XLVIII
-¿La
policía sigue alguna pista? -preguntó el señor Kipling.
-No
dicen nada.
-¿Y
usted qué piensa?
-¿Yo...?
Estoy completamente desconcertado... con esta mierda de vida. No
comprendo, no comprendo nada.
Umberto
echó una mirada retrospectiva y todo su pasado apareció en su
mente. Hechos puntuales, segundos aquí y allá, todo había girado
en torno a esos pocos instantes.
¨¿Por
qué me tiene que ocurrir todo esto a mí?¨.
-No
es lógico lo ocurrido. Por un lado, dos hombres asaltan en la planta
superior la caja de la cafetería al mismo tiempo que abajo otros dos
están atracando la caja de la librería. Parece
ser que una mujer los esperaba en la misma puerta con un coche en
marcha. Lo hacen perfecto, profesionales, diría cualquiera. El
objetivo rápido y fácilmente cumplido. Poca investigación, otro
atraco más... ¿Y se complican la vida matando a dos clientes a
sangre fría solo porque Paolo los mira?
-El
pobre se siente culpable, aunque yo le diga y le repita que no. Hasta
que no lo resuelva por él mismo... -Umberto hizo un movimiento
negativo con la cabeza-. Por las noches se
despierta gritando, llorando, reviviéndolo todo. Ahora
está durmiendo conmigo.
-¿Se
considera culpable?
-Sí.
-La
verdad es que la gente comentaba a los que llegaban una y otra vez la
misma historia, que el niño se quedó mirando a uno de los
atracadores, desafiándolo, y entonces este..., él lo escuchó todo.
-Y
a saber si ese fue el motivo, pero eso no es lo que me importa ahora
mismo. Las muertes ya no tienen remedio, y Paolo no debe sufrir
como... -¨Yo¨, estuvo a punto de decir.
-Si
realmente son profesionales, el objetivo no era el atraco.
-El
señor Kipling no le quiso decir a Umberto la impresión que le dio
el estar de Violeta unos minutos antes de que ocurriera la tragedia,
¿para qué añadir una preocupación más?, y menos una duda sobre
su pareja estando esta ya fallecida; pero allí ocurría algo, ¿cómo
hacérselo ver sin decírselo?-. ¿Quién era el hombre con el que
compartía mesa?
-Un
cliente de la empresa donde trabajaba Violeta.
-¿Usted
lo conocía?
-No.
-Según
dicen los periódicos, debía ser uno de los clientes más
importantes, habida cuenta de la fortuna que tenía, y sin familia...
Qué extraño...
-¿Por
qué?
-No
sé, no abunda mucha gente así.
-Con
esa fortuna es posible, pero solos en la vida..., yo mismo tengo solo
a Paolo, y usted no creo que me saque mucha ventaja.
-Oh,
disculpe.
-No,
no pasa nada, pero no le comprendo, que otra persona me diga eso,
pues..., bien..., pero, precisamente usted..., salvo que me quiera
decir otra cosa, en cuyo caso le rogaría que fuera más claro.
-No
sé a qué se refiere...
-Me
refiero a que me ha preguntado que quién era el hombre que compartía
la mesa con Violeta y Paolo cuando, a continuación, usted sabía
quién era.
-Sólo
sé lo que ha salido en los periódicos.
-Usted
sabe perfectamente lo que quiero decir.
Había
captado rápida y perfectamente sus segundas intenciones. El señor
Kipling dio marcha atrás. Recordó la actitud de Violeta en otra
ocasión. Mejor no entrar sin tener las cosas muy
claras. Añadiría
más perplejidad a una persona en esas circunstancias, lo podía
distraer de lo más importante, la atención a su hijo.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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