Hay
cuentos que son
particularmente
significativos
para mí.
Uno
de ellos es esta antiquísima historia que
me
contó alguna vez mi abuelo y que quiero
contarte
a ti, tal como hoy la recuerdo.
Esta
es la historia de un sastre, un zar y su oso.
Un
día, el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta
preferida se había caído.
El
zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se
enmarañan durante demasiado tiempo en el poder). Así
que, furioso por la ausencia del botón, mandó a buscar al sastre y
ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del
verdugo.
Nadie
contradecía al emperador de todas las Rusias, así que la guardia
fue hasta la casa del sastre y, arrancándolo de entre los brazos de
su familia, lo llevó a la mazmorra del palacio para que esperara
allí su muerte.
Al
atardecer, cuando el carcelero le llevó al sastre la última cena,
éste meneó la cabeza y musitó: ¨Pobre zar¨.
El
guardia no pudo evitar la carcajada.
-¿Pobre
zar? Pobre de ti. Tu cabeza quedará bastante lejos de tu cuerpo
mañana mismo.
-Tú
no entiendes -dijo el sastre-. ¿Qué es lo más importante para
nuestro zar?
-¿Lo
más importante? -contestó el guardia-. No lo sé. Su pueblo.
-No
seas estúpido. Digo algo realmente importante para él.
-¿Su
esposa?
-¡Más
importante!
-¡Los
diamantes! -creyó adivinar el carcelero.
-¿Qué
es lo que más le importa al zar en el mundo?
-¡Ya
lo sé! ¡Su oso!
-Eso.
Su oso.
-¿Y?
-Mañana,
cuando el verdugo termine conmigo, el zar perderá su única
oportunidad de conseguir que su oso hable.
-¿Tú
eres entrenador de osos?
-Un
viejo secreto familiar... -dijo el sastre-. Pobre zar...
Deseoso
de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle
al soberano su descubrimiento.
¡El
sastre sabía enseñar a hablar a los osos!
El
zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre, y
cuando lo tuvo frente a sí le ordenó:
-¡Enséñale
a mi oso nuestro lenguaje!
El
sastre bajó la cabeza.
-Me
encantaría complacerle, ilustrísima, pero enseñar a hablar a un
oso es una tarea ardua y lleva tiempo...
Lamentablemente,
tiempo es lo que menos tengo.
-¿Cuánto
tiempo llevará el aprendizaje? -preguntó el zar.
-Depende
de la inteligencia del oso...
-¡El
oso es muy inteligente! -interrumpió el zar-.
De
hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
-Bien.
Si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo...
que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de... ¡dos años!
El
zar pensó un momento.
-Bien.
Tu pena será suspendida durante dos años mientras entrenes al oso.
¡Mañana empezarás! -ordenó.
-Alteza
-dijo el sastre-. Si tú mandas
al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estaré muerto, y mi
familia se las ingeniará para sobrevivir. Pero si me conmutas la
pena, ya no tendré tiempo para dedicarme a tu oso...
Deberé
trabajar de sastre para mantener a mi familia...
-Eso
no es problema -dijo el zar-. A partir de hoy, y durante dos años,
tú y tu familia estaréis bajo la protección real. Seréis
vestidos, alimentados y educados con el dinero del zar y nada que
necesitéis o deseéis os será negado... Pero, eso sí: si
dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de haber
pensado esta propuesta... Rogarás que el verdugo te hubiera
matado... Entiendes, ¿verdad?
-Sí
alteza.
-Bien.
¡Guardias! -gritó el zar-. Que lleven al sastre a su casa en el
carruaje de la corte. Dadle
dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. ¡Ya! ¡Fuera!
El
sastre, en reverencia y caminando hacia atrás, empezó a retirarse
mientras musitaba agradecimientos.
-No
lo olvides -le dijo el zar apuntándolo con el dedo directamente a la
frente-. Si en dos años el oso no habla...
Cuando
todos en casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el
sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente,
eufórico y con regalos para todos.
La
esposa del sastre no cabía en sí de asombro. Su marido, al que
pocas horas antes se le había llevado al cadalso, volvía ahora,
exitoso, acaudalado y exultante...
Cuando
estuvieron solos,, el hombre le contó los hechos.
-¡Estás
loco! -gritó la mujer-. ¡Enseñar a hablar al oso del zar! Tú,
que ni siquiera has visto un oso de cerca. Estás
loco. Enseñar a hablar a un oso... Loco, estás loco...
-Calma,
mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza
mañana al amanecer, y ahora tengo dos años. En dos años pueden
pasar tantas cosas...
-En
dos años -siguió el sastre- se puede morir el zar... Me puedo morir
yo... Y lo más importante: ¡a
lo mejor el oso habla!
JORGE
BUCAY.
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