CAPÍTULO
X
Mira,
Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas
blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira
cómo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué
haré yo con tantas rosas?
¿Sabes
tú, quizás, de dónde es esta blanda flora, que yo no sé de dónde
es, que enternece, cada día, el paisaje, y lo deja dulcemente
rosado, blanco y celeste más rosas, más rosas - , como un cuadro de
Fra Angélico, el que pintaba la gloria de rodillas?
De
las siete galerías del Paraíso se creyera que tiran rosas a la
tierra. Cual en una nevada tibia y vagamente colorida, se quedan las
rosas en la torre, en el tejado, en los árboles.
Mira:
todo lo fuerte se hace, con su adorno, delicado. Más rosas,
más rosas, más rosas...
Parece,
Platero, mientras suena el Ángelus, que esta vida nuestra, pierde su
fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más
constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia,
suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas...
Más
rosas...
Tus
ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son
dos bellas rosas.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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