¡Qué
pura, Platero, y qué bella esta flor del camino! Pasan a su lado
todos los tropeles – los toros, las cabras, los potros, los
hombres-, y ella, tan tierna y tan débil, sigue enhiesta, malva y
fina, en su vallado solo, sin contaminarse de impureza alguna.
Cada
día, cuando, al empezar la cuesta, tomamos el atajo, tú la has
visto en su puesto verde. Ya tiene a su lado un pajarillo, que se
levanta - ¿por qué? - al acercarnos; o está llena, cual una
breve copa, del agua clara de una nube de verano; ya consiente el
robo de una abeja o el voluble adorno de una mariposa.
Esta
flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser
eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una
primavera de mi vida... ¿Qué le diera yo al otoño, Platero, a
cambio de esta flor divina, para que ella fuese, diariamente, el
ejemplo sencillo y sin término de la nuestra?
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.
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