CAPÍTULO
XXII
Violeta
se movía en metro para llegar desde el Upper West Side al bajo
Manhattan. En el distrito financiero estaba el edificio y sede
central de Salomón Investiment Securities, que desde 1948 gestionaba
grandes patrimonios. Allí era donde ella trabajaba, también era la
única socia no hebrea de la entidad.
Desde
hacía seis años tenía por costumbre bajarse en la estación de
Fulton y, cuando llegaba a la superficie, se apartaba un poco de la
boca de salida. Desde allí mirando a Trinity Church, que le quedaba
enfrente, pequeña, rodeada de enormes rascacielos, Violeta rezaba
durante un minuto todas las mañanas. Conocía esta iglesia y el
viejo cementerio desde los primeros días de becaria en la ciudad,
pero fue en un momento delicado de su vida cuando sintió la
necesidad de ir allí a rezar por los suyos, los de aquí y los de
allá, y también por ella misma. Después, un breve paseo hasta John
St., por donde caminaba en la misma dirección que el sentido del
tráfico pensando ya en las cuestiones del trabajo.
Violeta
era la primera en llegar. A las siete ya estaba repasando con la
mirada los distintos bloques de documentos mientras en la pantalla
del ordenador aparecía su agenda. No le hizo falta repasarla, era
jueves, el día reservado para la reunión con el Presidente y los
tres Vicepresidentes, como siempre, a las once de la mañana.
Se
juntaban cinco personas, cuatro hombres y una mujer, cuatro judíos y
una cristiana. No quería otras cuestiones los jueves, le gustaba
estar concentrada en los informes sobre sus clientes que semanalmente
le pedían. Las propuestas de inversión que les había realizado en
función de sus perfiles y en las que, incluso si el cliente era
arriesgado, ella optaba siempre por la prudencia. Era consciente de
que en su trabajo rápidamente se perdían muchas referencias de todo
tipo por las grandes sumas de dinero que se manejaban. La riqueza
y posición enturbian la mente,
lo sufrió en sus propias carnes; pero Violeta ya no dejaba que eso
le sucediera. Estaba muy presente a la hora de tomar decisiones. En
un mundo de brokers
llenos de codicia que buscaban el máximo beneficio en el mínimo
tiempo, ella era una rara avis llena de sensatez. Lo
primero que veía no era el beneficio, sino que no hubiera pérdidas.
Pensaba que el dinero siempre será asustadizo y, efectivamente,
cada vez que una pequeña tormenta sacudía el mundo financiero,
nuevos clientes llamaban a la puerta de Salomón Investiment
Securities. Como hebreos, el conocimiento del mundo de las finanzas
se les presuponía, después se llevaban la sorpresa de las ideas y
toma de posiciones de esa joven italiana, guapa y menuda.
A
Violeta solo le interesaba su trabajo. Correctísima, nada de
familiaridades, cuidaba el dinero de los inversores de capitales más
que si fuera suyo. Y estaba allí para trabajar, no para perder el
tiempo. Después, el fin de semana, solo su familia.
Poco
a poco, el edificio iba adquiriendo los sonidos de la vida diaria.
Los circuitos se ponían en actividad. Puestos de trabajo separados
por paneles grises. Solo la zona de Presidencia y Vicepresidencias
era opaca. Violeta tenía el despacho más cercano a esa zona noble.
Era de grandes dimensiones y exterior, acristalado, enmoquetado, con
una magnifica mesa de dirección; a sus espaldas, un estante lleno de
libros y, enfrente, tras los sillones de confidente, un par de sofás
formando L en los que nunca se sentaba.
Por
el contrario, la última en llegar siempre era Audre, la secretaria
de Violeta. Aunque de la misma edad, físicamente era todo lo
contrario a ella; alta, rubia, ojos azules, piel blanca y pose
coqueta. Dijo un ¨Buenos días¨ alegre y dejó sobre la mesa de su
jefa un café mocca comprado en el Starbucks de la esquina. Después,
como siempre, desapareció diez minutos en el lavabo, el último
retoque a su rostro y un repaso final a su ropa. Revisaba cada uno de
los detalles de su agraciada figura.
Nada
de eso le importaba a Violeta, que estaba concentrada en datos y
líneas que marcaban perfiles y tendencias, solo le pedía que le
dejara el café por la mañana. Llevara correctamente la agenda,
acercara los informes a las personas indicadas, y se cerciorara de
que la impresión de los documentos estuviera completa y perfecta.
Finalmente, que todo quedara debidamente archivado, no soportaba no
encontrar un documento cuando hacía falta.
Las
doce, mediodía.
-Por
favor, páseme esos informes.
Todos
mostraron su extrañeza. Era muy difícil que Salomón Siegman
dijera algo dijera algo o se interesara directamente por algunas de
las cuestiones que se hablaban en la enorme mesa de reuniones, donde
los tres Vicepresidentes y Violeta se reunían en una esquina en
torno a él. Se limitaba cada jueves a ver cómo el Vicepresidente
Primero dirigía la reunión y, solo al final, él decía el
consabido: ¨Bien, adelante¨. Pero en esta ocasión, después de que
Violeta terminara su exposición, quería ver esos informes escritos.
Se llevó la mano al bolsillo interior de la chaqueta para sacar sus
gafas Cartier, de oro blanco, y que un día Violeta descubrió por
casualidad que costaban treinta mil dólares. A pesar de ello, a este
hombre de sesenta y cinco años no le gustaba ponérselas. Alto,
delgado y coqueto, pensaba que le hacían mayor, sobre todo por ese
gesto que tenía que hacer levantando la cabeza para ver con nitidez
los números impresos en los ejes; aunque en esos momentos en lo que
se estaba fijando era en la línea ascendente de color Violeta.
Esbozó una muy leve sonrisa alargando mínimamente sus labios, tan
finos que no se le veían. En su caso eran una perfecta línea
siempre recta bajo la nariz alargada y fina.
Los
tres Vicepresidentes y Violeta estaban expectantes, los cuatro
habían detectado ese leve alargamiento de la línea recta de su
boca.
-Estuve
leyendo su artículo en The Wall Street Journal -los Vicepresidentes
Segundo y Tercero cruzaron una mirada, este último no pudo evitar
ese tic nervioso que le cerraba los dos ojos a la vez-, sus líneas
de color violeta -comentó viendo el color de la línea ascendente de
las gráficas de sus informes-, su Teoría Violeta -ahora movía muy
levemente la cabeza afirmativamente-, las dificultades de las
empresas familiares en trasmitirse de padres a hijos. No sabía que
el setenta por ciento de las empresas desaparecían en ese tránsito
-ella permanecía callada mientras él la miraba-, y después, si
logran..., su continuación..., generación tras generación, las
dificultades que se presentan en la cuarta generación..., muy
interesante, veo muy acertada su teoría..., afortunadamente yo soy
la quinta generación y ya lo hemos superado. -En ese momento fue
Salomón Siegman, volviendo a su gesto seco, el que repasó el rostro
de los Vicepresidentes Segundo y Tercero. Ambos desviaron la vista.
¨¿Comprendéis
por qué ella gana más dinero que vosotros? Si no pertenecierais a
la familia, ¿dónde ibais a estar?¨.
Apartó
un poco los informes dando por concluida su intervención.
-Gracias,
señor -dijo Violeta.
El
Vicepresidente Tercero, más cercano, tomó los documentos y se los
pasó a Violeta, que estaba a su lado, le dirigió una breve mirada,
tímida y recelosa. Después, un vistazo a ver la reacción
del Vicepresidente Segundo, su primo hermano le quedaba enfrente, al
otro lado de la mesa.
A este le habían herido las palabras de su tío. Jamás
había pronunciado un halago hacia él, nada similar, ni en privado,
y eso que era él quien se tragaba y solucionaba todos los trapos
sucios; si no, de qué iba a estar tan tranquilo, allí sentado, como
un Dios, inalcanzable. A pesar de todo, se sentía fuerte. Era el
Vicepresidente Segundo, solo tenía que salvar dos escollos. Era más
joven, tiempo al tiempo. Ese vigor recorrió su cuerpo y le hizo
ponerse más derecho en el asiento, pequeño gesto que rápidamente
fue visto e interiorizado por el Vicepresidente Tercero tirando de la
barbilla hacia arriba y bajándose el cuello de la camisa. Después
se relajó y apareció ese tic nervioso que le hacía cerrar, de
nuevo, los dos ojos a la vez.
Sonaron
dos golpes en la puerta. Debía ser un día especial, porque también
era muy difícil que eso ocurriera. Había orden expresa de no
interrumpir, salvo que el asunto fuera muy importante.
-¡Pase!
-casi gritó el Vicepresidente Primero.
La
puerta se abrió y apareció su secretaria.
-Disculpen.
-¿Y
bien...? -dijo de nuevo el Vicepresidente Primero enojado dirigiendo
la mirada a su subordinada.
-Señor,
se trata de Audre, la secretaria de Violeta -las miradas de ambas
mujeres se cruzaron, Violeta mostraba su sorpresa-, ha recibido una
llamada urgente y se la quiere trasmitir.
A
Violeta le dio un vuelco el corazón, la imagen de Paolo se le vino a
la mente, notó una fuerte subida de calor por el cuello y tuvo
dificultad al respirar. Parecía que no estuviera ocurriendo
realmente, pero Audre apareció inmediatamente una vez que la otra
secretaria se había apartado al oír decir a su jefe; ¨Bien, que
pase¨.
Violeta
se notó unos temblores.
-Disculpen,
señores, por interrumpirles -dijo Audre dirigiéndose a los hombres
y sin mirarla-, es que el señor Cacciatore, propietario de Cesaré s
Enterprise...
-Sabemos
quién es el señor Cacciatore -contestó el Vicepresidente Primero.
-Bien,
pues quiere que Violeta le llame urgentemente.
A
Violeta se le aflojó el cuerpo cuando escuchó las palabras de su
secretaria.
El
Vicepresidente Segundo, que era el más cercano a la secretaria de
Violeta, no había dejado de mirarla de arriba abajo desde que había
entrado. Se giró un poco hacia ella, con el antebrazo empujó su
bolígrafo que estaba sobre la mesa y este cayó al suelo. El
hombre, que le estaba admirando el cuerpo, no desvió la vista.
Audre observó el bolígrafo, que al golpear con el suelo había
llamado su atención.
-¡Oh!
-exclamó al verlo.
Dio
unos pasos y se dirigió a recogerlo. Cuando se agachó un poco, se
dio cuenta de que no iba a poder llegar por la estrechez de su falda.
Se incorporó de nuevo y haciendo una mueca con el rostro, que
pretendía ser coqueta y simpática a ojos de los hombres, puso las
manos sobre sus caderas y la subió, con movimientos acompasados,
unos centímetros, hasta quedar a medio muslo, y de nuevo se agachó.
Presidente, Vicepresidente Primero y Segundo acompañaron el
movimiento con una bajada de cabezas buscando cada uno su mejor
ángulo de visión. El Vicepresidente Tercero, que se sentaba al otro
lado de la mesa junto a Violeta, envidiaba a los otros tres hombres
que tenían perspectiva directa en ese momento sobre las piernas de
aquella imponente mujer, todo un espectáculo, y pensó
que por qué siempre tenía que ser a él al que le tocara perder, se
repartiera lo que se repartiera.
Audre
entregó el bolígrafo al Vicepresidente Segundo sin dejar de sonreír
ni de repasar el rostro de cada uno de los tres hombres que ya se
habían incorporado esos centímetros que se dejaron caer. Nadie le
dio las gracias. Solo el Vicepresidente Segundo le mantuvo esa mirada
que ella estaba acostumbrada a recibir de algunos hombres, con la que
le dicen que ha despertado en ellos ese tipo de deseos, y a ella ese
mensaje también le gustaba.
-Espero
no haberles molestado, es que tratándose de quien es y la forma de
expresarse, me he tomado la libertad de que estuviera... -miró por
primera vez a Violeta, pero cuando vio el enfado de ella volvió a
los hombres-, estuvieran informados sin pérdida de tiempo.
-Bien,
puede dejarnos -dijo el Vicepresidente Primero volviendo la mirada al
centro de la mesa mientras que Audre volvía a repasarlos.
-Gracias
y disculpen.
Se
dio la vuelta concentrada en el contoneo de su cuerpo, en hacer esos
movimientos perfectos, que no debían ser muy exagerados, pero que
les quedara claro: ¨Mirad lo que hay aquí, para
vosotros que aún me contempláis..., o al menos tú¨, pensaba ella
segura de que uno, como mínimo, la seguía mirando. No se
equivocaba.
-Perdón,
Violeta, la llamada del señor Cacciatore, entiendo que es de tipo
personal, ¿no?
Violeta
estaba perpleja, aún no se había recuperado de la descarga de
adrenalina que le había supuesto la aparición de su secretaria
allí, y el pensamiento que inmediatamente acudió a su mente, que a
Paolo le había ocurrido algo.
El
Vicepresidente Primero hizo esta pregunta-afirmación y la miró
esperando una respuesta.
-Pues
no sé que decirle, yo no tengo nada personal con el señor
Cacciatore.
-Es
extraño, su cuenta la llevo yo -dijo el Vicepresidente Primero
esperando de nuevo un comentario por su parte.
A
ella también le extrañó la llamada de Enrico Cacciatore, pero
tampoco la cogió de sorpresa. Era uno de sus primeros clientes, no
tenían contacto desde hacía años, pero en su fuero interno
esperaba esta llamada desde hacía tiempo. Violeta era la primera
en tratar a los nuevos clientes de grandes patrimonios, una vez que
se ponían de acuerdo en el perfil de riesgo y se confirmaba que
habían acertado en la confianza que habían depositado en Salomón
Investiment Scurities, porque todo iba como mínimo según lo
previsto por la línea violeta, estos
pasaban ya a Vicepresidencias, en este caso Primera, por el nivel
del cliente y, a partir de ahí, era raro que Violeta volviera a
contactar con ellos, salvo deseo expreso. Los expedientes con las
posiciones de inversión pasaban a los empleados que ocupaban las
cinco plantas últimas del edificio, completamente independientes del
resto, incluso en el sistema informático. Se trataba de garantizar a
esas grandes fortunas que nada saldría a la luz pública por
espionaje o a causa de algún empleado desleal. Estos, además de
tener una antigüedad mínima en La Casa, habían pasado duras
pruebas de selección, también habían sido investigados a nivel
personal. Ante la más pequeña duda eran desechados y nunca podrían
llegar a esa zona de trabajo que entre ellos se conocía como El
Cielo,
y es que su salario también era bastante más alto.
-Lo
siento, señor, no puedo contestarle nada.
Violeta
estaba realmente confusa y se le notaba.
-¿Se
quiere retirar?
-Si
no necesitan nada más, se lo agradecería.
-Bien,
informenos cuando mantenga la reunión con el señor Cacciatore.
-Así
lo haré, gracias.
Violeta
tomó sus documentos y dirigió una leve sonrisa al Presidente, que
inclinó un poco la cabeza correspondiéndola. Dejó la sala.
-La
secretaria le ha dado un buen susto -dijo el Vicepresidente Segundo.
-Ha
debido pensar que a su hijo le pasaba algo, lo que no comprendo es
por qué le llama Enrico a ella, cuando debería llamarme...
-Bien,
adelante -dijo el presidente cortando las palabras del Vicepresidente
Primero.
Todos
se pusieron en pie mientras abandonaba la sala. La puerta se cerró.
-Todas
las mujeres son unas putas -comentó el Vicepresidente Segundo-, ¿Y
habéis visto cómo andaba? A esas del pasito corto el movimiento les
sale desde el coño, aprovechan cualquier bolígrafo que se caiga
para enseñárselo a todo el que se lo quiera mirar.
-Y
les gusta que se las follen por el culo -remató el Vicepresidente
Tercero después de hacer unos gestos muy raros, los tics que le
producían el síndrome de Tourette, y que también podía producir
en el que lo padece, eso, que insultara a las personas sin querer,
como el abuelo, que también lo padecía, y que de vez en cuando
soltaba las mismas palabras que acababa de pronunciar su nieto, era
su frase favorita y todos se la había escuchado desde pequeños.
Violeta
caminaba lentamente. Audre no la vio llegar, estaba concentrada en
una conversación telefónica claramente de tipo personal.
-¿No
había ninguno que mereciera la pena para encerrarlo?
Pasó
sin mirarla.
-Sí,
está muy bien, pero... ¿a ese qué es lo que le faltaba?
Y
nada más poner el primer pie dentro de su despacho, de nuevo Violeta
recibió una descarga, esta vez de fuerza.
-¡Audre,
deje lo que esté haciendo y venga! -dijo sin volver la cabeza, en
voz alta, como nunca antes nadie la había escuchado.
Las
palabras retumbaron en la sala, el personal se puso alerta, la
secretaria dio un respingo.
-Te
tengo que dejar, después te llamo -dijo bajito cortando la
comunicación.
La
puerta estaba abierta, Violeta de pie, de espaldas a ella. Apoyaba
la cadera en la mesa mientras se suponía que esta observando los
rascacielos que se veían enfrente. Audre miró la nota que le había
dejado sobre la mesa, con el número de teléfono de Enrico
Cacciatore, estaba en el mismo sitio, no sabía si la había visto.
Tuvo la esperanza de que la estuviese llamando para eso, para que le
diera el teléfono del cliente. De todos modos no le preocupaba
mucho, físicamente le sacaba la cabeza, y psicológicamente le había
ganado la posición a través de los años, sabía cómo manejarla,
cómo hacer siempre un poco lo que ella quería. Llevaba unos
segundos detrás de Violeta, que seguía igual, Audre tosió un poco.
Violeta por fin soltó sobre la mesa los expedientes que aún tenía
en la mano y sobre los que habían tratado en la reunión.
-Prepáreme
reuniones con estos clientes a partir de la próxima semana, máximo
de citas al día, tres, dos por la mañana y una por la tarde -dijo
Violeta sin dejar de mirar por la ventana y con una breve señal
hacia los expedientes.
-La
más urgente la del señor Cacciatore, ¿no?
-No.
La
secretaria hizo un gesto de sorpresa.
-¿Algo
más? -preguntó dando por terminada la reunión y cogiendo ella su
posición ante la respuesta negativa de su jefa, que le había
sonado a reproche.
-Sí
-contestó Violeta al mismo tiempo que dejó escapar un suspiro,
después comenzó a rodear la mesa para dirigirse a su sillón-.
Desde mañana la quiero aquí todos los días a las siete, ha llegado
el momento de que recupere todos los días que ha llegado tarde
durante todos estos años que trabaja a mis órdenes.
-Pero
yo no puedo... -Reaccionó con enojo y poniéndose pálida.
-Si
no está de acuerdo pase por personal ahora mismo y que la liquiden,
de mí no tiene que despedirse -le dijo tranquilamente una vez ya
sentada.
-¡Usted
no puede tratarme así! -le contestó rebelándose.
-Salga
de mi despacho, esta conversación ha terminado.
Ni
la miró.
La
secretaria, tras una breve pausa para confirmar que no existía la
más mínima duda en Violeta, salió agitada moviéndose decidida. Su
cuerpo eran sus poderes y alardeó de ellos.
Vio
la nota con el teléfono de Enrico Cacciatore, tampoco deseaba hablar
con él. Además, conocía muy bien a ese cliente, nunca emplearía
con ella la expresión ¨que me llame urgentemente¨, como había
querido hacer creer su secretaria. Estaba segura de que Audre
aprovechó la llamada para hacerse ver por la zona noble, a la vista
del Presidente y familia. Violeta ya había reparado en la rapidez
con que se comportaba cada vez que la mandaba a aquella zona..., y lo
que tardaba en regresar.
De
nuevo inspiró profundamente, no se le había quitado la inquietud.
Seguía sintiéndose insegura, algo no habitual en ella, pero le
habían tocado su punto débil. Se dirigió al perchero, tomó su
abrigo y salió. Audre estaba llamando por teléfono, elevó la voz
para que la oyera, estaba concertando una cita de las que le había
ordenado. Los demás empleados asomaban las cabezas de vez en cuando
por detrás de los paneles con reuniones de excusa para no perderse
la refriega. Pero Violeta no escuchaba, no veía, aunque finalmente
no olvidó sus obligaciones.
-Vuelvo
dentro de una hora -dijo Violeta sin mirar a su secretaria y sin
detenerse.
-¡Sí,
no se preocupe, yo la cubro!
Violeta
se paró en seco y volvió la cabeza, su rostro mostraba un gesto
como de... ¿extrañeza?, ¿estar harta de ella?
-Por
favor, deje ya de decir tonterías.
Hizo
dos movimientos negativos con la cabeza y se giró, con una ráfaga
de mirada que hizo que se ocultaran cabezas tras los paneles. Dejó
sin respuesta a su secretaria, que se había quedado con la boca y
los ojos muy abiertos.
Aún
hacía frío en John St.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.