XXXIX
El
día avanzaba. Por fin el sol salía con frecuencia. Se habían
encontrado en el pasillo, ya no tenían más clases.
-¿Salimos
y damos un paseo?
Umberto
se quedó mirándola. Su sonrisa, su gesto afable. Era un aprecio muy
especial el que sentía por Elodie. Nunca se podía
negar a sus deseos, aunque ella siempre le preguntaba su parecer; y
por otro lado, en la cafetería se sentía observado.
-Claro
-contestó él.
Le
gustaría dar marcha atrás, retomar la relación como estaba antes
de ir a su apartamento por primera vez y, en ese punto, hablarle de
lo que nunca le había hablado, de Violeta, de
Paolo, también de que iba a ser padre de nuevo, sin
embargo, eso ya no era posible. Además, Elodie no le pedía nada,
tampoco explicaciones, solo quería estar con él cuando él lo
deseara, y a partir de ahí, hacía lo que fuera necesario para que
todo fuera perfecto.
La
luz sobre el pelo rubio, ninguna señal de maquillaje en el rostro,
solo un toque de color en los ojos. Su belleza le quedó retenida en
el pensamiento, un
gran contraste cuando miró el cemento gris de la acera. Cerca, la
arquitectura de los edificios bajaba y cambiaba por viviendas
adosadas de ladrillo visto al estilo inglés, con escaleras
ascendentes de acceso en el centro.
Caminaba
distraída, incluso más, no veía. La realidad era una cosa y otra
bien distinta su mundo. Iba con él a su lado por una calle, como en
un sueño en el que era suficiente con tenerlo cerca. Solo su
presencia era capaz de hacerla percibir unas sensaciones que nunca
antes había tenido hasta que lo conoció. En el pasado se había
preguntado en infinidad de ocasiones cómo sería ese hombre al que
buscaba desesperadamente, dónde viviría, en qué trabajaría, lo
necesitaba a toda costa, tenía ya treinta años. Solo había
vislumbrado algo a través de las protagonistas de las novelas,, esas
historias románticas de las que ella pensaba que nunca sería
protagonista. Y lo quería ser, ¡cómo pasar por esta vida sin
sentir algo así! Al fin notó esas mariposas en su interior, en
primera persona, era más maravilloso que la mejor de las novelas. Su
mundo era él, no le pedía nada, solo estar a su lado cómo y cuando
deseara, así era inmensamente feliz.
La
gente se había echado a la calle. No solo los hombres se fijaban en
ella en una ciudad en la que nada es extraño, y
menos las personas, sea cual sea la imagen e indumentaria que lleven.
Elodie
vestía acorde con el día, falda y chaqueta de color salmón;
junto a su sonrisa, su altura y su pelo, terminaban atrayendo miradas
en Greenwhich Village, el barrio más libre y amable de Manhattan.
Pero ella solo percibía la presencia de Umberto. Estaba
en ese momento en el que se ama con los ojos cerrados aunque los
lleves abiertos, y así continuó caminando rodeada de una realidad
que no existía, hasta que el choque de hombros con
alguien que se cruzó la despertó por un segundo. El
golpe primero fue algo de dolor, después fortuna, la
acercó más a él. Notó el brazo pegado al suyo, instintivamente lo
cogió con sus dos manos, se abrazó y dejó caer la cabeza hacia ese
lado. En ese momento sí cerró los ojos haciéndolo suyo.
Umberto
no quiso ser descortés, pero se sintió muy incómodo. Estaba en la
calle, los podían ver. Cargos de conciencia le
asaltaban ya constantemente, le hacían repasar todo, absolutamente
todo, cualquier detalle. Se replanteaba desde todos los puntos de
vista posibles sus sentimientos, buscaba cuáles eran los verdaderos.
Indudablemente sentía algo muy especial por ella, pero ¿era amor en
realidad, o atracción por una relación distinta, con una mujer
distinta? ¿Adicción a esos juegos a los que se entregaban? También
estaba la conexión perfecta en sus temas de conversación, que no
tenían nada que ver con los que mantenía con Violeta.
El
brazo cogido le llevaba en alerta. En un segundo decidió que para
él, en ese momento, era imposible averiguarlo. Hizo un pequeño
gesto. Ella despertó, se dio cuenta de que él estaba incómodo.
-¡Oh!,
perdona, disculpa -Umberto le respondió con una mirada y una
sonrisa-, ha sido sin querer.
Y
no le mentía. Fue su subconsciente, su sueño la había llevado a
cogerse del brazo cuando lo notó cerca. Se dejó llevar. En ese
instante vio la cantidad de personas que había en la calle, con las
que se iban cruzando. Él estaba a su lado, pero no le daba el cobijo
que estaba buscando. Se sintió desprotegida.
Percibió
en el rostro de Umberto que algo fallaba antes de escucharle decir
que necesitaba recapacitar. Hubiera querido recorrer de nuevo el
camino que de forma natural les llevó hasta el primer abrazo, el
primer beso, pero no lo vio posible.
Se
dio cuenta del momento que estaba viviendo, él se le escapaba..., y
la educación inculcada pesaba tanto que respetó su libertad incluso
sabiendo que Umberto no era libre, por lo tanto no era capaz de
analizar y expresar libremente sus sentimientos.
Y
sin pesar más lo quiso comprobar, un impulso la llevó a cogerlo de
nuevo del brazo, él se detuvo. Ella lo miraba, esperaba su
respuesta, estaba convencida de que iba a ser de reproche. A pesar de
ello no quiso soltarse, la primera vez que
contradecía sus deseos. Pero es que lo quería, lo amaba, lo sentía
en su interior, estaba poseída por dentro, se había apoderado de su
alma, de su ser, y tan solo quería una cosa, estar con él. No era
tanto, se conformaba solo con su brazo cogido, solo eso, notar un
pequeño contacto para ella era suficiente, lo necesitaba, en esos
momentos más que cualquier cosa en su vida, era muy poco lo que le
estaba pidiendo.
Parados
en medio de la acera. Por fin Umberto levantó la cabeza. Ella
escuchó su respiración y vio una mirada que le sugirió cansancio,
reproche.
La
sorprendió más de lo esperado, la derrotó.
-¿Qué
te ocurre? -preguntó él.
-No
lo sé -contestó, aunque sí lo sabía.
Por
primera vez había inexpresión en el rostro de Elodie, sus ojos se
humedecieron.
-¿Te
encuentras bien?
-No.
-¿Nos
sentamos en una cafetería y tomamos algo?
-No.
-¿Entonces...?
-Está
claro que no te gusta pasear conmigo, que nos vean juntos. Vayamos
a mi apartamento, allí serás libre.
-Lo
siento, no me apetece.
-¿Te
has cansado de mí, de estar como solo lo han hecho unos pocos
elegidos?
Las
lágrimas y la pregunta mostraban lo inocente que se sentía.
-La
verdad es que estoy agotado.
-No
te preocupes, nos sentamos, hablamos, escuchamos música, te
prepararé tu té.
-Lo
siento, se me hace muy difícil lo que te voy a decir.
Umberto
permaneció callado buscando las palabras idóneas. Miró a no se
sabía dónde, el aire y su falta de ideas hicieron que apretara los
párpados como él solía hacer.
Mientras,
ella repasaba su rostro una y otra vez terminando siempre en sus
labios, hacia donde se acercó. Un leve roce y él retrocedió.
-No
hace falta -dijo ella.
-¿No?
-No,
tienes esa mirada.
-¿Cuál?
-La
que se tiene cuando te van a dejar, nunca lo supe, pero ahora la
reconozco.
-No
sé qué decir.
-Te
quiero, ¿por qué no me dejas que te quiera? No pido nada, solo tu
presencia. -Umberto permaneció callado-. ¿Puedo seguir viéndote?
Con las condiciones que tú digas, no me importa.
-Si
te sigo viendo no podré dejarte.
-Abrázame.
-No
puedo.
-Te
necesito.
-No
te quiero mentir.
-¿Nunca
me has querido? -Las lágrimas llenaban su rostro, Umberto bajó la
cabeza-. ¡¿Todo es mentira?! -gritó llorando desconsoladamente.
-Por
favor, Elodie -dijo mirando alrededor-, hay mucha gente mirándonos.
-¡¡Y
qué me importa...!! -dijo liberándose de su educación.
-Por
favor, no quiero hacerte daño -dijo mientras miraba nervioso a su
alrededor.
-¡No,
ya sé que no quieres, pero no lo vas a poder evitar!
-Lo
debemos olvidar.
-¡¡Olvídalo
tú si quieres!! -dijo gritando, reprochándole airadamente sus
palabras.
-Lo
siento, no puedo vivir así.
-¡¿Cómo?!
-Miró a un lado y a otro, buscaba una respuesta a lo que no
comprendía.
-¡Oh,
no! ¡¡Dios!!
-Te
necesito. -Se acercaba, intentaba recuperarlo.
-Elodie,
¡no!
-Por
favor.
-¡No!
-Te
estoy suplicando.
-No,
no volverá a ocurrir.
Umberto
estaba muy serio, se le veía seguro. Había llegado a una conclusión
definitiva y ella lo percibió.
Elodie
dio un paso atrás. Se sentía herida como nunca, abandonada,
humillada. También eso era nuevo para ella, en su familia la habían
inundado constantemente de todo lo contrario. El impulso le vino de
lo más hondo de su ser.
¨¡Plas!¨.
La
bofetada no pudo ser más sonora. Golpeó a Umberto en el centro de
la mejilla y le volteó la cara, el pelo se la tapó. Estaba
sorprendido, no se la esperaba ni la había visto venir.
No
pensó en Elodie. Solo sintió un golpe y cuando su cara se detuvo,
desde ahí tomó impulso la respuesta. Su mano, su cuerpo, se volvió
con una fuerza tremenda posiblemente contenida desde que murió su
padre, desde que sintió la humillación a la que
vio sometida a su madre, de la que él fue consciente y no pudo
responder porque era un niño ya lleno de miedo... Y sin mirar,
descargó toda esa furia sobre Elodie.
¨¡Plas!¨.
Sonó
más dura y seca que la de ella. La tiró al suelo. Incluso él mismo
se sorprendió, jamás había dado un golpe a nadie, no sabía la
fuerza que tenía.
Las
gentes siempre con prisa de Manhattan por fin se detuvieron, por unos
segundos contemplaron a uno y a otro.
-¡Oh,
Dios! ¡Perdona! -dijo Umberto una vez que fue consciente de lo que
había hecho mientras se acercaba inclinándose para ayudarla a
levantarse.
-¡No
me toques! -Creyó ella que debió decir, porque ni se había
escuchado del dolor y de lo que le zumbaba el oído.
A
medida que se incorporaba Elodie iba despertando de su sueño. Sin
embargo, la realidad que se había producido en medio de una acera
también le pareció otro sueño.
Las
lágrimas de desamor y dolor continuaron cayendo por sus mejillas.
Las necesitaba.
-¡No
me volverás a ver jamás!
Huyó
sin volver la vista atrás. Umberto pensó que tampoco se conocía,
sobre todo cuando escuchó los insultos que algunas personas
proferían. Se referían a él.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario