La
chiquilla del carbonero, bonita u sucia cual una moneda, bruñidos
los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la
tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo
al hermanito.
Vibra
la hora de mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz
brillante, se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la
brama de la dehesa de los Caballos, la alegría del viento del mar en
la maraña de los eucaliptos.
Sentida
y dulce la carbonera canta:
Mi
niiiño se va a dormí
en
graaasia de la Pajtoraaa...
Pausa.
El viento en las copas.
… y
pooor dormirse mi niñooo,
se
duerme la arruyadoraaa...
El
viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se
llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga
copla de madre, se adormila, igual que un niño.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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