De
pronto, sin matices, rompe el silencio de la calle el seco redoble de
un tamborcillo. Luego, una voz cascada tiembla un pregón jadeoso y
largo. Se oyen carreras, calle abajo... Los chiquillos gritan: ¡El
tío de las vistas! ¡Las vistas! ¡Las vistas!
En
la esquina, una pequeña caja verde con cuatro banderitas rosas
espera sobre su catrecillo, la lente al sol. El viejo toca y toca el
tambor. Un grupo de chiquillos sin dinero, las manos en el bolsillo o
a la espalda, rodean, mudos, la cajita. A poco llega otro corriendo,
con su perra en la palma de la mano. Se adelanta, pone sus ojos en la
lente...
-¡Ahooora
se verá... al general Prim... en su caballo blancooo!... - dice el
viejo forastero con fastidio, y toca el tambor.
- ¡El puerto... de Barcelonaaa!... - y más redoble. Otros niños van llegando con su perra lista, y la adelantan al punto al viejo, mirándolo absortos, dispuestos a comprar su fantasía. El viejo dice:-¡Ahooora se verá... el castillo de la Habanaaa! Y toca el tambor...
Platero,
que se ha ido con la niña y el perro de enfrente a ver las vistas,
mete su cabezota por entre las de los niños, por jugar. El viejo,
con un súbito buen humor, le dice: ¡Venga tu perra!
Y
los niños sin dinero se ríen todos sin ganas, mirando al viejo con
una humilde solicitud aduladora...
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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