Esta
historia representa par mí el símbolo de la cadena que vincula a
las personas a través de la sabiduría de los cuentos. Me la contó
un paciente que la había escuchado, a su vez, de boca de un ser
maravilloso, el
curita criollo Mamerto Menapace. Así
como la reproduzco ahora se la regalé una noche a Marce y a Paula.
Aquella
ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás
ciudades del planeta.
Aquella
ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... Pero pozos al
fin.
Los
pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que
estaban excavados, sino también por el brocal (la abertura que los
conectaba con el exterior).
Había
pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales
preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y otros más pobres,
con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La
comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a
brocal, y las noticias corrían rápidamente de punta a punta del
poblado.
Un
día, llegó a la ciudad una ¨moda¨ que seguramente había nacido
en algún pueblecito humano.
La
nueva idea señalaba que todo ser viviente que se preciara debería
cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no era
lo superficial sino el contenido.
Así
fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas.
Algunos
se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más
prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos.
Algunos más optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas,
pianos de cola y sofisticadas esculturas pormodernas. Finalmente, los
intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de
revistas especializadas.
Pasó
el tiempo.
La
mayoría de los pozos se llenaron hasta tal punto que ya no podían
incorporar nada más.
Los
pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se
conformaron, otros pensaron que debían hacer algo para seguir
metiendo cosas en su interior...
Uno
de ellos fue el primero. En lugar de apretar el contenido, se le
ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No
pasó mucho tiempo hasta que la idea empezó a ser imitada. Todos los
pozos utilizaban gran parte de sus energías en ensancharse para
poder hacer más espacio en su interior. Un pozo, pequeño y alejado
del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas que se
ensanchaban desmedidamente. Él pensó que si seguían ensanchándose
de aquella manera, pronto se confundirían los bordes de los
distintos pozos y cada uno perdería su identidad...
Quizá
a partir de esa idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo más profundo.
Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de
que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de
profundizar. Si quería se más profundo tenía que vaciarse de todo
contenido...
Al
principio tuvo miedo al vacío. Pero luego, cuando vio que no había
otra posibilidad, lo hizo.
Vacío
de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los
demás se apoderaban de las cosas de las que él se había
deshecho...
Un
día, algo sorprendió al pozo que creía hacia dentro. Dentro, muy
adentro y muy en el fondo... ¡encontró agua!
Nuca
antes otro pozo había encontrado agua.
El
pozo superó su sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo,
humedeciendo sus paredes, salpicando sus bordes y, por último,
sacando el agua hacia fuera.
La
ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho
era bastante escasa. Así que la tierra que rodeaba al pozo,
revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las
semillas de sus entrañas brotaron en forma de hierba, de tréboles,
de flores y de tronquitos endebles que se convirtieron en árboles
después...
La
vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron
a llamar ¨el Vergel¨.
Todos
le preguntaban cómo había conseguido aquel milagro.
-No
es ningún milagro -contestaba el Vergel-. Hay que buscar en el
interior, hacia lo profundo.
Muchos
quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desestimaron la idea
cuando se dieron cuenta de que para ser más profundos tenían que
vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de
más y más cosas...
En
la otra punta de la ciudad, otro pozo decidió correr también el
riesgo de vaciarse...
Y
también empezó a profundizar...
Y
también llegó el agua...
Y
también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el
pueblo...
-¿Qué
harás cuando se termine el agua? -le preguntaban.
-No
sé lo que pasará -contestaba-. Pero, por ahora, cuanta más agua
saco, más agua hay.
Pasaron
unos meses antes del gran descubrimiento.
Un
día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el
agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...
Que
el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad
del otro.
Se
dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida.
No
sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como
todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo
y secreto punto de contacto.
Habían
descubierto la comunicación profunda que sólo consiguen aquellos
que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo
profundo de su ser lo que tienen para dar...
JORGE
BUCAY.
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