EL
SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.
LIX
El
fiat azul discurre despacio por la tangenziale di
Napoli. La
densa niebla no deja ver dos palmos más adelante, de hecho, unos
meses antes en aquellas condiciones el avión no podría haber
aterrizado en el anticuado aeropuerto. Pero la
técnica evoluciona cada día a pasos agigantados y, aunque muy
lentamente, termina llegando hasta los rincones de Italia. Al menos
eso piensa Filippo Remini mientras mira la antorcha y la llama dorada
adherida en el frontal del alto copete del sombrero, un diseño
anticuado y pomposo al igual que el uniforme del que forma parte, más
propio de los años 30 del siglo anterior. El
caravinieri que conduce lo ha depositado sobre el salpicadero negro y
sucio del vehículo policial.
Disminuye
la velocidad y sale de la carretera principal, poco tiempo después
se une a una gran cantidad de coches estacionados en un rellano.
Algunos están con las luces de las sirenas encendidas lanzando
destellos y haces de colores por entre la niebla, iluminando las
motitas que flotan y caen lentamente.
Baja
de inmediato. El frío, y sobre todo la humedad, le calan hasta los
huesos aunque va bien abrigado. El
caravinieri toma
el sombrero por la visera y también sale, se lo ajusta a su cabeza
con un movimiento de vaivén seguro mientras anda. Filippo le sigue.
Aquel
uniforme con apariencia de gala militar, negro con doble línea roja
de adorno y toques dorados en los complementos toma toda su
dimensión. De vez en cuando se escuchan voces gritando el nombre de
las jóvenes, provienen del fondo del pozo de niebla.
-¡Miriam!
-Un breve espacio de tiempo y de nuevo-: ¡Miriam! ¡Dana!
-Tenga
cuidado no vaya a resbalar -comenta el caravinieri mientras se
vuelve.
-No
se preocupe.
Los
zapatos que lleva no son los más adecuados para caminar por el
lugar, piedras húmedas, resbaladizas. Cada vez que se ve obligado
por los sucesos a caminar por este tipo de terreno se dice a sí
mismo que tiene que añadir a su vestuario prendas deportivas, botas
para el agua; con frecuencia hay mucho trabajo de campo, se producen
roces con arbustos, ramas. Donde se concentran más o haya más
fango, allí está el cadáver, no falla.
-¡Miriam!
¡Danaaa...!
De
nuevo el nombre de las dos jóvenes. No escucha el de Tessa, por
tanto, ella debe de ser la joven que ha aparecido. La noche anterior,
cuando le llamó su colega de Nápoles Gianbarttista Scatena, fue
escueto...
-Ha
aparecido una de las chicas de Cassino y creo que hay coincidencias
importantes con su caso, ¿va a venir?
-Mañana
mismo en el primer vuelo que pueda tomar, Giambattista, muchas
gracias por su llamada.
Siente
un vacío en el estómago, no ha dormido bien, apenas unas horas que
se han visto interrumpidas con frecuencia. Su mente aprovecha
cualquier momento de relajación para repasar todos los datos que
tiene archivados sin respuesta sobre este caso que le duele en el
alma desde que vio el cuerpo de otra joven. ¿Cómo
podía existir un ser humano sobre la tierra capaz de torturar,
violar y asesinar a menores, jóvenes inocentes?
Por lo visto no había uno, existía una plaga que se movía con una
facilidad inusitada a lo largo y ancho de todo el planeta Tierra.
La
irregularidad del terreno por el que va caminando, el no tener las
referencias de un paisaje, hace que le aumente la impresión de que
no se encuentra bien.
Las
voces siguen llamando, es algo que tienen que hacer aunque saben que
no hay esperanzas. En cuanto suba la niebla ampliarán la búsqueda,
y si están allí los cuerpos de las otras dos chicas, los
encontrarán. ¿Vivas? Sería un milagro.
El
letrero emerge de entre las tinieblas, LA GROTTA
DELLA SIBILLA.
Algo más adelante, unas viejas verjas llenas de moho, abiertas, las
cadenas y el candado están el el suelo, a un lado.
Llega
un murmullo desde dentro. El larguísimo pasillo recto está lleno de
policías, algunos de uniforme, brazos cruzados. Observan a la
científica que
realiza su trabajo. Los equipos halógenos se concentran al final del
túnel escavado en la piedra, con poyetes a ambos lados, algunos
huecos a modo de hornacinas. Allí dentro también crece el musgo.
Agobia un poco, a partir de la cintura las paredes estrechan y dan
una sensación de opresión aliviada por algunas aberturas al
exterior, por ellas siguen entrando los nombres de las jóvenes.
Su
presencia es notada rápidamente por todos. El volumen de las
conversaciones baja. Alto, delgado, elegante, su imagen y forma de
vestir causan sensación, pocos podían llevar como él ese abrigo de
cachemir. No saben los allí presentes que ha sido modelo profesional
durante cinco años. Recorrió el mundo entero desfilando en las
mejores pasarelas, su agente tenía todas las fechas ocupadas,
incluso lista de espera, y es que él había nacido con aquellas
condiciones naturales físicas ideales para una profesión que por
otro lado le encantaba. Inconscientemente, cuando ante él se
presentaba un pasillo recto, aparecía toda su apostura masculina, no
como otros; y eso es lo que ocurre en estos momentos recorriendo toda
la pasarela de la Sibilla
hasta llegar al final. El olor cambió.
-Señor
Scatena -dice el
caravinieri
dirigiéndose al grupo de hombres que están de espaldas, mirando
hacia el punto donde se concentra la luz de los focos.
-¿Sí?
-Varios hombres se vuelven, pero es uno el que pregunta, el
caravinieri
se aparta un poco.
-Filippo
Remini, señor...
Giambattista
Scatena muestra una amigable sonrisa. Está sorprendido, no lo
esperaba así. Tenía hecha una imagen de él bastante diferente,
tampoco concreta, pero las conversaciones telefónicas que habían
mantenido le sugerían otro tipo de persona, no tan alto, se veía
que vestía ropa cara. Incluso con pelo canoso aparenta ser más
joven que él, en torno a los cuarenta.
-Encantado
de conocerle en persona -dice mientras extiende la mano.
Filippo
también está sorprendido, ya que su colega napolitano es todo lo
contrario a él; agitanado, en torno al metro sesenta y cinco de
estatura como máximo y, por lo que ve, no se ha preocupado de
mantenerse delgado. También le llama la atención el pelo fuerte,
sin canas, y unas enormes cejas.
¨sobre
50 años¨, piensa. En cuanto al vestuario,
prefiere no fijarse para que no le dañe la vista. Ningún sentido
del gusto, como si se hubiera puesto lo primero que tenía a mano.
¨Este
hace años que no compra ropa¨.
Dos
hombres muy desiguales se estrechan la mano.
-¿Que
opina? -pregunta Giambattista mientras gira y se aparta llevando al
recién llegado al centro del asunto.
Filippo
se adelanta, lleva la mano al bolsillo del abrigo y saca un pañuelo
perfumado que se coloca delante de la boca y la nariz.
¨¡Qué
barbaridad!¨.
No
aguanta el olor.
-Giambattista,
¿cree que han elegido este lugar por algún motivo?
-Vaya
usted a saber lo que pasa por la cabeza de gente dispuesta a hacer
una cosa así. Igual es
porque sabían que iban a disponer de tranquilidad para realizar
alguna ceremonia, hay señales de ello. Sin embargo, este lugar tiene
una gran importancia histórica, es el primer
asentamiento griego en Italia. Sobre nosotros, en lo alto de la
colina, estaba el Santuario de Apolo, y Virgilio ya paseó a Eneas
por estos bosques.
La
vuelve a mirar, aunque sus colegas le han echado por encima una manta
que cubre casi todo el cuerpo, la imagen horroriza.
Se
agacha para verla mejor. Está sentada en el suelo, apoyada su
espalda desnuda contra la pared del corredor que al final termina
haciendo una cruz. La cabeza se había descolgado hacia un lado, los
ojos abiertos con una inexpresión que le deja más helado aún. La
piel combina el rojo y blanco de la carne viva con trozos
ennegrecidos que le suben hasta el cráneo, todo el pelo de la parte
izquierda ha desaparecido. El final ha sido prenderle fuego, piensa
que con gasolina. Por los efectos producidos en el cuerpo y la
posición del cadáver supone que después de morir.
¨Han
intentado borrar huellas¨.
Se
fija en el tajo que tiene en la base del cuello.
¨¿Pero
qué es esto negro?¨, parece preguntar señalando y volviendo la
mirada hacia su colega mientras muestra un gesto de extrañeza.
-Le
han hecho la corbata colombiana -contesta
Giambattista.
Le
viene la imagen de un par de dedos hurgando y sacando la lengua por
el corte, el olor hace todo lo demás. Aguanta la primera arcada y se
incorpora deprisa buscando un rincón.
Su
colega lo observa. Vuelve la mirada hasta la joven, media pierna
derecha está al aire y se puede apreciar el tatuaje, un tallo
partiendo debajo del tobillo, lo rodea, y una vez por encima, una
rosa. Es Tessa.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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