jueves, 17 de septiembre de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


XLVI

Antes de comprar lo que iban buscando, Violeta y Paolo se sentaron a merendar. Le gustaba el ambiente acogedor de aquel Starbucks Coffee que había en la primera planta de la librería. Encontraba algo especial allí, no lo supo explicar hasta que leyó que los creadores de esa cadena especializada en café, la más grande del mundo, fueron dos profesores, uno de Inglés y otro de Historia, a los que se unió un escritor. Hasta las mesas se llevaban los clientes las novelas, libros y enciclopedias. Las hojeaban mientras degustaban un café espresso o cappuccino no era comparable al que estaba acostumbrada a tomar en Italia, le faltaba concentrado, así que por lo general se decidía por un frapuchino, especialidad desconocida para ella, y por tanto no comparable; mientras que Paolo se decidía por un zumo y una muffin de chocolate que le encantaba. Los dos estaban relajados y contentos.

Enrico Cacciatore se notó ligero al andar, tuvo la impresión de ir caminando sobre una alfombra muy mullida, y esa sensación se le transmitía al resto de su cuerpo. Intentó de nuevo pensar en las palabras que le diría al verla. Esas primeras palabras y la actitud eran muy importantes para el desarrollo de la conversación que vendría a continuación. Sabía que ella pondría todas las barreras posibles, y él le tenía que hacer ver que no había hostilidad por su parte, nunca la encontraría, que viera en él una salida para ella y el hijo. Debía ser un infierno la convivencia con un hombre violento. Ya se encargaría de él.
Volvió a buscar esa primera frase, que fuera agradable, original. No la encontraba.
La entrada a la librería estaba a diez metros y la tensión no le dejaba pensar, su mente iba por donde ella quería y no por donde él le dictaba. La imagen del rostro enfurecido y extraño del Director Financiero se le apareció de pronto.
¨Este hombre debe de tener algún problema grave¨, pensó mientras empujaba la puerta intentando concentrarse de nuevo.

-¡Es ella! -dijo Paolo alegre y sorprendido.
-¿A quién te refieres?
-A esa mujer que va con el hombre, la que está tomando las escaleras para bajar.
Violeta solo pudo ver el pelo moreno por detrás, que vestía pantalón vaquero y un abrigo largo de poliéster acolchado de color negro.
-¿La conoces?
-Sí, hace unos días, se me acercó cuando estaba en el jardín del colegio y me dijo que tenía unos ojos muy bonitos, pero que me tenía que quitar el pelo de la cara para que se me vieran. ¡Me peinó! -De nuevo se alegró Paolo recordando su vivencia.
-¿Que te peinó? -preguntó Violeta extrañada.
-Sí, sacó un cepillo del bolso y me peinó, era muy simpática.
-¡¿Pero es la madre de algún otro niño?!
-Eso mismo pensé yo al principio, pero después no esperó, se marchó.
-Paolo... -Violeta miró nerviosa en todas direcciones. No te muevas de aquí, ahora mismo vuelvo dijo agitada.

Tras un breve vistazo en la planta baja, observó al hombre y a la joven que bajaban por las escaleras mecánicas que había a la izquierda. Ella hizo una sutil pero visible inclinación de cabeza cuando cruzaron la mirada, los detectives se marchaban. Enrico Cacciatore ya se había fijado en el automóvil aparcado en doble fila con un hombre en su interior y fumando.
Las escaleras le llevaban ahora a él a la planta superior, hacia ellas se dirigía deprisa Violeta en ese preciso momento. Se vieron cara a cara, justo en el momento en que ella las iba a tomar.
Los detectives montaron en su automóvil, este se puso en marcha. Intentaban relajarse después de un día de trabajo bien hecho.

Unos minutos después, el Director Financiero bajó las ventanillas, estaba apostado de nuevo con visión directa a la librería de Barnes & Noble. Al poco tiempo, un automóvil paró delante de la puerta en doble fila, bajaron cuatro hombres, hablaron, debían ser ellos. Suspiró, el objetivo estaba a tiro, todo salía según lo previsto.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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