CAPÍTULO
XX
Estaban
sentados en su banco, en el jardín del colegio.
-¿Por
qué me miras así?
-No
sé, cómo?
-Miras
de una forma...
Paolo
bajó la vista, se fijó en la falda verde con volantes y flores de
colores repartidas, la misma que llevaba el primer día y con la que
tanto le gustaba.
-Es
que estás llena de música.
Ella
hizo un gesto de extrañeza.
-¿Cómo...?
-Es
como yo te veo, llena de notas de música de colores, te rodean y te
acompañan. -Le señaló la falda y ella inclinó la cabeza para
verla, después lo volvió a mirar.
-Eres
raro.
-¿Yo,
raro...? -No era la primera vez que le decían raro, y no le gustó,
Eiriann se dio cuenta y rectificó.
-Bueno,
especial.
-¿Por
qué?
-Por
cómo miras, y dices unas cosas... -Pestañeó repetidamente.
-A
mí me parece raro que los muñecos puedan hablar, que los dibujos
pintados se puedan mover y tengan vida.
-Los
muñecos no hablan ni se mueven, solo en la imaginación lo puede
hacer -dijo levantando la voz.
-Entonces
es igual que lo que yo digo, ¿no te gusta la música?
-Claro,
en mi cabeza siempre hay música sonando.
-Pues
eso es lo que yo veo, ¿por qué te extraña?
-Porque
eso no se ve.
-Pero
cuando te veo a ti..., veo la música.
-¿Cómo?
Pues
mirándote.
-¿Y
qué ves mirando a ese niño que siempre se mete contigo?
-Miedo.
Ella
puso cara de extrañeza.
-¿Te
tiene miedo a ti? -preguntó sonriendo con ironía.
-No,
a mí no, a otras cosas.
-¿A
qué cosas?
-Aún
no lo sé, ya lo iré descubriendo.
Eiriann
volvió a hablar de lo que más le atraía.
-Entonces...,
¿cuando me miras ves música? -Paolo dijo sí con la cabeza-. ¿Y la
escuchas?
-Muchas
veces.
-Me
gusta.
Eso
es lo que le ocurría a Paolo, que Eiriann le gustaba. No había una
chica tan especial ni tan guapa como ella. Le gustaba todo, su pelo,
su cara, sus ojos, sus pecas, cómo hablaba, cómo movía la mano
escuchando la música que llevaba por dentro y, cuando la veía con
la falda verde de flecos y flores de colores, solo tenía que mirarla
para llenarse de esa AURA que él había descubierto con ella. Así
pasaban las horas sin darse cuenta cuando estaba junto a ella, y
también ocurría algo mágico..., notaba como si flotara en el aire.
-Yo
con la música no me aburro.
-Pues
yo con las personas a veces, pero con los edificios nunca.
-¿Con
los edificios?
-Sí,
me distraen más.
-A
mí me gustan los que tienen el tejado de ese color.
-Sé
lo que dices, como la Estatua de la Libertad.
-Sí,
esos.
-Están
muy bien, pero a mí me gustan casi todos.
-Como
a mí la música.
-Algún
día yo construiré un edificio.
-Y
yo tocaré en una orquesta.
Los
dos se miraron y sonrieron. Después Paolo giró la cabeza hacia la
verja, vio a su padre llegar.
-¡Hola!
-dijo Umberto agitado.
Paolo
levantó la mano a modo de saludo.
-¿Es
tu padre?
-Sí.
-Es
muy alto.
-Sí.
-No
se parece a ti.
-Soy
bajito pero terminaré siendo tan alto como él.
Eiriann
miró a uno y a otro, le pareció casi imposible que ese milagro
ocurriera.
-Adiós.
-Adiós
-dijo girándose y cargando la mochila.
Caminó
seguro, con un gesto serio, responsable, como un hombre. Notó que su
padre estaba jadeante, se le había hecho tarde. A él no le importó,
estaba con Eiriann. De inmediato se dio cuenta de que tenía manchado
el pantalón. No le dijo nada.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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