martes, 21 de abril de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO XX

Estaban sentados en su banco, en el jardín del colegio.
-¿Por qué me miras así?
-No sé, cómo?
-Miras de una forma...
Paolo bajó la vista, se fijó en la falda verde con volantes y flores de colores repartidas, la misma que llevaba el primer día y con la que tanto le gustaba.
-Es que estás llena de música.
Ella hizo un gesto de extrañeza.
-¿Cómo...?
-Es como yo te veo, llena de notas de música de colores, te rodean y te acompañan. -Le señaló la falda y ella inclinó la cabeza para verla, después lo volvió a mirar.
-Eres raro.
-¿Yo, raro...? -No era la primera vez que le decían raro, y no le gustó, Eiriann se dio cuenta y rectificó.
-Bueno, especial.
-¿Por qué?
-Por cómo miras, y dices unas cosas... -Pestañeó repetidamente.
-A mí me parece raro que los muñecos puedan hablar, que los dibujos pintados se puedan mover y tengan vida.
-Los muñecos no hablan ni se mueven, solo en la imaginación lo puede hacer -dijo levantando la voz.
-Entonces es igual que lo que yo digo, ¿no te gusta la música?
-Claro, en mi cabeza siempre hay música sonando.
-Pues eso es lo que yo veo, ¿por qué te extraña?
-Porque eso no se ve.
-Pero cuando te veo a ti..., veo la música.
-¿Cómo?
Pues mirándote.
-¿Y qué ves mirando a ese niño que siempre se mete contigo?
-Miedo.
Ella puso cara de extrañeza.
-¿Te tiene miedo a ti? -preguntó sonriendo con ironía.
-No, a mí no, a otras cosas.
-¿A qué cosas?
-Aún no lo sé, ya lo iré descubriendo.
Eiriann volvió a hablar de lo que más le atraía.
-Entonces..., ¿cuando me miras ves música? -Paolo dijo sí con la cabeza-. ¿Y la escuchas?
-Muchas veces.
-Me gusta.
Eso es lo que le ocurría a Paolo, que Eiriann le gustaba. No había una chica tan especial ni tan guapa como ella. Le gustaba todo, su pelo, su cara, sus ojos, sus pecas, cómo hablaba, cómo movía la mano escuchando la música que llevaba por dentro y, cuando la veía con la falda verde de flecos y flores de colores, solo tenía que mirarla para llenarse de esa AURA que él había descubierto con ella. Así pasaban las horas sin darse cuenta cuando estaba junto a ella, y también ocurría algo mágico..., notaba como si flotara en el aire.
-Yo con la música no me aburro.
-Pues yo con las personas a veces, pero con los edificios nunca.
-¿Con los edificios?
-Sí, me distraen más.
-A mí me gustan los que tienen el tejado de ese color.
-Sé lo que dices, como la Estatua de la Libertad.
-Sí, esos.
-Están muy bien, pero a mí me gustan casi todos.
-Como a mí la música.
-Algún día yo construiré un edificio.
-Y yo tocaré en una orquesta.
Los dos se miraron y sonrieron. Después Paolo giró la cabeza hacia la verja, vio a su padre llegar.
-¡Hola! -dijo Umberto agitado.
Paolo levantó la mano a modo de saludo.
-¿Es tu padre?
-Sí.
-Es muy alto.
-Sí.
-No se parece a ti.
-Soy bajito pero terminaré siendo tan alto como él.
Eiriann miró a uno y a otro, le pareció casi imposible que ese milagro ocurriera.
-Adiós.
-Adiós -dijo girándose y cargando la mochila.
Caminó seguro, con un gesto serio, responsable, como un hombre. Notó que su padre estaba jadeante, se le había hecho tarde. A él no le importó, estaba con Eiriann. De inmediato se dio cuenta de que tenía manchado el pantalón. No le dijo nada.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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