XLIII
El Vicepresidente Segundo le
comentó que su tío siempre era muy generoso, mentía con
naturalidad. Quedaron en verse al día siguiente para acordar el
¨protocolo de comunicación¨,
fue la frase que utilizó; y al escuchar esto, el joven ambicioso
repasó el ajuste al cuello de su corbata roja, volvió a sentirse un
hombre importante.
Se
despidieron.
Entró
en una cafetería cercana y pidió un whisky, a pesar de la hora
temprana. Tras un trago, llamó a su jefe.
-Señor,
todo ha ido muy bien -se le escuchaba alegre y eufórico-, mañana
tengo una reunión para estudiar el protocolo de comunicación..., de
acuerdo..., sí, sí, hablamos cuando llegue... Disculpe, tardaré un
poco, ¿no le importa...? Bien, bien, muchas gracias, señor.
Nada
más desconectar necesitó dirigirse al servicio para orinar. Llevaba
toda la mañana sin poder contener las constantes ganas.
Mientras
tanto, el Director Financiero analizaba las palabras de su ayudante.
Sabía que lo que le había dicho no se ajustaba a la realidad. Ni
poniéndolo boca abajo era capaz de sacarle su enviado un solo dólar
del bolsillo a aquel fiera llamado Salomón Siegman.
Conocía muy bien la tipología de estas personas y su forma de
actuar, como también conocía la de su ayudante, que tenía las
características idóneas, inocencia
y avarica unidas, ideal para ser manejado y llevar a
cabo sus propósitos, por los que habían estado luchando y esperando
toda la vida. Era lo justo, su padre no lo había conseguido, pero él
sí lo lograría.
Mientras
tanto, el Vicepresidente Segundo entraba de nuevo en la sala de
reuniones, el silencio era sepulcral, nunca había visto
tan acentuados los tics de su primo.
-Sobrino,
te estaba esperando -dijo el Presidente mirándolo al tiempo que le
mostraba una sonrisa entrañable, como nunca antes la había
contemplado hacia él. Después bajo la vista y la fijó en el lacado
perfecto de la mesa. Ensombreció el rostro. Habló de forma
impersonal-. Vosotros os podéis marchar. -Habló sin mirar a ninguno
de los otros dos.
El
Vicepresidente Primero confirmó lo que intuyó en el enfrentamiento
con Violeta, que no llegaría a ser Presidente. Sintió cierto alivio
al pensar que la empresa seguramente desaparecería, el
consuelo de los perdedores; pero de inmediato recordó la deuda de
diez millones de dólares que había contraído a través del rabino
con otros correligionarios al comprar las acciones de Violeta, no
podría hacer frente la préstamo, sabía a lo que se exponía con
esa gente. El miedo de la imposibilidad de huir chocaron en su mente.
El
Vicepresidente Tercero se había considerado a sí mismo, y hasta ese
momento, capaz de aportar como el que más a las soluciones de los
problemas del negocio, pero esta situación le hizo reconocer que le
sobrepasaba. Por primera vez agradeció el que le dejaran apartado y
sin ser tenido en cuenta.
Mientra
tanto, Salomón Siegman pensaba en el error que había cometido. De
haber intuido claramente el engaño de Violeta no habría permitido
que su hermano le hubiera comprado las acciones.
En su ego personal le
dolía más la traición de ella que enfrentarse a Enrico Cacciatore.
Y es que le había abierto las puertas del negocio, encumbrando por
encima de los de su propia sangre, de su familia, a
pesar de ser mujer y no ser judía. Se sentía engañado,
y eso, en los hombres como él, tenía un precio que Violeta debía
pagar.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario