CAPÍTULO
XV
Umberto
estaba alegre, se sentía más seguro, fuerte, su vida estaba
cambiando. Ya se relacionaba de forma natural con la gente, sin la
dosis de tensión que antes padecía. A ello había contribuido todo,
todos, y entre ellos estaba Eloide, una relación especial. Le caía
muy bien esta joven que había comprobado cómo hacía volver la
cabeza no solo a hombres, también a las mujeres. Su altura, su
esbeltez, tenía un estilo y una belleza que a Umberto le resultaban
incluso más naturales que cuando la conoció. Había cambiado su
peinado, ahora llevaba flequillo, el resto del pelo lo volcaba detrás
de las orejas dejando a la vista completamente su rostro. Su piel
tenía un rosado natural y no llevaba nada de maquillaje. Umberto
la terminó viendo como la amiga que nunca tuvo. Las conversaciones
se centraban en sus materias, Pintura e Historia; de tipo personal
solo cambiaban impresiones sobre algunas posturas de yoga que los dos
practicaban.
Ella
se había mostrado como una experta en la historia de la India, sobre
todo en lo relacionado con la larga trayectoria de su población
hacia la espiritualidad. Parecía una persona solo interesada por ese
aspecto del mundo interior, por su profesión, el estudio, y
compartía con él esas dudas que constantemente aparecían sobre los
temas pictóricos. Se produjo en ellos, y a la vez, una evolución.
Ambos aportaban sus conocimientos, unificaban criterios sobre las
motivaciones reales que produjeron finalmente muchos cuadros, sobre
todo del Renacimiento.
Elodie,
cuando estaba con Umberto, siempre tenía esa leve sonrisa con los
labios cerrados. Cualquiera que la viese pensaría que era una mujer
feliz. Pero a partir de ahí, nada sabían el uno del otro, ni el
número de teléfono. Quedaban cada día después de las clases, y
ninguno fallaba. El mundo desaparecía cuando estaban juntos hablando
de los temas que les apasionaban en el entorno de su trabajo. Una
amistad perfecta, tal vez imposible entre hombre y mujer, sobre todo
cuando salieron de ese entorno.
-No
me había planteado dónde vivirías, pero me has impresionado.
-No
está mal.
-¿Y
ese apartamento se puede pagar con nuestro salario?
Ella
sonrió.
¨Miau¨
.
-¡Ay,
mi niña!
¨Miau¨
.
Elodie
dejó el bolso sobre un antiguo sofá rojo, con rombos y botones, un
Chester Capitoné en el que Umberto reparó, pero en el que no se
detuvo, y es que absolutamente todo lo que estaba viendo le llamaba
la atención. Mientras, ella se dirigía sonriente hacia el precioso
gato blanco de angora que había hecho acto de presencia andando
lentamente, estirado, con el rabo vertical. El animal la miró
levantando la cabeza mientras ella se acercaba.
-¡Mi
niña! -repitió Elodie alzándolo en alto y poniéndoselo delante de
la cara.
¨Miau¨.
-¿Tienes
hambre?, ahora mismo te preparo tu comida. -Caminó alejándose al
mismo tiempo que se volvía hacia Umberto. Ponte cómodo.
-Gracias.
En
el enorme salón, salvo el suelo de parquet en un oscuro tono cerezo,
predominaba el blanco. En contraste, pocos muebles aunque de gran
volumen, como el otro sofá, la gran alfombra. Umberto se fijó en
algunos pedestales repartidos por la estancia, eran diferentes,
antiguos, y sobre ellos, esculturas. Seguro que eran piezas de gran
valor llenas de historia. Le llamó la atención una mano realizada
en bronce que descansaba sobre la muñeca, debía de tener siglos de
antigüedad. La decoración era agradable suma de estilos. Solo los
cuadros, aunque pocos, respondían todos a los mismos cánones y
tonalidades de color.
Elodie
volvió quitándose el abrigo. Dejó a la vista un sencillo vestido
blanco con cuello a la caja y que le quedaba por la rodilla. Sobre
él, su eterna chaqueta,
en este caso azul marino con algo de brillo. Sus zapatos con poco
tacón completaban una imagen sencilla y elegante.
-Dame
el tuyo.
-¡Ah!,
sí.
Umberto
se quitó el abrigo y se lo entregó.
-¿Te
gusta? -preguntó ella señalando el cuadro que estaba observando él.
-Sí,
¿las pinturas son todas del mismo autor?
-Sí.
-Tienen
algo especial.
-¿Verdad?
Estos son solo unos pocos de la colección, mi padre compró toda la
exposición el año pasado. Le encantó, y como un mes antes me había
regalado a Alana para que me hiciera compañía, pues... también
quiso hacer más acogedora la vivienda para ella.
Umberto
quedó desconcertado, no terminaba de comprender del todo, y lo que
intuía sería demasiado.
-Para
que el apartamento fuera más acogedor... ¿para quién, para el
gato?
-Gato
no, gata, gata, y se llama Alana -dijo ella riéndose mientras se
dirigía al perchero y colgaba los abrigos.
-Pero...
¿tienen algo que ver los cuadros con la gata?
-El
autor -dijo ella volviendo.
-No
comprendo.
-Es
turco. -Umberto siguió con el gesto de estar perdido, agudizó la
vista tras las gafas, enseñó los dientes mientras volvía a fijarse
en un cuadro-. La gata. Su raza es de origen turco, esos paisajes
también lo son, la
harán sentirse más cerca de la tierra de donde proviene -comentó
Elodie como si fuera de lo más lógico lo que estaba diciendo.
-Ya,
entiendo -dijo, aunque no entendía cómo había gente que actuara
así.
-¿Quieres
tomar algo?
-Pues...
-¿Un
whisky?
Umberto
la miró extrañado.
-Ya
sabes que no tomo alcohol.
-¿Ni
siquiera una cerveza?
-No,
además... las pocas veces que la he tomado noto como si me llenara
demasiado.
-Sigue
así, te ayudará a mantener la figura que tienes -dijo, para
continuar con su estar de mujer feliz.
Umberto
no supo si estaba ante un piropo, una referencia al cuerpo o al
aspecto físico era un tipo de conversación que nunca se había dado
entre ellos.
-Gracias.
Entonces a tu padre también le gusta la pintura dijo mientras miraba
a la gata.
-Claro,
vive de ella. -Umberto repasó de nuevo el apartamento, la calidad de
los muebles de diseño, las antigüedades, las esculturas-. ¿No has
oído hablar de la Galería Dómine, en Washington? -Él se echó el
pelo hacia atrás; en su cara, la boca abierta contenía la
sorpresa-. Es mi padre. -Y
acabó de comprender que había entrado en otro mundo.
-No
me habías dicho nada. -Ella se encogió un poco de hombros como
diciendo ¨no ha surgido¨, y él reparó en que no sabían nada el
uno del otro-. Entonces, lo que estoy viendo es real y ahora Elodie
entornó un poco los ojos y mostró una sonrisa de satisfacción-,
aquí hay piezas que deben de valer una fortuna.
-Es
imposible saber su valor, depende de lo que representen para el
comprador.
-Y
tú siempre intentando trasmitir tu pasión por la pintura a los
alumnos..., aunque está muy relacionado..., me parece que tu padre
no ha conseguido que tú tengas su pasión por las antigüedades.
-¿Por
qué dices eso?
-Porque
de haber sido así, trabajarías con él, no serías profesora.
-Te
equivocas y no te equivocas.
-Bueno,
será lo uno o lo otro.
-No,
mi padre no me la inculcó, no hacía falta, la llevo en la sangre,
es más, creo que toda mi familia tiene esa pasión.
A
pesar de las palabras que había pronunciado orgullosa de su estirpe,
su actitud no era altiva.
-Pero
quiero ser independiente, no
una niña de papá, aunque no puedo evitar que él quiera que viva en
un apartamento como este -abrió
las manos y repasó el salón con la vista-, tampoco hay necesidad de
molestarlo diciendo ¨no¨.
-Lo
comprendo.
-Ven,
quiero compartir algo contigo -dijo alegre y satisfecha, lo miró de
una forma especial y Umberto lo percibió, pensaba en qué podría
ser cuando la siguió en dirección a una puerta que estaba en un
lateral.
La
amplísima habitación seguía los mismo cánones que el salón, solo
que aquí había una gran cama de matrimonio. Además de almohadas,
unos grandes cojines perfectamente dispuestos, pero ella desvió su
atención señalando la alfombra mullida.
-Ahí
es donde me tienes todas las mañanas a primera hora practicando mis
a sanas.
Mientras
tanto, ella se dirigió hacia un mueble lateral y tomó una pequeña
caja esmaltada en marrón con incrustaciones de nácar formando
dibujos. Se giró hacia Umberto mientras comenzaba a mover distintas
piezas de la cja, aperturas de compartimentos ocultos que permitían
el acceso a otros, así hasta llegar a una llave que abría un último
espacio con espejo, este a su vez se deslizaba, y tras él apareció
una nueva llave. Una caja llena de secretos que, como ya le había
anticipado, compartiría con él. Fijaron sus miradas, los dos
sonrieron. Elodie se inclinó y con la última llave abrió una
puerta del mueble. De allí estrajo una bolsa de cartón y, dentro,
algo grande, pesado, rectangular. Estaba perfectamente envuelto en
distintas capas de plásticos con pompas, que ella fue quitando
cuidadosamente.
-Ven,
mira -le dijo mientras lo depositaba sobre el mueble.
Umberto
se acercó observando sorprendido lo que era un gran bloque oscuro de
gruesos pergaminos donde resaltaban algunos dorados.
-Es
muy antiguo.
-Puede
tener entre quince y diecisiete siglos.
Los
signos, adornos y pinturas se veían perfectamente.
-¿Esto
es pan de oro?
-Sí.
-¿De
que se trata?
-Creo
que es un tratado que ya en el momento en que se escribió debió ser
secreto, solo podían disponer de él unos pocos elegidos.
-Es
oriental -afirmó en voz baja viendo su aspecto.
-Sí
-confirmó Elodie.
-¿De
dónde procede?
-Lo
compré en la India, en Uttar Pradesh, fui a conocer la ciudad
sagrada de Benarés, y
aunque creamos que esa es la India profunda, te aseguro que no. A dos
horas de camino, al norte, no sé cómo decirlo, es inexplicable lo
que vi. Allí se acercó una mujer, no sabía bien lo que quería,
bueno, pedirme dinero fue lo primero que pensé, pero medio entendí
que me quería enseñar su casa. Si la hubieras visto... -Umberto
estaba observando a su amiga emocionada, como nunca antes la había
visto, mientras le contaba su vivencia-, no podía decirle que no. Lo
que realmente quería era venderme lo único que tenía de valía, se
lo habían trasmitido de madres a hijas generación tras generación.
En la India hay un proverbio que dice: ¨ No
desprecies lo antiguo, puede tener un gran valor¨ . Me aseguraba que
era único, ya no lo podía mantener en su poder. Me lo vendía,
necesitaba el dinero. Le
di los ochocientos dólares que llevaba encima. Ha sido aquí,
estudiándolo poco a poco, donde he tomado conciencia de que estoy
ante un ejemplar posiblemente único, como me dijo la mujer, y
secreto, solo conocido por unos pocos en aquella época. Mira esto.
-¿Qué
lenguaje es?
-Sánscrito,
¿sabes lo que pone?
-Ni
idea.
-Pone
¨ Vatsyayana ¨ .
-Me
quedo lo mismo.
-¿No
sabes quién es Vatsyayana? -le dijo ella algo sorprendida.
-Te
aseguro que no.
-Un
monje y escritor de la India, el autor del Kama
Sutra.
Umberto
estaba mirando lo que se suponía que era la portada, pero nada más
escuchar las palabras ¨Kama
Sutra ¨, la
imagen que volvió a su mente fue la amplia cama que estaba en ese
momento a sus espaldas.
-¿Qué
es, un ejemplar antiguo del Kama Sutra?
-No,
te he dicho que debió ser secreto, el Kama Sutra lo conocía y lo
conoce todo el mundo menos tú.
-Mujer,
sé lo que es el Kama Sutra, solo que no lo he leído y no sabía
quién era su autor.
-Pues
este códice es mejor aún.
-Será
mejor, pero yo solo estoy más perdido -dijo afinando la vista en ese
acto inconsciente que le parecía cuando no aprendía o se ponía
algo nervioso, y es que no dejaba de pensar en la cama que estaba
detrás.
-La
mayoría de la gente piensa que el Kama Sutra es un conjunto de las
distintas posturas que se pueden adoptar para realizar el acto sexual
-Umberto movió la cabeza afirmativamente-, pero
es bastante más, un compendio muy extenso, con un gran número de
capítulos..., treinta y seis, y toca múltiples aspectos, todo
escrito por expertos de la época. No solo habla sobre el acto sexual
y las posiciones, también habla de lo que tiene que tener en cuenta
el hombre para elegir esposa, de la conducta que esta debe mantener,
hace una clasificación de las mujeres, pero también habla de
tabúes..., o de cómo atraer a otras personas.
Ese
último comentario le debía de haber ayudado a ver la luz, pero no
fue así.
-Pues
reconozco que no lo sabía, estoy sorprendido- comentó Umberto ya
concentrado en el tema y diluyéndose sus primeros pensamientos.
¨Ella
no ha pretendido lo que se te ha venido a la cabeza. Un
hombre ve que una mujer lo lleva al dormitorio y eso significa que ya
quiere lío. ¿No es una amiga?, entonces... ¿por qué has pensado
así? ¨ , se recriminó.
-La
India tuvo en los primeros siglos de nuestra era un largo periodo de
gran prosperidad, no hubo guerras, y sí florecimiento de la economía
y la cultura. En ese periodo fue en el que se escribió el Kama
Sutra. El hinduismo tomó fuerza, también las prácticas religiosas.
La sociedad, partiendo de las etnias, estaba dividida bajo un severo
régimen de castas por todos aceptados. Pero al mismo tiempo, la
prosperidad económica trajo los intercambios comerciales, el
contacto con otros pueblos. El hinduismo se expandió, pero a su vez,
a ellos llegaron de otros lugares remotos. Mira, vas a entender
perfectamente lo que te quiero decir.
Elodie
se movió para abrir de nuevo la puerta del mueble y le pisó sin
querer, Umberto se sobresaltó un poco y puso su mano en la cadera de
ella.
-¡Oh!,
perdona.
-No,
nada.
A
pesar del tiempo que se llevaban tratando, era el primer contacto
físico que mantenían, solo el primer día cuando se presentaron
habían estrechado sus manos. Y esa sola percepción de la cadera en
movimiento le llevó a Umberto a tener conciencia del cuerpo de
Elodie, hasta ese preciso instante solo existía una relación de
amistad, ideas y conocimientos. El físico era lo primero en lo que
reparaban los demás. Umberto no, salvo cuando se fijó en su boca,
no había existido seducción; y en ese momento apareció con fuerza.
Su mano transmitió la atracción. Recordó las caderas de la
empleada de Calvin Klein; pero no, era distinto, otras formas.
Notó
cómo se estaba excitando, le atrajo pensar en las diferentes
experiencias físicas que le podían aportar distintas mujeres.
Elodie
sacó otro libro y lo puso en paralelo, lo abrió y pasó varias
páginas. Se detuvo en una en la que se veían varias ilustraciones.
-Este
es el Kama Sutra, fíjate.
Umberto
se concentró en la escena en la que un hombre estaba tumbado y,
sobre él, la mujer era penetrada al mismo tiempo que esta acariciaba
los testículos de su pareja. Por un momento imaginó que el pene
del hombre fuese el suyo. Enseguida procuró escapar del pensamiento
esforzándose en centrarse en los detalles del dibujo, ambos estaban
desnudos; pero mantenían sus joyas en cabeza, cuello muñecas y
tobillos. El decorado que les rodeaba y donde se consumaba el acto
también era rico en alfombras y bienes. Una sociedad muy
desarrollada para el momento histórico en que se ilustraba,
aproximadamente entre el año trescientos y quinientos d, C.;
reparó también en otra ilustración con similares características,
otra postura, pero es que además había una segunda mujer en la
escena.
-¿Y
esta?
Elodie
aumentó un poco su sonrisa.
-Ménage
à trois.
-Se
lo pasaban bien, sí, señor. -Intentaba mostrarse natural.
-Las
formas de hacer el amor eran consideradas como un arte, y partiendo
de ocho maneras básicas, hay ocho posiciones diferentes para cada
una.
-Entonces...
son sesenta y cuatro posturas distintas en total.
-Así
es.
-Pues
yo creía que había mil una.
Elodie
bajó la cabeza y lo miró desde allí con una sonrisa aumentada,
entre infantil y pícara.
-Esas
son las mil y una noches -le dijo ella sin cambiar el gesto.
-Pues
eso, una postura distinta por cada noche.
-Y
yo que no te creía con tanta imaginación.
-Pues
ya ves, ¡sorpresa!
Escuchar
esa palabra la llevó automáticamente a dar el paso siguiente, sin
pensar, quiso seguir sorprendiéndolo. Cerró el Kama Sutra y tomó
el códice. Pasó cuidadosamente los antiguos legajos hasta detenerse
en uno.
-Para
Vatsyayana, la relación sexual era una unión divina, lo que
pretendía era que disfrutara del sexo al máximo nivel.
¨¡Ay
Dios!¨.
-Ahora
fíjate en este dibujo.
Aunque
la hoja estaba deteriorada, se veía perfectamente a un hombre y a
una mujer manteniendo una relación sexual. En este caso, él estaba
casi sentado sobre ella, que estaba tendida boca abajo, pasando su
cuerpo por entre las piernas de él, que mantenía una postura
parecida a la del loto, mientras la penetraba. Pero eso no fue lo que
más llamó la atención de Umberto, que ahora estaba completamente
desconcertado.
¨La
perspectiva¨.
-Lo
ves.
-Sí,
claro.
Era
una perspectiva caballera perfecta. El desarrollo histórico de este
tipo de perspectiva era un tema sobre el que habían hablado y no
terminaban de ponerse de acuerdo. Ella decía siempre sonriendo, y
sin mucha convicción, que los amos del color y
ese enfoque eran los pintores flamencos de finales del siglo XIV y
sobre todo del siglo XV, mientras que Umberto mantenía que la
perspectiva caballera se originó en Italia, al
final del medievo, para explicar mejor las construcciones militares
que constantemente estaban acometiendo las ciudades estado. El
descubrimiento del punto
de fuga, que fue la base para el desarrollo de la
perspectiva, se atribuye a Brunelleschi,
quien lo aplicó en dibujos para resolver los problemas de
edificación que tuvo en su momento la catedral de Florencia,
cuya construcción estuvo detenida, a falta de cúpula, durante cien
años, porque nadie sabía cómo llevarla a cabo, salvo este genio
loco borracho. O sea, como mínimo diez siglos después de lo que
Elodie decía que podían tener los manuscritos que tenía delante.
El desarrollo de un tema central trae el avance de todo lo que le
rodea y que es necesario para llevarlo a cabo, o para explicarlo,
como
en este caso eran las relaciones sexuales; y en el otro, el avance
militar.
A
Umberto, lo que se le vino de inmediato a la cabeza fue otra cuestión
que consideraba más probable; la necesidad. Esta
consigue el máximo del ser humano, y
en esos momentos estaba pensando que su amiga había podido ser
timada, que de supuestos códices como el que tenía delante podía
estar plagado el mundo entero, y todos los compradores muy callados,
cuidadosos con su secreto.
-Mira,
aquí se ve con más detalle a la mujer.
La
nueva página que le mostraba estaba completamente ocupada por la
imagen de una joven, algo de perfil y con el torso desnudo.
¨¡Vaya
pezones!¨.
Umberto
sonrió exteriorizando algo que le había resultado incluso cómico.
No se dio cuenta de que ella estaba muy pendiente
de él, de su reacción. Tanto
le llamó la atención que olvidó de inmediato el pensamiento de que
su amiga podría haber sido estafada.
¨Es
increíble, esto no puede existir en la realidad¨.
¨Miau¨.
¨El
pecho es normal, pero los pezones son larguísimos¨.
Umberto
no pudo evitar pensar si era una forma de representación en la mujer
de unas astas. No tenía una base para ello, la imagen le creó la
idea.
La
gata ya había comido y venía a conocerlo, se aproximó estirando su
cuerpo, andando parsimoniosamente, levantando la cabeza, mirando al
invitado, ahora era ella la que quería ser el centro de atención.
-¿Te
parece guapa? -preguntó Elodie señalando el dibujo.
-Guapa,
atractiva, entiendo que fuera objeto de deseo. -No le quiso hablar de
la impresión algo risible que le había producido.
-¿Objeto
de deseo...? ¡No hables así de la mujer, me sorprendes!
-Disculpa,
pero si esta mujer existiera en la realidad, es muy difícil dejar de
lado su aspecto físico. -Se reafirmaba en su comentario.
Elodie
se quitó la chaqueta y la echó sobre la cama, dejó a la vista su
sencillo vestido blanco. Umberto la miró.
¨¡Los
pezones, cómo se le marcan! ¿Ella también...? ¿De qué me está
hablando en realidad? ¿De perspectivas, de esto, de ella?¨.
Dudas,
pensamientos e imágenes le secaron la boca. Se sintió incómodo.
Desvió la vista de inmediato, pero tampoco pudo evitar mirarla a los
ojos, medio segundo, para ver si ella se había dado cuenta de que
había fijado la vista en sus pechos y la sorpresa que le habían
causado.
¨¡Vaya
si se ha dado cuenta!¨.
Sintió
vergüenza, aunque percibió en ella un gesto comprensivo.
¨¡Es
algo exagerado!¨.
¨Miau¨.
-Mira,
ya ha comido y viene a saludarte -dijo Elodie manteniendo la
naturalidad.
A
Umberto no se le iba de la cabeza lo que acababa de ver, el dibujo
tampoco, ni lo que había comentado respecto a la imagen de la mujer
y el reproche de ella.
Desconcierto,
confusión, pero el deseo estaba ahí. Si Vatsyayana
decía que las relaciones sexuales entraban dentro de lo divino, ¿qué
necesidad había de contradecirlo?
¨¿Por
qué se ha quitado la chaqueta? ¿A ver si es una seguidora del
monje?¨.
En
su mente se volvía a repetir la imagen una y otra vez.
¨Ella
tiene los así, eso debe ser, si no... ¿a qué viene todo esto?, por
la perspectiva no es¨.
Miró
la ilustración, volvió la cabeza hacia ella, que estaba pendiente
del gato, de perfil, se volvió a fijar, de nuevo no pudo evitar
imágenes que asaltaban su mente. Pensó que había algo de
irrealidad en todo aquello, en la vivienda, el ambiente, en el libro,
en Elodie..., pero de inmediato se vio obligado a preocuparse de otra
cuestión terrenal, cuando reparó en que la
fuerza que le dejaba más estrecho el pantalón le estaba haciendo
daño.
¨Miau¨.
Ella
volvió a la página en la que el hombre, manteniendo la postura
similar a la del loto, penetraba a la mujer, Elodie la señaló.
-Esta
postura no está recogida en el Kama Sutra.
¨Miau¨.
La gata comenzó a restregarse con la pierna de él.
La
erección tiraba del vello.
-¿Qué?
-preguntó despistado mientras su rostro enrojecía.
-Que
esta postura no aparece en el Kama Sutra.
-¿Seguro?
¨Ahora
no quiero hablar de eso, Elodie¨.
-Completamente
-de nuevo la suave sonrisa y la mirada comprensiva de ella, no sabía
cómo iba a reaccionar él, creo que este códice recoge la postura
que solo podían practicar unos pocos elegidos cuando encontraban a
la mujer ideal, todo lo que llevo estudiado hasta ahora así me lo
dice.
¨¿Los
elegidos cuando encuentran a la mujer ideal? Ahora no estoy para
matizar, me da igual¨.
-¿Y
por eso piensas que era secreto?
-Secreto
o al menos en poder solo de una minoría, una casta que podía
relacionar con un tipo de mujer como esta, que no era común.
-¡¿Queeeeeé?!
-La expresión se le escapó más fuerte de lo que él hubiera
querido debido al dolor que el tirón del vello le estaba
produciendo.
-¿Pero
no te has dado cuenta nada más verlo?
-¡Uf!,
perdona... ¿De qué?
-¡¿Qué
te pasa?!
-Nada
-contestó completamente rojo.
-¿No
te das cuenta? -Estabas desorientado, se daba y no se daba cuenta,
con seguridad lo que ocurría es que no terminaba de comprender-. ¡La
mujer es rubia! Le dijo señalándola, mientras que Umberto no salía
de su perplejidad.
Entre
lo que había visto, intuido, pensado y sentido en ese momento,
estaba hecho un lio. Imposible concentrarse, ni se había dado cuenta
del color del pelo de la mujer.
Balanceó un poco su cuerpo y cambió de postura, algo de lado para
tirarse del pantalón y hacer hueco.
Efectivamente,
en el Kama Sutra son morenas, se supone que de la India por el resto
de las facciones, ¡pero esta era rubia! El autor de todo aquello
debía pensar que existía una mujer ideal, y la mostraba, la
dibujaba con unas determinadas características físicas.
Elodie
volvió a enseñarle la mujer con el torso desnudo, con el pecho
normal..., pero con aquellos pezones. Umberto fijó su mirada en
ellos de nuevo, no pudo evitar pasar después la vista hacia los de
su amiga.
¨¡Cómo
se te marcan, Elodie¨, hubiera deseado decirle con la admiración y
el deseo que sentía.
Y
de alguna forma se lo dijo, porque ella volvió a darse cuenta de su
mirada, del color y la nueva expresión de su rostro que desconocía.
Le gustó comprobar que despertaba su interés.
La
gata seguía rozándose con Umberto, mientras, de vez en cuando, se
escuchaba un ronroneo que su consciente no percibía, pero su
subconsciente sí.
¨Dios,
pero ¿cómo puede ser, esto es real o estoy soñando?¨.
Estaban
allí, marcando su posición en unos senos que parecían perfectos.
Ya no desvió la vista, parecía hipnotizado. La mano de ella le
acarició la mejilla, los dedos bajo la barbilla dirigieron su cabeza
para sacarlo de su fijación, se miraron a los ojos. Umberto intentó
tragar saliva, no pudo. La gata se separó y miró hacia arriba, los
observaba, pasaba la vista de uno a otro alternativamente.
¨Miau¨.
Pero
ellos no la escuchaban.
Elodie
se aproximó más, insegura, despacio, dudaba, esperaba la reacción
de él. Ambos estaban nerviosos, torpes, como dos principiantes
quinceañeros en su primer contacto. Rozaron los labios. Un pequeño
beso. Umberto recibió el soplo del suspiro de ella. Temblorosa,
deseó entregarse y continuó. Los
labios le trajeron nuevas sensaciones, nuevos ajustes, nuevo sabor,
era agradable. De nuevo Elodie sentía la conexión
perfecta, un deseo inmenso de abrazarlo, fundirse con él. Umberto se
sorprendió por la fuerza
con que la boca de ella le invadía, las lenguas chocaban y se
entendían.
¨Miau¨.
La
gata fue haciendo eses entre las piernas de Umberto y Elodie,
rozándose y entrelazándolas, hasta que se desató una
furia animal en la que ellos se sintieron libres de atacarse como
deseaban, según les apetecía, y la gata por fin se marchó.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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