miércoles, 23 de septiembre de 2015

INTERMEDIO SOBRE LAS OBRAS DE JUVENTUD.



  Toda la ¨primera época¨ de Juan Ramón -que hasta Laberinto está constituida por 15 libros publicados y varios inéditos o incompletos- es el fruto de una labor incesante de crecimiento y depuración. La exaltación romántica y decadente de la muerte y de los impulsos carnales va dejando paso a una mayor contención expresiva. El paisaje, a menudo crepuscular o velado por la bruma, se convierte en espejo de sentimientos afines, expresados mediante contornos borrosos y toques de color -equivalente, en cierto modo, a las pinceladas del impresionismo pictórico- que dejan flotando sensaciones vagas e indecisas. Acuñaciones verbales como ¨la incierta penumbra¨, ¨vagos ángeles malvas¨, ¨lejanos valles¨, ¨vagas músicas antiguas¨ presentan una realidad esfumada, cambiante, poco definida.
El cuidado exquisito de los matices del color llega hasta extremos inimaginables. Así, en un poema se contempla el campo a través de una cristalera coloreada:

¡Valle nuevo, a través de la cristalera
de colores!... Trastorna su luz y sus colores.
Cristal rojo, azul, verde.

El colorido floral se modifica, y el poema concluye:

El azahar es celeste; los redondos claveles
de sangre, son morados;
los moriscos jazmines
amarillos, son cobres...

La fusión o identificación entre sensaciones paisajísticas y estados de ánimo aparece especialmente marcada en Arias tristes, donde se lee, por ejemplo:

Voy por el camino antiguo
lleno de ramaje y yerba,
sin pisadas, con aroma
de cosas vagas y viejas.
Paisaje velado y lánguido
de bruma, nostalgia y pena;
cielo gris, árboles secos,
agua parada, voz muerta.

En jardines lejanos se acentúa la atmósfera doliente y sensual, y se percibe más el esfuerzo por crear poemas que vengan a ser trasposiciones de sonatas musicales, e incluso el libro reproduce una partitura de Gluck, de igual modo que Pastorales recoge otras de Beethoven y Schumann. La soledad sonora mantiene elementos modernistas, como el frecuente uso de los serventesios en versos alejandrinos, o el motivo de las fuentes y los jardines en el marco de una estilizada naturaleza pictórica, pero también insiste en el tema del anhelo erótico que formaba parte ya de los primeros poemas del autor, contrapuesto a una aspiración idealizadora y espiritual:

¡El Kempis y Francina!...
¡Dos cosas tan distintas!
Pues ellas son mi vida.

Otros motivos -así, el ángelus y la flauta- hacen pensar en el influjo de poetas como Francis Jammes y Albert Samain. La naturaleza se percibe en algún caso desde un interior confortable, a través del balcón abierto, como en ciertos cuadros decimonónicos o en el conocido soneto De invierno, de Rubén Darío. Son, pues, muy variados los estímulos y modelos que se funden en La soledad sonora. En conjunto, la opulencia sensorial, la riqueza de sensaciones visuales y auditivas y su uso como expresiones analógicas de estados de ánimo proporcionan al libro una notable identidad.

RICARDO SENABRE SEMPERE.

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