XLV
Umberto
ya no se quedaba por las tardes en la biblioteca de la Universidad
como tantos años hizo. Paolo se le acercó con una sonrisa.
-¿Qué haces?
-Ya ves, estudiar, para enseñar
primero tengo que estudiar y nunca es suficiente.
Vio
a su hijo feliz, iba a salir con la madre. Se le quedó observando
los preciosos ojos. No se le parecía en nada. Por primera vez en su
vida deseó que hubiera sacado algo suyo.
-Vamos, Paolo.
-Adiós, papá.
-Adiós, hijo, ¡tened cuidado!
-Adiós. -Escuchó a Violeta
sin verla.
Después
del golpe de la puerta al cerrar, un pensamiento se cruzó por su
mente, uno de esos temas pendientes que le asaltaban cuando querían:
¨¿Por qué me pide ahora que nos casemos y no lo hizo
cuando se quedó embarazada de Paolo, o nada más tenerlo? Hubiera
sido el momento lógico. ¿Por qué ahora sí y antes no?¨.
Enrico
Cacciatore se mostraba más cercano que nunca a su Director
Financiero. Aquel hombre silencioso, algo mayor que él, hijo del que
a su vez fue mano derecha de su padre Cesare ayudándole en todo,
trabajando y desviviéndose por sacar adelante el negocio hasta su
muerte como su mismo padre, estaba a su lado compartiendo y viviendo
todos aquellos momentos tan importantes para él.
-Fíjate,
tiene mis mismos ojos. Mira el gesto en esta foto, es inteligente y
muy maduro para su edad -dijo mientras buscaba respuesta en algún
gesto de su empleado, pero este permanecía serio-. Ya lo sé, voy
demasiado rápido, pero no me digas que no se parece a mí.
La
bolsita trasparente con el pelo de Paolo se la había guardado en el
bolsillo interior de la chaqueta, con un cuidado tremendo, como si se
tratase de una reliquia. En cualquier caso, el Director Financiero no
dejaba nada al azar, revisó detenidamente los cajones de la mesa de
su jefe para ver si la había depositado allí, sabía que no porque
estaban abiertos. Hubiera preferido encontrarlos cerrados porque él
tenía una copia de la llave que había hecho clandestinamente, como
también se había hecho con la combinación de la caja fuerte hacía
ya muchos años, cuestión fácil, se fijaba si la abría en su
presencia, pilló algún número, hizo pruebas con fechas, números
apuntados aquí y allá que vio anotados en agendas y papeles, una y
otra vez, hasta que una de ellas se abrió. Para
cualquier empleado que esté al lado de su jefe y se quiera hacer con
los datos que abran sus secretos, es muy fácil.
-Sí,
tiene su misma cara, a mí también me sorprendió cuando vi las
fotos. -Expresaba no solo lo que quería escuchar su jefe, el crío
realmente se le parecía.
-Ya
me di cuenta, estabas pálido.
Por un segundo, el Director
Financiero se sintió descubierto, pero Enrico Cacciatore siguió
hablando como si nada.
-Una nueva generación, mi hijo
y los tuyos nos sustituirán.
Le
molestó enormemente aquel comentario, lo que consideraba una
injusticia se perpetuaba, pero no estaba dispuesto a que se le
volvieran a notar sus pensamientos y anhelos.
-No
veo quien le pueda sustituir a usted, señor. -Buscó esconderse tras
la adulación.
-¿Que
no? Todo llega, amigo... -Era la primera vez que se refería a él
con esa palabra, ¨amigo¨, y le volvió a molestar, porque nunca lo
había sido, ni sentido, siempre fue un empleado a sus órdenes, a su
voz de mando, un vasallo-. Y tú lo verás.
Por
un lado pensó que sí, que lo justo sería que lo viera, y por otro
lado pensó que además de enano era tonto, un
idiota capaz de ver y decir lo que él pensaba sin darse cuenta.
¿Cómo había podido llegar hasta allí si no hubiera sido por el
esfuerzo que él y antes su padre habían hecho en la sombra?
El
Director Financiero comprobó cómo su jefa había cambiado en un día
más que en todos los años que llevaba a su lado. Solo tenía un
recuerdo de algo parecido, pero sin llegar, cuando consiguió el
primer contrato con la Fuerzas Armadas. Sin embargo,
ahora había algo más añadido a esa satisfacción, una vitalidad
tremenda, como nunca le había visto a pesar de ser un hombre activo.
Desde el día siguiente
al informe del detective siempre tenía la sonrisa en la cara, una
alegría que le hizo pensar de nuevo que era tonto. Pero
aún pensando de aquella manera, no se atrevió a preguntar por una
cuestión que no paraba de rondarle la cabeza.
¨¿Se
ha hecho las pruebas de ADN?¨.
Había
revisado todas las llamadas realizadas desde la oficina buscando su
nombre, la pista de una empresa que se dedicara a ello. Quería ser
el primero en saber los resultados, siempre se
pueden cambiar si no son del agrado, siempre hay alguien con
falta de dinero, y aun con el suficiente.
¨El
dinero lo compra todo¨, pensaba convencido de ello.
Y
no encontró rastro alguno.
¨Igual
no se ha realizado las pruebas, tal vez lo prefiera así, dar al crío
por hijo suyo sin más, en cuyo caso todo está decidido¨.
Enrico
Cacciatore tenía todo controlado. Los seguimientos a Umberto,
Violeta y Paolo continuaban. Meditaba el momento mejor para
encontrarse con ella y, después de pensárselo mucho le hizo ilusión
uno, cuando estuviera Paolo presente. Los tres juntos por primera
vez.
El teléfono sonó, una voz
femenina hablaba.
-Señor, los detectives ma han
informado de que Violeta acaba de salir con su hijo, y van caminando
en estos momentos por Columbus.
No contestó, pensó. Algo no
lo dejaba concentrarse.
-En lo sucesivo llámela doña
Violeta.
-Disculpe, señor.
El Director Financiero escuchó
un suspiro profundo.
-Bien, vamos.
-¿Llamó al chófer?
-No, no tienes problema en
conducir, ¿no?
-No, ningún problema, señor.
-Espérame en el ascensor.
-De acuerdo, señor.
Nada más salir del despacho,
el Director Financiero tomó otro teléfono que tenía preparado y se
puso en contacto con su ayudante.
-Ahora
mismo, en unos minutos, se va a producir el contacto, zona Columbus,
a la altura Central Park, informe y esté preparado para la
información que le voy a suministrar, tenga siempre listo este
teléfono, yo le llamo, usted no me llame, le repito, no me llame
pasa lo que pase. ¿Me ha comprendido?
-Sí, señor.
Colgó y se dirigió nervioso
hacia la zona de ascensores.
La
tarde era gris, parecía que fuera más tarde de las seis, una de las
peores horas para circular en coche por Manhattan. El Director
Financiero marcó el número de la joven detective, con la que tenía
más contacto de todos los que estaban haciendo los seguimientos.
Habló.
-Hola, estamos ya en el coche.
¿Dónde están ahora?
-Siguen bajando por Columbus.
-¿A qué altura?
-Acabamos de dejar atrás el
Planetario.
Se escuchaba perfectamente que
la mujer iba caminando.
-¿Va usted sola?
-No,
van dos compañeros más en un coche, nos turnamos para no levantar
sospechas.
-Bien.
-Deje la comunicación en
abierto, no vaya a desconectar intervino Enrico Cacciatore.
Se hizo el silencio. El
Director Financiero seguía nervioso, parecía que le estresaba el
tráfico que apenas les dejaba avanzar. Los dos hombres estaban
enfrascados en sus pensamientos.
-¿Cómo
va vestida? -preguntó Enrico Cacciatore.
-¿Quién, yo? -preguntó
dudando la detective.
-No... -sonrió y se sintió
algo más relajado-, ella.
-Tejanos, deportivas y una
cazadora negra.
Nunca la había visto vestida
así. Le agradó la idea, sería más familiar.
-La está..., ¿sigue viéndola
en todo momento?
-Sí, señor.
-¿Este
coche no tiene
bluetooth?
-No, lo siento, señor.
-¿Cuánto calcula que
tardaremos en llegar?
-No sé, depende del tráfico.
-¡Hombre, hasta ahí llego!
Dijo con una sonrisa sarcástica-. ¿Pero cuánto tiempo cree usted?
-preguntó despectivamente y demandando una respuesta.
-Unos quince a veinte minutos,
señor.
Silencio.
Enrico
Cacciatore se removió en su asiento, estaba incómodo. A pesar de
ser un hombre pequeño sentía estrechez en el coche de su empleado,
un Toyota de tipo medio con asientos de tela.
¨Una calle que cruza, la 23¨.
Silencio.
¨Piensa en lo primero que le
vas a decir, es fundamental¨.
Buscaba
pero no encontraba nada. Al empleado le ocurría lo mismo, solo que
este comenzó a notar un temblor en su mano izquierda. Apretó
fuertemente el volante para que parara.
Silencio.
En cuanto aflojaba volvía el
temblor, notó malestar en el estómago, le pareció que se estaba
mareando, bajó un poco la ventanilla de su lado. El movimiento del
cristal atrajo la atención de su jefe.
-¿Sigue usted ahí?
-¿Se
refiere usted a mi? -se escuchó a la detective por el teléfono.
-Sí, claro... -dijo con cierta
desconsideración.
-Sí.
-¿Por dónde van ahora?
-La próxima que cruzaremos
será la 70.
-Por ahí corta Broadway, ¿no?
-Un poco más abajo.
-¡Oh,
Dios! ¡Mierda de tráfico! -Enrico Cacciatore golpeó con fuerza el
salpicadero del coche dando con el puño como si fuera un mazo.
El Director Financiero salió
de sus pensamientos.
-En diez minutos estamos allí,
señor.
-¡No puedo aguantar diez
minutos, necesito ya! ¡Necesito verlos ya! ¡Usted no lo puede
comprender! -dijo enfurecido.
¨¡¿Que
yo no lo puedo comprender?! ¡¿Que yo no lo puedo comprender?!¨. El
Director Financiero apretó los dientes.
¨¡Maldito
cabrón hijo de puta, tan egoísta como su padre!¨.
Sacó
el intermitente de la derecha, solo que en ese lado estaba la acera,
y a por ella se fue.
Enrico
Cacciatore se sintió por medio segundo suspendido en el aire. Estuvo
a punto de decirle que si estaba loco, pero cuando comprobó cómo
avanzaba, aunque con constantes frenazos y aceleraciones, se calló
y, en vez de golpear de nuevo el salpicadero, puso las manos sobre
él, estaba asustado de que le fuera a saltar el airbag.
La
fila de coches parados comenzó a pitar cuando lo vio, por lo que la
gente de la acera no se terminaba de percatar de dónde venía el
peligro.
-¡Por favor, no vaya a
atropellar a nadie!
Pero
el Director Financiero siguió embistiendo como un poseso, pasando
por los pasos de peatones de las calles que interceptaban. Unos
transeúntes gritaron llamándole loco, otros le aplaudieron. También
bocas abiertas mudas por la sorpresa y comerciantes que salían al
escuchar golpes de sillas y mesas saltando. Varios jóvenes se
unieron siguiéndoles en bicicleta a toda velocidad formando una
comitiva, estos iban alegres.
Dentro
del coche, la tensión del conductor se mantenía mientras
que Enrico Cacciatore por primera vez en su vida rogó a un empleado.
-Venga,
déjelo ya, tranquilo.
No
paró.
-¡Por
favor, va a ocurrir una desgracia!
La
mirada fija, el maxilar apretado. Dos segundos de más aceleración.
Frenazo. Una bicicleta se estrelló contra ellos por detrás.
-Gracias, amigo -le dijo
aparentando aprecio mientras le ponía la mano sobre el hombro.
-Yo no soy tu amigo -contestó
el Director Financiero muy serio, concentrado, pero volviendo en sí.
El ciclista dolorido se acercó
a la ventanilla, quería hablar.
Está
bien -dijo Enrico Cacciatore reconociendo la matización que le hacía
su empleado.
Incorporó el vehículo a la
fila en caravana, no hizo un solo gesto, aún parecía hipnotizado.
-¿Sigue usted ahí?
-¿Es a mi?
-Sí, ¡¿a quién va a ser?!
¨No cambiará nunca¨.
-Bueno, como he escuchado...
-Olvídelo, ¿por dónde van?
El
Director Financiero, cuando escuchó esa palabra, ¨olvídelo¨,
recapacitó por un segundo. Olvidarlo, dejarlo, detenerlo todo. Se
sintió tentado de hacerlo, pero una fuerza interior cultivada
durante muchos años le impulsó a apartar ese pensamiento de
inmediato.
Se
dio cuenta de que el coche iba sin una luz, también debía de tener
otros golpes y arañazos. Se alegró de haber hecho algo así por
primera vez en su vida, con su jefe al lado, a ver si se daba cuenta
de lo que era capaz. Después se dijo a sí mismo que debía haber
actuado de esa forma muchos años atrás.
-Pues estamos..., vamos a
cruzar... ¡Perdón, girar a la derecha, girar a la derecha! Sí,
Calle 66, estoy viendo la Broadway.
-Bien,
bien, nosotros estamos subiendo por la décima Avenida, y parece que
hay más fluidez en el tráfico. En pocos minutos nos encontraremos.
-De acuerdo.
Se fijó en su empleado pero no
dijo nada, pensó que la tensión que sentía se la había contagiado
él. Su gesto cambió a comprensivo.
-Disculpe, ¿cuánto gana
usted?
-¿Yo? -preguntó sorprendido
el Director Financiero.
-Sí, ¿cuánto le pago?
Enrico
Cacciatore recordó que desde hacía unos años su empleado, en vez
de pedir subida de sueldo, lo que quería era un pequeño porcentaje
de acciones de Cesare´s Enterprise, decía que también se sentía
parte de ella. Aunque no se hacía reparto de beneficios, comentaba
que el dinero no le interesaba, y cada año su jefe le cedía un
cero y algo por ciento de las acciones. Debía de estar por el 3% en
esos momentos, pero el sueldo era el mismo desde hacía... Ni se
acordaba.
El Director Financiero se
sorprendió a sí mismo no recordando tampoco cuánto ganaba, no le
importaba, su obsesión era otra. Se llevó el dedo índice al oído
y señaló después la pantalla en la que se veía abierta la
comunicación telefónica, y fue en ese momento cuando volvió a
sonar la voz de la detective.
-¡Giran de nuevo a la
derecha!, ¿me ha oído?
-Sí, perfectamente.
-¡Vamos, vamos! -escucharon a
la mujer dando instrucciones a algún compañero.
-Señor.
-¿Sí...?
-Acaba de entrar en la librería
Barnes & Noble que está en la Avenida Broadway, subiendo, nada
más pasar la 66.
-¡Muy
bien, muy bien, estamos ahí en dos minutos! Dijo esgrimiendo una
sonrisa mientras afirmaba con la cabeza.
¨Violeta tiene en cuenta todos
los detalles, necesita algo y no quiere ir a la otra librería que le
coge más cerca de su casa porque allí fue donde nos encontramos¨.
-Esta es la 66.
El Director Financiero
permaneció callado, estaba en sus pensamientos.
¨Ahora
es cuando hay que estar listo, mover los hilos para que todo salga
bien, que nada falle. Suerte, suerte, ¡maldita sea!, ¡por una vez!,
¡a ver si tengo suerte!, ¡solo una vez!, ¡solo una vez!¨.
Al poco habló.
-Señor, es ahí.
Los dos miraron el letrero
verde con las letras en dorado. Se paró sobre el paso de peatones.
-Deséeme suerte -dijo Enrico
mientras salía del coche, de alguna forma coincidían en sus
pensamientos.
¨Este tío es idiota¨.
El
Director Financiero estaba convencido de que no se merecía lo que
tenía,
-Señor,
¿digo a los detectives que dejen ya la vigilancia? Preguntó
elevando la voz.
-Están
en la primera planta se escuchó proviniendo del teléfono.
-No
comprendo por qué me dice eso.
El
empleado se volcó sobre su asiento, intentaba acercarse más para
hablarle lo más bajo posible.
-Tendrá
más intimidad, señor, si no, permanecieran vigilándoles a los
tres, los gestos, las conversaciones..., ya sabe, creo que se sentirá
más libre.
Repasó
lo que le decía y sintió que a él esa cuestión no le retraería
ni le molestaría lo más mínimo, en definitiva
era gente a la que pagaba por sus servicios, le daba igual lo que
pensaran, pero después de la reacción que le había visto aquella
noche, lo quiso tener en cuenta, que no se sintiera inútil, llevaba
desde siempre a su lado.
-Tiene
usted razón, gracias contestó finalmente mientras se disponía a
cerrar la puerta.
-Disculpe,
señor, ¿le tengo que esperar?
Ahora
Enrico Cacciatore hizo gesto de estar un poco harto, estaba siendo
demasiado condescendiente con él.
-No,
no hace falta. ¨No me hace falta para nada, pesado¨.
No
dijo adiós.
-Gracias,
señor -dijo al mismo tiempo que sonó el golpe de la puerta.
-¿Ha
escuchado al señor Cacciatore? -habló con voz firme.
-¿Levantamos
la vigilancia?
-Así
es.
-¿Dejo
al menos a un compañero?, por prudencia.
-No,
quiere intimidad, y si lo detecta las quejas a su jefe serán
fuertes, no lo dude, y si la reunión no sale como él desea, dirá
que los culpables son ustedes.
-Está
bien, la verdad es que necesitamos un descanso.
-Sí,
yo también -dijo serenándose.
-El
señor Cacciatore es muy nervioso, ¿verdad?
-Así
es, pero estoy acostumbrado, no se preocupe.
La
detective pudo imaginar su sonrisa.
-Entonces
hablamos mañana.
-Bien,
hablamos mañana, que descanse, joven, ha hecho muy bien su trabajo.
-Gracias,
señor.
De
inmediato, el Director Financiero puso el Toyota en circulación y
cambió varias veces de dirección. En aquel
momento no era capaz de mantener una conversación mínima mientras
conducía. De nuevo se detuvo, conectó con el otro teléfono que
llevaba en el bolsillo.
-Están
juntos en la primera planta del Barnes & Noble que está en
Broadway con la 66.
-Lo
comunico de inmediato contestó el ayudante mientras se alisaba la
corbata roja.
-Que
se den prisa.
-Bien,
señor.
El
automóvil se incorporó de nuevo a la circulación.
El
ayudante del Director Financiero hizo su parte del trabajo. Nada más
terminar de traspasar la información se fue al cuarto de baño, le
habían entrado unas ganas tremendas de orinar, de hecho, en los
últimos veinte minutos era la tercera vez que tuvo necesidad de ir.
Apenas fueron unas gotas. Cuando salió miró el espejo, se vio un
hombre importante. En su mente, una gran cantidad de dinero en fajos
amontonados sobre una mesa. Eran suyos.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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