CAPÍTULO
XVII
Estaba
evitándola. Llevaba varios día preocupado por ese momento que él
sabía que se había de producir, y Elodie se acercaba por el
pasillo. De inmediato, Umberto bajó la cabeza, la mirada, y
notó cómo se le encogía el estómago, le faltó la respiración.
Calculó
que ella ya estaría al cruce y levantó el gesto un poco hacia el
lado donde ella debía estar. Sorpresa, solo alumnos, más
nerviosismo. La buscó ansioso sorprendido de no verla, y la
relajación le llegó cuando la encontró, se había detenido en el
pasillo en cuanto lo vio. Ella esperó a que llegara mientras lo
observaba fijamente. A Umberto le desapareció la inseguridad, se dio
cuenta de que en el fondo estaba deseando volverla a ver, como en ese
momento, Elodie, con su sonrisa...
-Hola
-dijo al llegar hasta ella, que permanecía quieta.
No
se besaron en la mejilla ni se dieron la mano.
-¿Cómo
estás? -preguntó Elodie.
-Bien...,
supongo que bien -terminó reconociendo mientras desviaba la vista a
un lado, después, al suelo.
Ella
lo repasó. El gesto de aprecio y cariño estaba presente en su
rostro, en la mirada, en la sonrisa de mujer enamorada que
todo le parece bien del que ama.
Los alumnos pasaban a su lado y captaban ese algo especial que les
envolvía. Umberto no se daba cuenta de la imagen delatora.
-No
te tienes que preocupar por nada. -Él solo levantó la cabeza,
siguió sin mirarla, la vista perdida por el fondo del pasillo.
-Por
ti, ya lo sé. -Y ahora sí buscó la mirada de ella.
-Ni
por mí, ni por ti. Tampoco te tienes que arrepentir de nada.
-Elodie,
tú no puedes saber eso.
-Pues
claro que lo sé, estoy completamente segura de eso.
Umberto
suspiró.
-Sabes,
cuando me dijiste que eras virgen, se me vino el mundo encima.
-¿Por
qué...?
-Hubiera
preferido no ser el primero.
-Era
virgen porque antes no había encontrado a nadie como tú.
-No
digas eso.
-¿Por
qué?, es la verdad.
-Pero
yo no...
-Tú
no... ¿qué?
-No
sé cómo explicarlo.
Ella
seguía pendiente del más mínimo gesto de él, como un perro de su
amo.
-No
me expliques nada, vamos a tomarnos un té.
-Tomemos
un té -dijo relajándose algo.
Fue
solo un instante, porque, nada más girarse y comenzar a andar, ella
se cogió de su brazo. Umberto se sintió incómodo cuando notó la
mano en su bíceps, conectó con la tarde en el apartamento, pero no
dijo nada. Caminaban por el pasillo. Él iba pendiente de con quién
se cruzaba, rígido, ella relajada. Las caras de ambos hablaban, la
de él decía miedo; la de ella, amor, el que Elodie llevaba en su
interior esa tarde, la que por primera vez en su vida no sintió el
enorme complejo que le había acompañado desde niña.
Nada
más comenzar a desarrollársele el pecho, ella se fijó en aquel
detalle que no le gustaba. Además, rápidamente se convirtió en
motivo de risas y de ser señalada por todos. Las compañeras le
pedian que lo enseñara, le decían que era imposible que lo tuviera
así, que era un postizo que ella se ponía para llamar la atención
de los chicos, y estos también se reían. Las burlas fueron una
constante, pronto comenzó a utilizar chaqueta. A partir de ahí,
aunque veía que atraía a los hombres, siempre pensaba que eso era
porque no conocían su secreto, se avergonzaba de su físico. Un
enorme complejo que no había logrado superar. Cuando descubrió que
en otros tiempos podía haber sido la mujer más deseada, no pudo
olvidar las risas. Sus secretos no podía compartirlos con
cualquiera, solo Umberto estaba a la altura. Era distinto a los
demás, sintió una fuerte atracción por él desde la primera vez
que lo vio. Jamás había sentido esa fuerza, con esa intensidad
hacia un hombre; y cuando lo conoció, esta no solo se mantuvo, sino
que lo convirtió en la persona ideal para compartir. De alguna forma
era muy parecido a ella, percibió rápido su inseguridad, su
timidez, pero juntos se reafirmaban. A su lado el tiempo se detenía,
y cuando se separaban hasta el siguiente día, solo estaba pensando
en él, recordando los momentos juntos, las conversaciones que habían
mantenido, repasaba los comentarios que había hecho..., y se
reprochaba el que los podía haber mejorado. Junto a él intentaba
hacer todo de la mejor manera posible. ¡Y cómo se enriquecían sus
conocimientos de pintura con los datos históricos que él aportaba!
Lo
único que a Elodie le resultó extraño fue que Umberto no se
hubiera dado cuenta de que las imágenes del códice estaban
realizadas utilizando la perspectiva caballera, él que reparaba en
todos los detalles. ¿Tanto lo había impresionado? Era la otra
sorpresa que le tenía preparada. Habían hablado muchas veces lo que
provoca la codicia, aquellas guerras entre ciudades y familias en el
Renacimiento, las barbaridades que se hicieron en contraste con la
belleza de las esculturas y pinturas. Mientras que lo que aparecía
en el códice era amor y sexo. ¿Cual de los dos, la guerra o el
amor, era más fuerte? La
conclusión de Elodie era que el amor y el sexo eran poseedores de
mayor fuerza que la guerra y la avaricia. Tenía la
demostración, habían conseguido desarrollar la
perspectiva caballera diez siglos antes, en la India, así lo
corroboraban las pruebas de carbono 14 a que había sometido los
pergaminos.
Pero
eso no le importó lo más mínimo en el momento en el que inició
los pasos para que la conociera como era, con todos sus secretos ya a
la luz; entre ellos, lo que sentía por él. Le decía,
así soy, así pienso, aquí me tienes, haz conmigo lo que quieras,
tómame, yo te deseo, ahora veo que todo lo que me ha pasado era para
que me reservara para tí, y si a ti te gusto, yo seré feliz.
Delante
de la cafetería había un vestíbulo donde confluían tres pasillos,
dos laterales y uno central por donde llegaban ellos. Umberto, con su
tensión, solo miraba al frente. Si lo hubiera hecho a la izquierda
se habría encontrado con la cara de extrañeza del señor Heller,
que los estaba observando en esos momentos, muy serio, apretando los
labios, como si hubiese descubierto algo que le molestara.
Frente
a frente, sentados a la mesa, el estar de ambos seguía siendo muy
diferente, pero, poco a poco, el hábito llevó a Umberto a los temas
que solían tratar en aquel lugar. En su cabeza aparecieron un montón
de pergaminos de los que él tenía serias dudas de que fueran
auténticos.
-Las
ilustraciones del códice Vatsyayana, la joven del pelo rubio... -La
miró a los ojos, después a su pelo, y no pudo evitar bajar la
mirada hasta el pecho disimulado bajo una chaqueta, como siempre, e
hizo aquel gesto suyo de apretar la mirada.
Elodie
se dio cuenta y su sonrisa la convirtió en risa abierta.
-Disculpa
-dijo ella, que se hizo una idea de lo que a él le estaba pasando
por la mente.
-¡Oh,
Dios!
-¡Ja,
ja, ja...! -se le escapó. Después llevó rápidamente la mano a la
boca para taparla.
Y
él notó que comenzaban a hacerle efecto la imágenes que se le
aparecían de ella. Se
tiró del pantalón. Ella de nuevo se daba cuenta, por lo que le fue
imposible parar. Comenzó a llorar de la risa.
-Perdón,
perdón.
Se
fijó en cómo ella se secaba las lágrimas con un pañuelo de papel,
en cuanto terminó lo buscó de nuevo, y de nuevo la miró de aquella
manera suya.
-¡Ja,
ja, ja!, por favor, por favor, no me mires así.
-¡¿Cómo?!
-Así.
-Y ella lo imitó engurruñendo los ojos.
-Si
es que no me doy cuenta.
-Pues
a ver cómo me quito yo de la cabeza tu cara de asombro, y ese gesto
tuyo cuando me miraste.
-¿Lo
hice?
Ella
movió afirmativamente la cabeza mientras cerraba los ojos y seguía
riendo, recordaba. Cuando se recuperó un poco se dio cuenta de que
él estaba algo serio.
-Disculpa,
disculpa, voy a intentar que no... ¡ja, ja, ja!
Esperó,
tanta risa le había
descomprimido el pantalón. Comenzó
a tomar el té, le reconfortó. Parecía que a ella se le pasaba ya.
En cuanto consideró que la tenía a tiro, disparó.
-La
mujer de la India te engañó, los pergaminos son falsos.
-¿Sí?
¿Por qué dices eso, en qué te basas?
-¿De
qué siglo consideras que son?
-Aproximadamente
siglo V.
-Imposible.
¿Por
qué?
-Porque
las ilustraciones que me enseñaste son una perspectiva caballera
perfecta.
-¿Y?
-Ya
hemos discutido eso, el origen es la Italia de final del medievo, y
Brunelleschi aplicándola para resolver los problemas de construcción
en la catedral de Florencia.
-Pero
recordarás que nunca te acepté eso.
-Efectivamente,
pero tampoco dijiste nunca que el origen era la India en el siglo V.
-Comprenderás
que en aquel momento no te podía dar a conocer todo lo que sabes
ahora, una necesita su tiempo. -Y le miró todo su rostro, detalle a
detalle, el pelo, los ojos, los labios, las cejas, la barbilla, la
frente, las mejillas, la nariz, las gafas.
Lo
repasó insistentemente, con
su sonrisa enamorada.
-¿Y
cuál es tu teoría?
-Desde
la antigüedad, todos los pueblos y culturas han utilizado diversos
procedimientos con el fin de crear la sensación de profundidad. En
Oriente también se hacía una representación del espacio expresando
la lejanía de forma
similar a la perspectiva occidental -Elodie
hizo una pausa, ahora era la mujer intelectual trasmitiendo sus
ideas-, no puedo afirmar que yo esté en lo cierto, pero
cuando se agota el Románico y comienza el Gótico, allá por el año
mil doscientos, la Iglesia católica tenía tal fuerza que borró
prácticamente la perspectiva. La pintura se centró en los temas
religiosos, santos y vírgenes llenas de misticismo eran los motivos
centrales en toda Europa.
Durante muchos años la evolución de la pintura se centró en que
Jesús, la Virgen, poco a poco fueran mostrando algunas emociones y
sentimientos, dolor, ternura, o sea, cada vez más humanos. Después,
de nuevo comenzaron a utilizar algo la perspectiva con el fin de
hacerlos más persuasivos. En
Italia, los Estados Pontificios estaban en su apogeo extendiéndose
desde Roma hacia el norte, eliminando cualquier connotación sexual
en todas las manifestaciones artísticas...
No, por allí no fue la conexión Oriente-Occidente que se tuvo que
dar en algún momento. Por la explosión que tuvo la perspectiva
caballera en la escuela flamenca creo que pudo ser por los Países
Bajos, siempre han tenido buenos navegantes y comerciantes, pero ya
te digo, sin pruebas.
-Pero...
¿por qué das por auténticos los pergaminos?
-Porque
los he sometido a la prueba del carbono 14.
-Esa
prueba no es fiable.
-Cuando
se trata de muchísima antigüedad, puede fallar, pero en mil
quinientos años, no.
-Casi
nadie acepta ya esa prueba, acuérdate de la que se lió con el
análisis de la Sábana Santa.
-No
estoy de acuerdo, el intento de desacreditar la prueba del carbono 14
vino porque no confirmaba la antigüedad que se le suponía a la
sábana Santa, que será sábana, pero dicen que no tiene la
antigüedad para haber envuelto a Jesús.
La
Iglesía católica tiene la culpa de todo -se quejó Umberto.
-La
Iglesia a frenado el desarrollo, pero ahora no estamos
hablando de eso, lo que te digo es que he sometido los pergaminos y
la tinta a treinta pruebas, y los resultados son uniformes. No es una
falsificación.
-¿Seguro?
-Completamente.
-Diez
siglos antes... -dijo pensativo mientras hacía aquel gesto suyo con
la mirada fija en el té.
-¿Lo
digieres? -le preguntó ella con una sonrisa.
-Intento.
-Vamonos
a mi apartamento -dijo Elodie tranquila y segura.
¡Bum!
Su cuerpo se estremeció, de nuevo la imagen de ella, bella, desnuda.
No dijo nada, llevó su mano al bolsillo trasero, buscó la cartera
para pagar.
El
señor Heller no había podido resisitir sus tentaciones, nunca las
podía resistir y, desde el vestíbulo, un poco apartado de la
entrada, escudriñaba.
¨
Estos dos están liados¨ .
Umberto
miró a Elodie, poco a poco terminó compartiendo una sonrisa...,
mientras que el señor Heller no pudo ocultar el gesto de rabia.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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