VI
Si
tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías
el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de
las figuras de cera – el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece
coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa
toda, carne y oro, en su verde elemento, -; más que el médico y el
cura de Palos, Platero. Pero, aunque no tienes más que cuatro años,
¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿En qué sillita te ibas a
sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué
pluma te bastarían, en qué lugar del coro ibas a cantar, di, el
Credo?
No.
Doña Domilita – de hábito de Padre Jesús Nazareno, morado todo
con el cordón amarillo, igual que Reyes, el besuguero - , te
tendría, a lo mejor, dos horas de rodillas en un rincón del patio
de los plátanos, o te daría con su larga caña seca en las manos, o
se comería la carne de membrillo de tu merienda, o te pondría un
papel ardiendo bajo el rabo y tan coloradas y tan calientes las
orejas como se le ponen al hijo del aperador cuando va a llover...
No,
Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las
estrellas. Y no se reirán de ti como de un niño torpón, ni te
pondrán, cualsi fueras lo que ellos llaman un burro, el gorro de los
ojos grandes ribeteados de añil y almagra, como los de las barcas
del río, con dos orejas dobles que las tuyas.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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