A
mi ciudad de Málaga
Siempre
te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada
del imponente monte, apenas detenida
en
tu vertical caída a las ondas azules,
pareces
reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia
en los aires, como si una mano dichosa
te
hubiera retenido, un momento de gloria, antes de
hundirte
para siempre en las olas amantes.
Pero
tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o
brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad
madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica
ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles
apenas, leves, musicales. Jardines
donde
flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas
de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen
el brillo de la brisa y suspenden
por
un instante labios celestiales que cruzan
con
destino a las islas remotísimas, mágicas,
que
allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Allí
también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí,
donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y
donde las rutilantes paredes besan siempre
a
quienes siempre cruzan, hervidores, en brillos.
Allí
fue condocido por una mano materna.
Acaso
de una reja florida una guitarra triste
cantaba
la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta
la noche, más quieto el amante,
bajo
la luna eterna que instantánea transcurre.
Un
soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad
prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los
hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente
fúlgidos como un soplo divino.
Jardines,
flores. Mar alentado como un brazo que anhela
a
la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca
en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que
nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por
aquella mano materna fui llevado ligero
por
tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie
desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí
el cielo eras tú. ciudad que en él morabas.
Ciudad
que en él volabas con tus alas abiertas.
(Sombra
del paraíso, 1939-1943)
VICENTE
ALEIXANDRE.
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