Toda
la ¨primera época¨ de
Juan Ramón -que hasta Laberinto
está constituida por 15 libros publicados y varios inéditos o
incompletos- es el fruto de una labor incesante de crecimiento y
depuración. La exaltación romántica y decadente de la muerte y de
los impulsos carnales va dejando paso a una mayor contención
expresiva. El paisaje, a menudo crepuscular o velado por la bruma, se
convierte en espejo de sentimientos afines, expresados mediante
contornos borrosos y toques de color -equivalente, en cierto modo, a
las pinceladas del impresionismo pictórico- que dejan flotando
sensaciones vagas e indecisas. Acuñaciones verbales como ¨la
incierta penumbra¨, ¨vagos ángeles malvas¨, ¨lejanos valles¨,
¨vagas músicas antiguas¨ presentan
una realidad esfumada, cambiante, poco definida.
El
cuidado exquisito de los matices del color llega hasta extremos
inimaginables. Así, en un poema se contempla el campo a través de
una cristalera coloreada:
¡Valle
nuevo, a través de la cristalera
de
colores!... Trastorna su luz y sus colores.
Cristal
rojo, azul, verde.
El
colorido floral se modifica, y el poema concluye:
El
azahar es celeste; los redondos claveles
de
sangre, son morados;
los
moriscos jazmines
amarillos,
son cobres...
La
fusión o identificación entre sensaciones paisajísticas y estados
de ánimo aparece especialmente marcada en Arias
tristes,
donde se lee, por ejemplo:
Voy
por el camino antiguo
lleno
de ramaje y yerba,
sin
pisadas, con aroma
de
cosas vagas y viejas.
Paisaje
velado y lánguido
de
bruma, nostalgia y pena;
cielo
gris, árboles secos,
agua
parada, voz muerta.
En
jardines lejanos
se acentúa la atmósfera doliente y sensual, y se percibe más el
esfuerzo por crear poemas que vengan a ser trasposiciones de sonatas
musicales, e incluso el libro reproduce una partitura de Gluck,
de igual modo que Pastorales
recoge otras de Beethoven
y Schumann. La soledad sonora
mantiene elementos modernistas, como el frecuente uso de los
serventesios en versos alejandrinos, o el motivo de las fuentes y los
jardines en el marco de una estilizada naturaleza pictórica, pero
también insiste en el tema del anhelo erótico que formaba parte ya
de los primeros poemas del autor, contrapuesto a una aspiración
idealizadora y espiritual:
¡El
Kempis y Francina!...
¡Dos
cosas tan distintas!
Pues
ellas son mi vida.
Otros
motivos -así, el ángelus y la flauta- hacen pensar en el influjo de
poetas como Francis Jammes y Albert Samain. La naturaleza se percibe
en algún caso desde un interior confortable, a través del balcón
abierto, como en ciertos cuadros decimonónicos o en el conocido
soneto De invierno, de
Rubén Darío. Son, pues, muy variados los estímulos y modelos que
se funden en La soledad sonora. En
conjunto, la opulencia sensorial, la riqueza de sensaciones visuales
y auditivas y su uso como expresiones analógicas de estados de ánimo
proporcionan al libro una notable identidad.
RICARDO
SENABRE SEMPERE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario