JOSÉ GARCÍA MORENO cuenta
con la gran distinción, dignidad superior, de la GRAN CRUZ DE ISABEL
LA CATÓLICA, según el Real Decreto de 19 de julio de 1887. Para
su familia parece ser que fue concedida por su eficaz actuación y
heroico comportamiento en la lucha contra una epidemia en Málaga,
una pandemia de gripe, siendo gobernador civil de esta ciudad.
Si su eterno rival,
correligionario y amigo de La Alpujarra, Bueso Bataller, fue nombrado
gobernador civil de Almería, García Moreno también lo sería, pero
de una plaza más importante; Málaga. Poco conocemos de este
periodo, cuyo mandato puede haber durado meses o días, a falta de
una investigación en los diarios malagueños de la época y dada la
infructuosa búsqueda en los archivos del Gobierno Civil de Málaga.
Desde luego, los documentos
encontrados en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores no
parecen confirmar esta hipótesis, y el nombramiento de gobernador
civil puede haber sido posterior a 1887.
Hasta hoy ningún orgiveño ha
sido condecorado con tan alta distinción. La orden fue creada
por Fernando VII el 24 de marzo de 1815. En ella hay tres clases de
individuos; grandes cruces, comendadores y caballeros. Las
insignias de las grandes cruces son: banda de seda
blanca ancha terciada del hombro derecho al izquierdo, con dos fajas
de color de oro, no distantes de sus cantos, con un espacio igual al
mismo filete, uniendo los extremos de dicha banda un lazo de cinta
angosta de la misma clase de que pende la cruz, que es de oro,
coronada con corona olímpica, formada de cuatro brazos iguales,
esmaltada de color rojo; en su centro hay sobrepuesto un escudo
circular con las dos columnas y globos que representan las Indias,
enlazadas con una cinta y cubiertos con una corona imperial, llenando
el campo del escudo los rayos de luz, que partiendo de los mismos
globos se extienden en todas direcciones. En
el exergo, y sobre campo blanco, hay la siguiente leyenda en letra de
oro: ¨A LA LEALTAD
CRISOLADA¨. Por el reverso es lo mismo, con la
diferencia que en él se lee ¨POR
ISABEL LA CATÓLICA, FERNANDO VII¨,
puesta la primera parte en la mitad superior del exergo y el nombre
del rey en el centro, al escudo, sobre campo azul en cifra de oro,
coronada de corona real. Llevan también las grandes cruces placa de
oro de la misma forma que la cruz e igual esmalte en el escudo, más
el semicírculo superior del exergo lo ocupa la leyenda del anverso y
la inferior la del reverso, colocando en el centro de aquélla la
cifra coronada del nombre del rey.
García
Moreno está, pues, en posición de la dignidad superior de esta
Orden. Si el reconocimiento de GRAN
CRUZ DE ISABEL LA CATÓLICA distinción
de oro que fue fundida en Granada, en plena Guerra Civil, para su
donación a la causa nacional- fue conferida por su arrojo y valor,
no es menos cierto que este hombre -también CABALLERO
CUBIERTO ANTE EL REY-
tenía una humanidad y bondad inconmensurable, además de gozar de
las simpatías de todos los orgiveños. Siempre se
preocupó de los enfermos del pueblo, de los más débiles, a quienes
tuteaba y les preguntaba por su salud, además de enviar víveres,
comida y ropa de todas clases. En ocasiones, sobre todo en Navidad y
verano, en la puerta de su casa se aglomeraban decenas de pobres en
fila para pedir limosna.
Su sobrino, el notario y
decano del Colegio Notarial de Granada, José García Trevijano,
también siguió con esta práctica de dar limosna a los pobres de
Órgiva y de otros pueblos cercanos de la Alpujarra que a su casa
llegaban, formándose largas colas de más de cien metros, que los
mayores meditaban y nosotros de niños aún hoy traemos a la memoria.
Pocos ya recuerdan a estas ilustres personas, muy ricas, pero
comprometidas con la pobreza de la comarca. Hombres buenos que
descansan en el cementerio viejo de Órgiva, tributándoles a su
tumba sólo una mirada de respeto, que debería de ser siempre de
admiración y cariño por la labor humanitaria que siempre
realizaron.
Una
de las muchas anécdotas que hoy podemos narrar de José
García Moreno y que resume
su caballerosidad, su protección frente a los débiles, ocurrió
durante un frío invierno de los muchos que acontecen o sobrevienen
en nuestro pueblo.
Uno
de los labradores que trabajaba en las fincas de García Moreno
acudió a la casa del prestigioso político, para solicitarle una
ayuda económica. Era la hora de la sobremesa y el matrimonio estaba
sentado alrededor de la mesa-camilla, con el típico brasero de la
comarca, que imaginamos de ascuas de leña y tapado parcialmente con
cenizas. Al abrir la puerta el mayordomo de García
Moreno le preguntó que
deseaba:
Venía
a hablar con el señorico don José, para pedirle el favor de un
adelanto económico.
El
matrimonio oyó la conversación y García Moreno hizo
una señal para hacer pasar al bracero, mientras su mujer una y otra
vez le pisaba el pie para que no accediera a la petición de aquel
trabajador.
El diputado provincial
era una persona que siempre tuteaba a los orgiveños, aunque nadie en
el pueblo lo hacían con él, infundía autoridad, además de respeto
y cariño a la vez:
¿Qué
pasa Antonio? ¿Qué te sucede?, dijo García Moreno.
El
jornalero con su sombrero quitado y tras hacer varias reverencias,
inclinando su cabeza, como entonces era costumbre con las personas
ricas, los terratenientes, le
dijo:
Señor,
vengo a pedirle adelantadas nueve pesetas, no tengo nada de dinero y
mi mujer está muy enferma. Las necesito para ir a Granada. A cambio
señor de los trabajos pendientes... añadió.
La
esposa de García Moreno no cesaba de pisarle el pie y cansado ya de
sus pisotones y de su aplastante negativa, se levantó y mirándola
le dijo:
¡No
me pises más! Si este hombre viene a pedirme nueve pesetas es porque
las necesita. Antonio, toma cinco duros y no me los devuelvas.
A
continuación le acompañó a la puerta, algo inusual en aquella
época, y le despidió deseándole lo mejor para su esposa y añadió:
Si
necesitas más no dudes en pedírmelo.
Esta
anécdota contada una y otra vez por María Trevijano, después del
fallecimiento de García Moreno, revela la condición humana de la
gran figura de Órgiva. Sobran nuestras palabras.
También
protegió, como no, a su familia. García Moreno era el gran
patriarca de todos sus primos, que le adoraban y obedecían como si
de un padre más se tratase. Un ejemplo de generosidad que, salvo el
notario Antonio García-Trevijano, no se ha vuelto a repetir en
Órgiva, tal vez aprendido de su amigo y jefe político Práxedes
Mateo Sagasta. A su muerte los primos saldrían del entorno de la
casa, ya no contarían con la protección e influencia de su viuda.
JUAN
GONZÁLEZ BLASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario