XLVI
Antes
de comprar lo que iban buscando, Violeta y Paolo se sentaron a
merendar. Le gustaba el ambiente acogedor de aquel Starbucks Coffee
que había en la primera planta de la librería. Encontraba algo
especial allí, no lo supo explicar hasta que leyó que los creadores
de esa cadena especializada en café, la más grande del mundo,
fueron dos profesores, uno de Inglés y otro de Historia, a los que
se unió un escritor. Hasta las mesas se llevaban los clientes las
novelas, libros y enciclopedias. Las hojeaban mientras degustaban un
café espresso o cappuccino no
era comparable al que estaba acostumbrada a tomar en Italia, le
faltaba concentrado, así que por lo general se decidía por un
frapuchino,
especialidad desconocida para ella, y por tanto no comparable;
mientras que Paolo se decidía por un zumo y una muffin
de
chocolate que le encantaba. Los dos estaban relajados y contentos.
Enrico
Cacciatore se notó ligero al andar, tuvo la impresión de ir
caminando sobre una alfombra muy mullida, y esa sensación se le
transmitía al resto de su cuerpo. Intentó de nuevo pensar en las
palabras que le diría al verla. Esas primeras
palabras y la actitud eran muy importantes para el desarrollo de la
conversación que vendría a continuación. Sabía que ella pondría
todas las barreras posibles, y él le tenía que hacer ver que no
había hostilidad por su parte, nunca la encontraría, que viera en
él una salida para ella y el hijo. Debía ser un infierno la
convivencia con un hombre violento. Ya se encargaría de él.
Volvió
a buscar esa primera frase, que fuera agradable, original. No la
encontraba.
La
entrada a la librería estaba a diez metros y la tensión no le
dejaba pensar, su mente iba por donde ella quería
y no por donde él le dictaba. La imagen del rostro enfurecido y
extraño del Director Financiero se le apareció de pronto.
¨Este
hombre debe de tener algún problema grave¨, pensó mientras
empujaba la puerta intentando concentrarse de nuevo.
-¡Es
ella! -dijo Paolo alegre y sorprendido.
-¿A
quién te refieres?
-A
esa mujer que va con el hombre, la que está tomando las escaleras
para bajar.
Violeta
solo pudo ver el pelo moreno por detrás, que vestía pantalón
vaquero y un abrigo largo de poliéster acolchado de color negro.
-¿La
conoces?
-Sí,
hace unos días, se me acercó cuando estaba en el jardín del
colegio y me dijo que tenía unos ojos muy bonitos, pero que me tenía
que quitar el pelo de la cara para que se me
vieran. ¡Me peinó! -De nuevo se alegró Paolo recordando su
vivencia.
-¿Que
te peinó? -preguntó Violeta extrañada.
-Sí,
sacó un cepillo del bolso y me peinó, era muy simpática.
-¡¿Pero
es la madre de algún otro niño?!
-Eso
mismo pensé yo al principio, pero después no esperó, se marchó.
-Paolo...
-Violeta miró nerviosa en todas direcciones. No te muevas de aquí,
ahora mismo vuelvo dijo agitada.
Tras
un breve vistazo en la planta baja, observó al hombre y a la joven
que bajaban por las escaleras mecánicas que había a la izquierda.
Ella hizo una sutil pero visible inclinación de cabeza cuando
cruzaron la mirada, los detectives se marchaban. Enrico Cacciatore ya
se había fijado en el automóvil aparcado en doble fila con un
hombre en su interior y fumando.
Las
escaleras le llevaban ahora a él a la planta superior, hacia ellas
se dirigía deprisa Violeta en ese preciso momento. Se vieron cara a
cara, justo en el momento en que ella las iba a tomar.
Los
detectives montaron en su automóvil, este se puso en marcha.
Intentaban relajarse después de un día de trabajo bien hecho.
Unos
minutos después, el Director Financiero bajó las ventanillas,
estaba apostado de nuevo con visión directa a la librería de Barnes
& Noble. Al poco tiempo, un automóvil paró delante de la puerta
en doble fila, bajaron cuatro hombres, hablaron, debían ser ellos.
Suspiró, el objetivo estaba a tiro, todo salía según lo previsto.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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