CAPÍTULO
XIX
-¿Entiendes
por qué siempre llevo chaqueta? Se me notan muchísimo lleve lo que
lleve puesto.
-Ya
-dijo Umberto mirando hacia abajo, después se mordió el labio
inferior.
-Ten
mucho cuidado con ellos, los tengo muy sensibles.
¨¨Increíble¨.
-Pero
¿te gustan?
-Tú
qué sientes? -le contestó a su vez con una pregunta mientras la
miraba a los ojos.
-Tu
alma en mi vientre -dijo mientras se separaba y bajaba la mano, se
volvieron a besar-. Espera un momento. -Y dio unos pasos hacia atrás.
La
gata se marchó tranquilamente contoneándose, siempre una última
mirada volviéndose hacia ellos.
¨Miau¨.
Volvía a trasmitirles sus deseos animales.
El
vestido cayó al suelo. El conjunto interior era gris oscuro, casi
negro, con transparencias por el borde superior. La visión era de
gran sugerencia. Duró solo unos segundos porque ella comenzaba a
desabrocharse el sujetador. Un gesto con la mano la detuvo. Obedeció,
permaneció inmóvil mientras Umberto dio otro paso atrás, como
hacen los pintores. Era bellísima, la perfección en mujer. Afirmó
con la cabeza y ella de nuevo obedeció, continuó por donde lo había
dejado.
¨¡Dios!¨.
Un
pecho lleno y sostenido. Elodie buscó de nuevo la reacción de él
ante la visión que tenía delante, estaba entre hipnotizado y
anhelante.
Con una mano se tomó un pecho y lo elevó hacia ella. Lo miró,
después observó a Umberto. No había hecho ningún comentario el
día anterior.
-¿Te
recuerda a algo?
Y
él por fin la miró a los ojos.
-Sí,
a la concha sobre la que está la diosa de Bottichelli en el cuadro
de El nacimiento de Venus.
-No
se te ha olvidado, ¿verdad?
-Claro
que no -dijo en voz baja mientras negaba con la cabeza.
-Es
nácar, me lo pongo en la punta porque cualquier roce me molesta
muchísimo, incluso el del sujetador. No lo soporto.
Umberto
se acercó, bajó la cabeza hacia el pecho.
-Espera
un momento.
Ella
se apretó decididamente, primero uno, después el otro. Con la uña
y sumo cuidado se quitó los círculos de nácar que los cubrían.
Parecían húmedos. Elodie, con el dedo y dos movimientos giratorios
los recorrió. La aureola grande, rosácea, de allí despegaban los
pezones exagerados en longitud.
-Ya
-dijo volviendo a mirar a Umberto con su sonrisa.
Y
él bajó para rozarlos con sus labios, primero uno, después el
otro, para a continuación pasar la lengua por debajo, mojándolos,
levantándolos, una y otra vez, se endurecían.
Miró
hacia arriba, Elodie ya no sonreía, aguantaba el roce, pero también
mantenía la boca abierta por el placer que estaba sintiendo. Intentó
morder el pecho, se le escapó, no podía; tenía la piel muy tersa a
la vez que fina y suave. Umberto buscó de nuevo su boca, a pesar de
que no la tenía grande, su labios lo llenaban, ya no se podía unir
más y, sin embargo, ella hizo un movimiento
extraño que logró que se acoplaran en una perfección dando paso a
un juego que le produjo una excitación como nunca antes había
obtenido de un beso.
No tenían bastante con nada, ni él ni ella, y solo dejó de besarla
sin estar saciado para continuar con su cuello. Notó cómo toda la
piel de ella se erizaba en cuanto sintió en esa zona el contacto de
sus labios. La mojaba. Ella dobló un poco la cabeza como intentando
escapar de su boca aunque realmente no quería, solo era una reacción
instintiva.
-¡Ufff!
Mira los vellos -le dijo separándose, él intentando lanzarle otro
mordisco-. Espera... ¡No, por favor!
Elodie
llevó las manos a la chaqueta de él y se la quitó. La tiró sobre
la cama. Después desabrochó los botones de la camisa, uno a uno,
mientras lo miraba con esa leve sonrisa que ella siempre le mostraba,
con la boca cerrada, como las vírgenes de Botticelli, solo que ahora
su rostro estaba encendido y los ojos le brillaban. Un tirón y salió
del pantalón.
Umberto
levantó las manos y se llevó el pelo hacia atrás, los ojos
cerrados, estiró el cuerpo, vientre plano, pecho fuerte, con un
vello que terminaba formando un arroyo central hacia abajo; y sus
bíceps alargados, desarrollados de forma natural. En ese momento fue
ella la que deseó morderle, y lo hizo en un pezón. Él reaccionó
bruscamente, pero ella no soltó el bocado. Toda la concentración de
su mente se fue a ese punto que ella había humedecido. Ahora era a
él al que se le erizaba el vello. Elodie lo sintió y rió, lo miró
contenta de haberle producido esa reacción enseñándole por fin los
dientes en una risa distendida, sin censura, como se sentía en ese
momento.
Se
giró decidida y lanzó uno, dos, tres cojines sobre la alfombra
mullida de lana de Nueva Zelanda.
-Ven
-le dijo cogiéndolo de la mano y llevándolo allí.
Se
arrodilló y le desabrochó el cinturón, el pantalón. Lo comenzó a
bajar muy despacio, cuidadosamente. Umberto desde arriba vio lo que
venía y llevó su mano para taparse.
-¡No...!
-le dijo ella quejándose al mismo tiempo que le apartaba la mano.
Umberto
dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo y elevó de nuevo la
cabeza hacia el techo. Elodie se alegró de ver una pequeña mancha
en los bóxer Calvin Klein, después volvió a incorporarse. Besos,
ataques, sometimientos, caricas, roces, cuerpos, piel, labios
húmedos, respiración entrecortada, y aún estaban en pie...
-Me
estás poniendo perdida -dijo orgullosa mientras le tomaba, deseaba
tenerlo dentro, hacía un buen rato que sentía esa necesidad; pero
también quería descubrir los juegos de él, incluso los suyos, no
tenía experiencia y esos eran los momentos que había estado
esperando media vida-, ¡Dios!, ¡te estás derramando! Exclamó
apretando los labios, mirando los ojos entornados de él que aún no
había bajado la mano más allá de donde comenzaba su rubio vello
púbico, solo había pasado la yema de los dedos por ese primer
contorno, natural, sin depilar, como todo su cuerpo, que esperaba al
hombre soñado para entregarse, tal y como era, sin el más mínimo
engaño.
Y
por fin se decidieron los tres dedos centrales a adentrarse algo más.
La reacción de Elodie ni se hizo esperar, se puso de puntillas para
que le llegaran antes a donde ella deseaba, sin
palabras se lo hizo saber a Umberto porque le introdujo la lengua en
su boca todo lo que pudo. Un
dedo a cada lado, el del centro recorriendo suavemente ese punto del
que obtenía todo el deseo. Ella adelantó la pelvis y después se
echó hacia atrás. En ese instante Elodie tenía los ojos cerrados,
la cabeza inclinada un poco hacia el lado y la boca abierta,
jadeante, y se tomaba uno de sus pechos apretándolo.
-¡Oh...!
Cayó
de rodillas sobre la alfombra, buscando con la boca el pene, apenas
un roce, un leve beso, se desplomó a un lado.
Umberto
se recostó, la abrazó por detrás pasándole el antebrazo por
debajo de la cabeza y permaneció así. Ella se fue recuperando, le
besó el interior del brazo, acomodó su trasero al cuerpo de él.
-¿Estás
bien?
Ella
se volvió un poco y lo miró a los ojos, los rostros se acercaron.
-Claro
que sí -ella buscó su boca, los besos fueron cortos, nunca he
estado mejor.
Por
el calor de su piel, más sonrosado que nuca, y su gesto de felicidad
mientras lo besaba en el cuello, Umberto pensó que era verdad.
Elodie
se despegó un poco y llevó la mano hacia atrás cogiéndolo.
-Quiero
más, y tú no te puedes quedar así, hagamos el amor como los
elegidos.
Umberto
recordaba perfectamente la postura, similar a la que practicaba todas
las mañanas en sus asanas. Se incorporó y se sentó sobre la
alfombra mientras ella se tumbaba boca abajo poniéndose un cojín
bajo la cara. Tenía unas caderas perfectas y un trasero precioso,
redondo, armonioso. Le pasó la mano por uno de los cachetes, ni la
más mínima estría.
-Umm,
¿te gusta?
-Por
supuesto.
Y
ella lo subió.
-Ponte
sobre mí y pásame tus pies por debajo.
Así
lo hizo, tenía los dos pies unidos por las plantas. Su pubis quedaba
sobre los talones. Ella separó un poco las piernas. Umberto vio cómo
el vello púbico perdía fuerza y tamaño convirtiéndose poco a poco
en estela fina que rodeaba esa parte trasera. Desde esa postura le
era muy fácil volverla a acariciar viendo exactamente dónde,
provocando en ella otra vez los deseos, si es que en algún momento
los había dejado de tener.
Comprendió
que fuera una postura deseada. Con los talones le rozaba el pubis
aprovechando los movimientos mientras se realizaba el acto sexual, al
mismo tiempo que le quedaban libre las manos para acariciar,
acompasar, dirigir a la mujer.
Se
besaron.
-Lo
siento, se me ha hecho tarde, me tengo que marchar.
-Bien.
Umberto
cogió el bóxer para ponérselo.
-¡Maldita
sea!, se ha manchado. La imagen de Violeta apareció de repente.
Elodie
se sentó sobre la alfombra y abrazó un cojín.
-Si
es que no tienes fin, ¿le doy con el secador?
-No
tengo tiempo, se me ha hecho tarde. La mente de Umberto cambió al
pequeño Di Rossi, tenía que recogerlo del colegio.
-Como
tú prefieras.
Se
vestía deprisa.
-¿Nos
veremos mañana en la Universidad? preguntó Elodie.
-Sí,
claro.
-Como
tú digas.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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