Se
traslada Juan Ramón a Sevilla, donde inicia estudios de pintura con
Salvador Clemente, al mismo tiempo que se matricula en el curso
preparatorio de Derecho. De esta época data su amistad con el gran
pintor Daniel Vázquez Díaz también onubense, a quien se deben tres
admirables retratos del poeta. En 1898 y 1899, Juan Ramón publica
diversas composiciones en las revistas El gato negro, de
Barcelona, Vida Nueva,
de Madrid, y El Programa, editada
en Sevilla. Intensifica la lectura incesante de poetas como Rubén
Darío, Villaespesa y Salvador Rueda, y se adentra en el conocimiento
de autores franceses, entre ellos Victor Hugo y Lamartine. La
vocación literaria es cada vez más firme y Juan Ramón decide
abandonar sus estudios de Leyes, sin que su familia se oponga. Una
circunstancia minúscula, pero decisiva para él, reafirma los
propósitos del poeta; el propio Juan Ramón ha contado cómo, a raíz
de la publicación de un poema en Vida Nueva.
Recibí
una tarjeta postal de Francisco Villaespesa (...) en la que me
llamaba hermano y me invitaba a ir a Madrid, a luchar con él por
el modernismo (…) Y la tarjeta venía firmada también ¡por
Rubén Darío! ¡¡Rubén Darío!! (…) Era para mí como si el
sol grana que yo veía romper, cada aurora, en mi caballo
galopante, los blancores crudos y mates de los pinos de mi
Fuentepiña, se me hubiese metido en la cabeza. Yo modernista, yo
llamado a Madrid por Villaespesa con Rubén Darío; yo 18 años y
el mundo por delante, con una familia que alentaba mis sueños y
que me permitía ir adonde yo quisiera. ¡Qué locura, qué
frenesí, qué paraíso!
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En
1900 llega Juan Ramón Jiménez a Madrid, donde se hospeda en una
pensión de la calle Mayor. Durante unos meses escribe, asiste a
tertulias con jóvenes autores como Valle-Inclán o Villaespesa, y
concluye la preparación de un nutrido conjunto de poemas, que
proyecta publicar bajo el título Nubes. Villaespesa
le sugiere que la extensión del texto aconseja dividirlo en dos
libros, y Juan Ramón accede. Se publican, así, Ninfeas
y
Almas de violeta, ambos
en 1900, y avalados por un soneto de Rubén Darío y un prólogo de
Villaespesa, respectivamente. El designio estético de Juan Ramón y
su voluntad innovadora alcanzan a la misma confección material de
ambos volúmenes: Ninfeas está
íntegramente impreso en tinta verde, y Almas de
violeta en
color morado. De este modo, el aspecto externo de las obras -tan
exquisitamente cuidado por los primeros modernistas- proclamaba ya el
propósito del joven poeta de romper con los moldes establecidos,
incluidos los usos tipográficos habituales.
En cuanto al contenido, se
trata de poemas de un erotismo enfermizo, con frecuencia unido a
motivos fúnebres, claramente manifestados en la elección de las
imágenes; la bruma vespertina va
extendiendo su sudario
ceniciento,
su fatídica mortaja,
sobre el cuerpo agonizante de la
tierra;
las sombras,
como fría y negra tapa
de una tumba, van pesando
formidables
sobre el tétrico sepulcro de mi
alma;
o
se habla de ¨los
sepulcros de los días que murieron¨. Las
niñas muertas, la enfermedad, la tensión entre los anhelos
espirituales y la exaltación carnal son motivos que revelan un mundo
peculiar, de estirpe romántica, tratado con una gran variedad de
formas métricas y con un léxico característico del primer
modernismo -el ¨azur¨,
el
¨dulce
quejido epitalámico¨,
la ¨veste
de oro¨, la
¨nívea
canción¨-, e
incluso con alguna experimentación verbal poco afortunada, como ¨la
nacárea nave¨.
Se tratas de un mundo poético todavía en embrión -aunque algunos
de sus ingredientes perdurarán hasta mucho más tarde-, pero con
acentos muy personales, y no resulta extraño que esta lírica
doliente y apasionada suscitara el interés de Villaespesa y de Rubén
y diese a Juan Ramón una rápida notoriedad entre los círculos de
escritores jóvenes que tanteaban nuevos caminos para la poesía
española, espoleados por el modelo deslumbrante de Rubén Darío.
Pero
1900 no es sólo el año de los primeros libros, sino también de
otros acontecimientos menos jubilosos; la muerte del padre y, como
consecuencia, la primera crisis depresiva del poeta, a la que
seguirán otras muchas en etapas posteriores.
RICARDO
SENABRE SEMPERE.
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