Un
viejo marinero dejó de fumar cuando vio que su loro tosía cada vez
más. Tenía miedo de que el humo de su pipa, que casi siempre
llenaba la habitación, fuera perjudicial para la salud de su
loro.
Luego
hizo que un veterinario examinara al animal. Y, tras un concienzudo
reconocimiento, el veterinario llegó a la
conclusión de que el loro no padecía de psitacosis ni de pneumonía.
Sencillamente, imitaba la tos del fumador empedernido que era su
dueño.
ANTHONY
DE MELLO.
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