Las
dificultades pasadas en noches anteriores para construir refugios, no
eran nada comparadas con las de aquella noche, porque las mujeres
estaban tan cansadas que apenas podían moverse. Con ciega
determinación buscaron, renqueando, ramas de abeto para las camas y
grandes trozos de leña con que alimentar la hoguera. Finalmente, se
acurrucaron juntas y miraron como hipnotizadas la gran llama
anaranjada que habían encendido con las ascuas transportadas desde
su primer campamento. Enseguida, sin darse cuenta, se deslizaron
hacia un sueño profundo. Ni siquiera oyeron a lo lejos el aullido de
un lobo solitario y, antes de que se dieran cuenta, el aíre frío de
la mañana reanimó sus sentidos.
Se
habían dormido apoyadas la una contra la otra y permanecieron en esa
posición durante toda la noche. Sabían que no les sería fácil
levantarse porque habían permanecido sentadas, dejando caer el peso
sobre las piernas. Se quedaron quietas largo rato. Luego Sa` hizo un
esfuerzo para levantarse, pero sus piernas estaban entumecidas. Gruñó
y volvió a probar. Entretanto. Ch`idzigyaak mantenía los ojos
cerrados y fingía dormir. No quería enfrentarse con el día. Sa`
hizo acopio de sus fuerzas e intentó moverse, pero esta vez el dolor
no la dejó. De nuevo habían exigido de sus cuerpos más de lo que
podían dar. Sin querer, Sa` soltó un gemido de dolor y sintió
ganas de llorar. Agachó la cabeza, derrotada por el esfuerzo de
todos los días pasados, y el frío la hizo sentir todavía más
desanimada. Pese a sus esfuerzos, su cuerpo se negaba a responder.
Estaba demasiado rígido.
Ch`idzigyaak,
aletargada, escuchaba el llanto de su amiga. Se asombraba de estar
allí sentada, oyendo llorar a Sa`, sin sentir nada. Quizá su
destino fuera detenerse. Quizás los jóvenes tuvieran razón; ella y
Sa` luchaban contra lo inevitable. Sería más fácil acurrucarse en
el calor de sus pies y dormir. Así no tendrían que demostrar nada a
nadie. A lo mejor ese sueño profundo que Sa` tanto temía no estaba
tan mal, después de todo. Al menos, pensó Ch`idzigyaak, no sería
peor que esto.
Sin
embargo, a pesar de la poca voluntad de su amiga, Sa` tenía de sobra
para las dos. Haciendo caso omiso del frío, del dolor en los
costados, del estómago vacío y del entumecimiento de las piernas,
luchó por levantarse y esta vez lo consiguió. Como ya
era su costumbre por las mañanas, dio vueltas por el campamento
hasta que sintió que, poco a poco, la sangre empezaba a correr por
sus venas. El
dolor se hizo más agudo, pero Sa` concentró
toda su atención en recoger más leña y encender
la hoguera.
Luego hirvió la cabeza de un conejo para preparar un sabroso caldo.
Ch`idzigyaak
seguía con atención lo que pasaba con los párpados entreabiertos.
No quería que su amiga se enterara de que estaba despierta, porque
entonces tendría que moverse y no pensaba hacerlo. Ni ahora ni
nunca. Se quedaría donde estaba, y
a lo mejor una muerte rápida la libraría de aquel sufrimiento. Sin
embargo su cuerpo no estaba dispuesto a rendirse del todo. En lugar
de hundirse dulcemente en el olvido, Ch`idzigyaak sintió
de repente la apremiante necesidad de orinar. Trató de ignorarla,
pero no pudo aguantar más y con un fuerte gemido sintió que su
vejiga iba cediendo. Presa del pánico, se levantó de un salto y se
dirigió hacia los sauces, lo cual sobresaltó a su amiga. Cuando
Ch`idzigyaak salió de entre los sauces con una expresión
ligeramente culpable, Sa` inclinó la cabeza, asombrada.
-¿Te pasa
algo?-preguntó.
Ch`idzigyaak,
avergonzada, confesó:
-Me
ha sorprendido la rapidez con que he reaccionado. ¡Creía que no era
capaz de mover ni un dedo!
Sa` pensó
en el día que las esperaba.
-Después
de comer, debemos ponernos en marcha, aunque hoy sólo avancemos un
poco. Cada
paso nos acerca más a nuestra meta. Aunque no me siento bien, mi
mente domina mi cuerpo, y quiere que sigamos nuestro camino en vez de
quedarnos aquí descansando, que es lo que me apetece.
Ch`idzigyaak
escuchaba mientras comía su trozo de conejo y sorbía el caldo. Ella
también tenía ganas de quedare allí más tiempo. Lo cierto era que
deseaba desesperadamente quedarse. Pero cuando consiguió apartar
aquellos pensamientos disparatados, se sintió avergonzada y de mala
gana accedió a marcharse.
Sa`
se sintió ligeramente decepcionada cuando Ch`idzigyaak aceptó
reemprender el viaje, y se preguntó si en su interior no había
deseado que Ch`idzigyaak se negara a moverse. Pero ya era tarde para
arrepentirse. Así que las dos ancianas sujetaron las cuerdas a sus
flacas cinturas y empezaron a tirar de nuevo. Mientras caminaban
procuraban mantenerse alerta ante cualquier indicio de vida animal,
porque apenas les quedaba comida, y la carne era su fuente principal
de energía. Sin ella, su lucha pronto terminaría. A veces, las
mujeres se detenían para estudiar la ruta escogida y se preguntaban
si iban bien encaminadas. Pero el río seguía en una única
dirección desde el arroyo, de modo que las mujeres bordearon la
orilla sin dejar de buscar el riachuelo que las llevaría al lugar
que recordaban por la abundancia de peces que entonces había.
Los
días se sucedían monótonamente mientras las mujeres tiraban de sus
trineos sobre la espesa nieve. Al cabo de seis días, Sa`, que no
apartaba la mirada del camino, levantó la vista. Al otro lado del
río vio la desembocadura del arroyo.
-Hemos
llegado -dijo con voz suave y entrecortada.
Ch`idzigyaak
miró a Sa` y luego el arroyo.
-Salvo que
estemos en el lado que no es -contestó.
Sa` no
pudo por menos que sonreír; su amiga siempre veía el lado negativo
de las cosas. Pero se sentía demasiado cansada para mostrarse
optimista, así que suspiró para sus adentros e hizo señas a su
amiga para que la siguiera.
Esta
vez las dos mujeres no prestaron atención a las grietas ocultas bajo
el hielo. Sin importarles el peligro que corrían, atravesaron el río
helado y continuaron subiendo por el afluente. Caminaron hasta muy
entrada la noche. La luna asomó por entre las copas de los árboles
hasta situarse encima de ellas, e iluminó su camino a lo largo del
estrecho riachuelo. Aunque habían andado más horas que en los días
anteriores, seguían adelante. Tenían la certeza de que el antiguo
campamento estaba cerca y querían encontrarlo aquella misma noche.
Justo
cuando Ch`idzigyaak pensaba rogar a su amiga que se detuvieran,
descubrió el lugar del campamento.
-¡Mira
ahí! -gritó-. ¡Ahí están las perchas para los peces que colgamos
hace tanto tiempo!
Sa`
se detuvo y sintió que las fuerzas la abandonaban. Le costó un gran
esfuerzo mantenerse sobre sus piernas temblorosas, porque una vaga
sensación de que había llegado a su casa la invadió de pronto.
Ch`idzigyaak
se acercó a su amiga y la rodeó cariñosamente con un brazo. Se
miraron y se sintieron conmovidas por una gran emoción que las hizo
enmudecer. Habían cruzado toda aquella distancia solas. Volviendo a
su memoria los dulces recuerdos de aquel lugar donde habían
compartido la felicidad con amigos y familiares. Ahora,
por una mala jugada del destino, se encontraban allí solas,
traicionadas por aquella misma gente. Como
las penurias las habían unido, las dos mujeres habían desarrollado
la capacidad de conocer lo que había en la mente de la otra, y Sa`
solía ser la más sensible.
-Es
mejor no pensar en por qué estamos aquí dijo. Debemos levantar
nuestro campamento esta noche. Mañana hablaremos.
Dominando
la amarga sensación que le subía por la garganta, Ch`idzigyaak
asintió con decisión. Así, con movimientos lentos y torpes,
ascendieron por la orilla ligeramente empinada y se dirigieron hacia
el campamento, donde encontraron un viejo armazón de tienda que
utilizaron como refugio aquella noche.
Aunque
sus ropas las protegían del intenso frío, las pieles de caribú
calentaban más. Las brasas se mantuvieron vivas entre la ceniza
durante toda la noche y conservaron caliente el refugio, hasta que el
frío de la mañana se abrió paso y las mujeres empezaron a
desperezarse. Sa` fue la primera en levantarse. Esta vez su cuerpo
protestó menos cuando empezó a moverse por el refugio, echando la
leña que habían recogido la noche anterior sobre las brasas
vacilantes que seguían ardiendo en la hoguera. Después de soplar
suavemente sobre los palillos secos, una
llama empezó una lenta danza extendiéndose por un haz de ramas de
sauce secas. Pronto el refugio se calentó y brilló resplandeciente.
Aquel
día las mujeres trabajaron infatigablemente, sin pensar en sus
maltratadas articulaciones. Sabían que tenían que darse prisa y
terminar los preparativos para enfrentarse a lo más crudo del
invierno, pues vendrían tiempos aún más fríos. Así que pasaron
el día apilando nieve alrededor del refugio, colocaron una larga
fila de trampas para conejos, porque aquélla era una zona rica en
sauces, y había indicios claros de que allí habitaban conejos. Ya
era de noche cuando volvieron al campamento. Sa` hirvió las vísceras
del conejo e hicieron un festín con lo que quedaba de comida.
Después, se acomodaron en sus mantas y fijaron la vista en el fuego.
Las
dos mujeres no se habían tratado mucho antes de ser abandonadas.
Eran dos vecinas que disfrutaban quejándose y solían conversar
sobre asuntos intrascendentes. Ahora, la vejez y un cruel destino
eran todo lo que tenían en común. Por
esa razón, aquella noche, al final del duro viaje que habían
realizado juntas, no sabían qué decirse y cada una se ensimismó en
sus pensamientos.
Ch`idzigyaak
recordó a su hija y a su nieto. Se preguntó si estarían bien.
Sintió dolor al evocar a su hija.
Era difícil de creer que su propia carne se hubiera negado a
defenderla. Se estaba dejando llevar por la autocompasión, y tuvo
que hacer un gran esfuerzo por contener las lágrimas que amenazaban
con derramarse. Apretó los labios en una línea fina y rígida. ¡No
iba a llorar! ¡Era el momento de mostrarse fuerte y olvidar! Pero
esa sola idea le hizo derramar una lágrima enorme. Miró a Sa` y vio
que también estaba absorta en sus pensamientos. Su amiga la
desconcertaba. Salvo contados momentos de debilidad, la mujer sentada
a su lado parecía fuerte y segura de sí misma, como si todo aquello
no fuera más que un reto. La curiosidad sustituyó al dolor y
entonces su voz sobresaltó a Sa`.
-Hace
mucho tiempo, cuando era una niña, abandonaron a mi abuela. Ya no
podía andar y apenas veía. Teníamos tanta hambre que la gente casi
no se tenía en pie, y mi madre murmuraba que tenía miedo de que a
la gente se le ocurriera comer carne humana. Nunca había escuchado
algo semejante, pero mi familia contaba historias sobre personas que
habían llegado a estar lo bastante desesperadas como para cometer
esas barbaridades.
Con el corazón encogido, me aferraba a la mano de mi madre. Si
alguien me miraba a los ojos, volvía la cabeza de inmediato, en el
temor de que se fijaran en mí y se les ocurriera comerme. ¡Qué
asustada estaba! También tenía hambre, pero era lo que menos me
importaba. A lo mejor es porque era muy pequeña y me veía rodeada
de mi familia. Cuando
empezaron a hablar de dejar a mi abuela, sentó horror. Todavía
puedo oír a mi padre y a mis hermanos discutiendo con los otros
hombres, pero cuando mi padre volvió al refugio, miré su cara y
supe lo que iba a ocurrir. Luego miré a mi abuela. Estaba demasiado
ciega y sorda como para enterarse de lo que pasaba. -Ch`idzigyaak
tomó aliento antes de continuar su historia.
¨
Una vez que la hubieron abrigado bien y colocado las mantas a su
alrededor, creo que empezó a comprender lo que pasaba, porque al
marchar del campamento la oí llorar. -La anciana se estremeció al
recordarlo.
¨Más
tarde, cuando ya era mayor, me enteré de que mi hermano y mi padre
habían vuelto para poner fin a la vida de mi abuela y evitar que
sufriera. Y quemaron el cadáver por si alguien pretendía llenarse
la barriga con su carne. No sé cómo, pero sobrevivimos a aquel
invierno, aunque el único recuerdo claro que conservo es que no fue
un tiempo dichoso. Conservo en la memoria otras épocas de hambre,
pero ninguna tan terrible como aquélla.
Sa` sonrió
tristemente, asintiendo a los dolorosos recuerdos de su amiga. Ella
también tenía los suyos.
-De joven
era como un muchacho -empezó-. Estaba siempre con mis hermanos, y de
esa forma aprendí muchas cosas. De vez en cuando, mi madre intentaba
que me sentara a coser, o que aprendiera lo que necesitaba saber para
cuando me hiciera mujer. Pero mi padre y mis hermanos siempre me
rescataban. Les gustaba tal como era. -Los recuerdos la hicieron
sonreír.
¨Nuestra
familia era diferente a las demás. Mis padres nos dejaban hacer casi
todo lo que queríamos. Teníamos obligaciones como todos, pero una
vez que terminábamos, podíamos irnos de exploración. Nunca jugaba
con los otros niños, sólo con mis hermanos. Me
temo que no sabía lo que significaba hacerse mayor porque lo pasaba
demasiado bien. Cuando mi madre me preguntaba si ya era mujer, no la
entendía. Creía que se refería a mi edad, y no a lo otro. Verano
tras verano, me hacía la misma pregunta, y cada vez su expresión
se tornaba más preocupada. Yo no le hacía mucho caso. Pero cuando
ya era tan alta como ella, y sólo un poco más baja que mis
hermanos, la gente empezó a mirarme de forma rara. Chicas más
jóvenes que yo ya eran madres y tenían su hombre. Yo seguía tan
libre como una niña. -Sa` se rió con fuerza porque había
comprendido con el tiempo por qué entonces la gente la miraba tanto.
¨Empecé
a oír que se reían de mí a mis espaldas y eso me desconcertaba. En
cierto modo, no me importaba lo que la gente pensara, así que seguía
cazando, pescando, explorando y haciendo lo que me apetecía. Mi
madre intentaba que me quedara en casa y trabajara, pero yo me
rebelaba. Mis hermanos ya tenían mujeres y le dije a mi madre que ya
tenía ayuda suficiente y que me escaparía. Cuando mi madre acudía
a mi padre para que me obligara a obedecer, yo aparecía con un
montón de patos, pescado o cualquier otro tipo de alimento y mi
padre decía. ¨Déjala
en paz¨ .
El tiempo pasó, y yo ya tenía la edad en
que una mujer debe tener hombre e hijos, y todo el mundo murmuraba
sobre mí. No entendía por qué, pues aunque no hubiera formado una
familia, seguía desempeñando mi tarea, que consistía en
abastecerles de comida. Había veces que traía más comida que los
hombres, lo que no parecía gustarles. Por
aquel entonces tuvimos el peor invierno de nuestra vida. Hacía tanto
frío como ahora. -Sa` mostró su mano, helada.
¨Los
bebés morían y los hombres empezaron a asustarse porque no
encontraban suficientes animales para comer. Había una mujer vieja
en el grupo a la que nunca había prestado especial atención. El
jefe decidió que teníamos que trasladarnos para buscar más comida.
Había rumores de que más lejos encontraríamos caribús. Esto animó
a todos.
¨Había
que transportar a la anciana. El jefe no quería esa carga, así que
ordenó a los demás que la abandonaran. Nadie discutió su decisión,
excepto yo. Mi madre intentó calmarme, pero yo era joven e
impulsiva. Ella intentó convencerme de que era por el bien del
grupo. Me pareció una absoluta desconocida, fría y sin
sentimientos, cuando insistió en que no protestara, así que la
rechacé indignada. Estaba confusa y furiosa. Creía que los demás
se comportaban como unos holgazanes y que habían perdido el juicio.
Mi obligación era hacerles entrar en razón. Y siendo como era,
defendí a la mujer de cuya existencia apenas había tenido
conocimiento hasta entonces. Pregunté
a los hombres si no eran peores que los lobos que rechazan a los
viejos y a los débiles de la manada.
¨
El jefe era un hombre cruel. Hasta entonces había tratado de
evitarle, pero aquel día me planté ante él y le solté palabras
muy duras a la cara. Podía ver que su irritación aumentaba por
momentos, pero no pude contenerme. Aunque sabía que al jefe yo no le
gustaba, seguí discutiendo, sin dejarle hablar cuando intentó
rebatir mis acusaciones. Él había actuado mal y yo debía hacérselo
ver. Mientras yo continuaba con mis recriminaciones, no me di cuenta
de que el susto iba sacando al grupo de la apatía en que les había
hecho caer el hambre. En el rostro del jefe apareció una mirada
terrorífica y puso su enorme mano sobre mi boca. ¨Está
bien, muchacha extraña¨, dijo muy alto, para humillarme. Levanté
la barbilla desafiante para que me viera que no le tenía miedo. ¨Tú
te quedarás con la vieja¨, dijo. Mi madre sofocó un grito y se me
encogió el corazón. Pero no me retracté y le aguanté la mirada
sin parpadear siquiera.
¨Mi
familia estaba profundamente apenada, pero
el orgullo y la vergüenza les impedían protestar. No querían una
hija que se opusiera a los poderosos líderes del grupo. Yo
no consideraba a los líderes como hombres fuertes. El jefe se
comportó como si yo no existiera después del incidente, y nadie me
hacía caso salvo mi familia, que me rogó que pidiera perdón al
jefe. Sin embargo, no cedí. Mi orgullo iba en aumento a medida que
los otros fingían no verme, y seguí intercediendo por la vida de la
vieja. Sa` hizo una pausa mientras revivía profundamente el dolor de
aquellos recuerdos de antaño. Con voz suave continuó:
-Una
vez que se hubieron marchado, me sentí menos valiente. A
pesar de que no había animales en muchos kilómetros a la redonda,
estaba decidida a demostrar que con voluntad se podía conseguir
casi todo. Así que con aquella mujer, de la cual nunca aprendí el
nombre porque estaba demasiado ocupada intentando sobrevivir como
fuera, comí ratones, búhos y cualquier cosa que se moviera. Yo los
mataba y nos los comíamos. La anciana se murió aquel mismo invierno
y entonces me quedé sola. Ni siquiera mi orgullo y habitual
despreocupación podían ayudarme. Hablaba sola constantemente; ¿con
quién más si no? Mi gente pensaría que me había vuelto loca si
volvían y me encontraban así. Al menos tú y yo nos tenemos la una
a la otra -dijo Sa` a su amiga, que asintió con la cabeza.
¨Fue
entonces cuando me di cuenta de la importancia de pertenecer a un
grupo grande. El
cuerpo necesita alimento pero la mente necesita gente. Cuando
por fin el sol ya calentaba y se extendía sobre la tierra, me puse a
explorar el territorio. Un día mientras caminaba, hablando conmigo
misma como de costumbre, alguien me preguntó: ¨¿Con quién estás
hablando?¨ Por un momento pensé que empezaba a tener alucinaciones.
Me paré en seco y me giré lentamente. Frente a mí había un hombre
grande y fuerte con los brazos cruzados, sonriéndome con descaro.
Fui presa de distintas emociones. Estaba sorprendida, avergonzada y
enfadada a la vez. ¨¡Me has asustado!¨ , dije para disimular mis
verdaderos sentimientos, pero mis mejillas ardían y supe que no le
había engañado porque su sonrisa se hizo más ancha. Me preguntó
que hacía allí sola y se lo conté. Me inspiraba confianza. Me dijo
que lo mismo le había pasado a él. Sólo que él había sido
desterrado porque su inconsciencia le había llevado a luchar por una
mujer destinada a otro. Estuvimos juntos durante mucho tiempo antes
de que viviéramos como hombre y mujer. Nunca volví a ver a mi
familia, y pasaron muchos años antes de que nos uniéramos al grupo.
Era la
primera vez que Ch`idzigyaak veía a su amiga triste, y rompió el
silencio para decir:
-Tuviste
más suerte que yo, porque cuando se hizo evidente que no estaba
interesada en elegir a un hombre, me obligaron a vivir con uno que
era mucho mayor que yo. Apenas tuvimos relaciones. Pasaron muchos
años antes de que tuviéramos nuestro primer hijo. Era mayor de lo
que yo soy ahora cuando murió.
Sa` se
rió.
-Mi gente
habría elegido un hombre para mí también, si hubiera permanecido
con ellos por más tiempo. -Después de un breve silencio continuó-:
Y aquí estamos; ahora sí somos viejas; oímos el crujir de nuestro
débiles huesos, y nos han abandonado a nuestro destino para que nos
las arreglemos solas.
Las
dos mujeres callaron mientras luchaban para no dejarse llevar por sus
emociones. Tumbadas sobre sus camas calientes, oyendo la tierra fría
que se estremecía fuera, reflexionaban sobre las experiencias que
habían compartido. Cuando
cayeron vencidas por el sueño, se sentían mejor porque se conocían
más y porque ahora sabían que ambas habían sobrevivido a pruebas
muy duras.
Los
días se acortaron a medida que el sol se hundía más y más en el
horizonte. A
causa del frío lo árboles crujían tan fuertemente que las mujeres
se sobresaltaban. Hasta los sauces se partían con un chasquido. Poco
a poco las mujeres iban acostumbrándose al lugar, pero las asaltaban
muchas dudas. Temían a los lobos salvajes que aullaban a lo lejos.
Otros miedos imaginarios las atormentaban también, porque tenían
mucho tiempo para pensar durante aquellos oscuros días que
discurrían lentamente. Mientras duraba la escasa luz diurna, se
obligaban a moverse. Pasaban las horas en que permanecían
despiertas recogiendo leña bajo la espesa nieve. Aunque escaseaba la
comida, su mayor preocupación era procurarse calor, y por las noches
se sentaban y charlaban, en un intento por combatir la soledad y los
temores que las acechaban.
El Pueblo no estaba acostumbrado a malgastar el tiempo en charlas
ociosas. Cuando
hablaban, no lo hacían para entretenerse , sino para comunicarse.
Pero
las dos ancianas hicieron una excepción durante aquellas largas
tardes. Conversaban,
y un sentido de respeto mutuo nació entre ellas al conocer las
dificultades que cada una había tenido que superar en el pasado.
Transcurrieron
muchos días antes de que las mujeres atraparan más conejos.
Hacía mucho que no tomaban una comida de verdad. Mantenían
su energía hirviendo las ramas de los sauces para fabricar una
especie de té de menta que provocaba acidez en el estómago.
Sabiendo lo peligroso que era tomar alimento sólido después de una
dieta semejante, cuando por fin tuvieron una presa primero hirvieron
el conejo para hacer un nutritivo caldo que bebieron despacio.
Durante un día eso fue lo único que tomaron y al día siguiente
sólo comieron una pata de conejo. Cada día aumentaban la ración y
pronto recuperaron las fuerzas.
Altas
pilas de leña rodeaban el refugio como una barricada, así que
pudieron dedicar más tiempo a buscar comida. Fueron recobrando su
anterior habilidad para la caza, y cada vez se alejaban más del
refugio para poner las trampas y comprobar si había otros animales
pequeños para cazar además de conejos. Una
de las lecciones que habían aprendido era la de inspeccionar
regularmente las trampas colocadas. El descuido de esta tarea traía
mala suerte. Así que, a pesar del frío y de sus achaques,
diariamente examinaban las trampas y casi siempre encontraban un
conejo como recompensa.
Al
caer la noche, una vez que habían cumplido las obligaciones del día,
las
mujeres tejían las pieles de conejo para hacer mantas, ropa,
manoplas y bufandas para protegerse la cara. A veces como algo
excepcional, una de ellas regalaba un gorro o manoplas de piel de
conejo a la otra, lo que siempre provocaba amplias sonrisas.
A
medida que pasaban los días, el tiempo iba haciéndose menos
riguroso y las mujeres vivieron momentos de regocijo. ¡Habían
sobrevivido al invierno! Recuperaron fuerzas y se dedicaron con más
ahínco a la tarea de recoger leña, comprobar las trampas y explorar
la zona en busca de otros animales que no fueran conejos. Aunque ya
no se quejaban, estaban hartas de una dieta basada exclusivamente en
carne de conejo y soñaban con poder saborear otras especies de caza,
como urogallos, ardillas o castores.
Una
mañana, al despertarse, Ch`idzigyaak sintió que algo andaba mal
. Su corazón latía con violencia mientras se incorporaba
lentamente; temiendo lo peor, asomó la cabeza fuera del refugio. Al
principio, todo parecía tranquilo. Luego avistó a corta distancia
una bandada de perdices que picoteaban los restos de un árbol caído.
Con manos trémulas sacó sin hacer ruido una tira fina de babiche de
su bolsa de costura y salió sigilosamente de la tienda.
Eligió un palo largo de la pila de leña más cercana, hizo un lazo
corredizo en la punta y empezó a gatear hacia la bandada.
Las
perdices empezaron a cloquear con nerviosismo al percatarse de su
presencia. Como vio que la bandada estaba a punto de alzar el vuelo,
Ch`idzigyaak se quedó inmóvil unos minutos para que se
tranquilizaran. Estaban bastante cerca de ella, y rogó para que Sa`
no se despertara y hiciera algún ruido que las ahuyentara. Las
rodillas le dolían y las manos le temblaban, pero Ch`idzigyaak
empujó poco a poco el palo hacia delante. Algunas de las perdices
volaron con estrépito hacia otro grupo de sauces cercanos, pero ella
no perdió la calma y, muy despacio, empezó a levantar el palo al
ver que el resto de la bandada andaba más deprisa. Ch`idzigyaak se
concentró en el ave que tenía a su alcance. Ésta hizo unos
pequeños movimientos en dirección al lazo, dando cabezadas. Cuando
las perdices comenzaron a correr ruidosamente y a levantar el vuelo.
Ch`idzigyaak echó el lazo hacia delante justo hasta rodear el cuello
de su presa; entonces dio un tirón con el palo hacia arriba mientras
el animal graznaba y se retorcía, hasta que quedó colgada sin vida.
De pie, con la perdiz muerta en la mano, Cha´idzigyaak se volvió
hacia la tienda y vio el rostro sonriente de su amiga.
Ch`idzigyaak
notó que el aire era más templado y, en ese instante, Sa` Comentó
suavemente:
-Hace
mejor tiempo.
Los
ojos de la mujer mayor se agrandaron por la sorpresa.
-Tenía
que haberme dado cuenta. Si hubiera hecho mucho frío me habría
congelado en mi posición de zorro furtivo.
Eso
las hizo reír con ganas y regresaron al refugio para preparar la
carne para la nueva temporada que se avecinaba. Después de aquella
mañana, los días fluctuaron entre un frío intenso y temperaturas
más altas y con nieve. El hecho de que sólo consiguieran un ave no
las desanimó, porque los días eran cada vez más largos, templados
y luminosos.
VELMA
WALLIS.
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