el Vicepresidente Segundo.
-Con
nosotros es fácil, trabajamos de forma rápida, sencilla, eficaz...
-¿Qué
más se puede pedir? -concluyó el rabino como si tuviese prisa-.
Mientras vosotros comentáis los detalles finales yo voy a dar un
paseo al lado del río para quemar calorías, en diez minutos estoy
aquí.
-Bien.
El
rabino salía y caminaba balanceando su cuerpo como si tuviese prisa,
solo miraba al suelo. David lo vio, ya sabía lo que tenía que
hacer, seguirlo por si se cansaba que tuviera el vehículo cerca.
Se
ajustó la kipá, mentalmente hacía combinaciones de lo que tenía a
mano y a su favor, sus fuerzas, instituciones, posición, dinero,
hombres dispuestos a todo, pero había algo que necesitaba y que era
fundamental en los tiempos que corrían; ciencia y
tecnología. Si lo conseguía tendría todo el poder sobre su
comunidad, la situación global iba a empeorar y los suyos tenían
que salir adelante como siempre lo habían hecho. Él se sentía
elegido para conducir a su pueblo a través del desierto, como en su
día hizo Moisés, en busca..., de vuelta a la tierra prometida.
Si
David hubiera sabido en ese momento las consecuencias de las alianzas
a las que él estaba asistiendo y los efectos que tendrían para la
familia Hakim, para su amada Gisele, cuando se subieran todos en la
limusina para hacer el viaje de vuelta, sin dudar habría bloqueado
las puertas y lanzado el vehículo al río. No le habría importado
morir.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.