CAPÍTULO
VIII
¡No
te asustes, hombre! ¿Qué te pasa? Vamos, quietecito... Es que están
matando a Judas, tonto.
Sí,
están matando a Judas. Tenían puesto uno en el Monturrio, otro en
la calle de enmedio, otro ahí, en el Pozo del Consejo.
Yo
los vi anoche, fijos como por una fuerza sobrenatural en el aire,
invisible en la oscuridad la cuerda, que,de doblado a balcón, los
sostenía. ¡Qué grotescas mescolanzas de viejos sombreros de copa y
mangas de mujer, de caretas de ministros y miriñaques, bajo las
estrellas serenas! Los perros les ladraban sin irse del todo, y los
caballos, recelosos, no querían pasar bajo ellos...
Ahora
las campanas dicen, Platero, que el velo del altar mayor se ha roto.
No creo que haya quedado escopeta en el pueblo sin disparar a Judas.
Hasta
aquí llega el olor de la pólvora.
¡Otro
tiro! ¡Otro!
...Sólo
que Judas, hoy. Platero, es el diputado, o la maestra, o el forense,
o el recaudador, o el alcalde, o la comadrona; y cada hombre descarga
su escopeta cobarde, hecho niño esta mañana del Sábado Santo,
contra el que tiene su odio, en una superposición de vagos y
absurdos simulacros primaverales.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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