domingo, 28 de junio de 2015

UN TEMA OBSESIVO.


Es, en efecto, Soledades un libro muy unitario, presidido por un tema recurrente que proporciona cohesión y sentido de la obra. Está dividido en cuatro partes, la última de las cuales se cierra con tres poemas. El cadalso, La muerte -luego suprimido- y la glosa de los versos de Manrique:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir. ¡Gran cantar!

Se trata de una serie, pues, decididamente mortuoria.
Si se examina el comienzo del libro, el primer poema es el titulado Tarde, palabra que resultará luego casi emblemática, por su elevadísima frecuencia de uso, en la poesía de Machado. El poema, situado en una tarde ¨triste y soñolienta¨, evoca un parque solitario cuyo muro tiene adosada una hiedra ¨negra y polvorienta¨. Existe una ¨vieja cancela¨ de ¨hierro mohoso¨ que, al cerrarse, ¨sonó en el silencio de la tarde muerta¨. La aparición súbita del adjetivo ¨muertas¨ -en rigor, impropio para ser aplicado a la tarde- produce cierta inquietud, aunque el momento elegido del día y todos los indicios sucesivos de vejez y desgaste parecían conducir a esa noción. En el interior del parque hay una fuente que corre, si bien este único elemento sonoro y vital está rodeado de mármol blanco, y todo ello se encuentra encerrado en ese solitario recinto que puede ser un parque, pero donde la mirada sólo se ha detenido en rasgos que parecen propios de un cementerio. El sustrato básico de la composición es el tema obsesivo de la muerte, y ese núcleo significativo dominante atrae hacia sí a los demás elementos del poema y los colorea con un tinte mortuorio. Y hasta la ¨tarde¨ del título se convierte en símbolo de acabamiento y extinción.
En otro poema titulado La tarde en el jardín volvemos a encontrar un parque en sombra, cercado por una ¨tapia ennegrecida¨ donde hay un ¨cipresal oscuro¨ fuentes en las que ¨el agua duerme en las marmóreas tazas¨. La insistencia en el color negro y la aparición de los cipreses y del agua estancada, sin vida, nos sitúan en el mismo ámbito temático. De nuevo se trata de la visión mortuoria de un jardín; el poeta no describe ni ¨pinta¨ un paisaje, sino que selecciona algunos de sus elementos y los supedita a un sentido global que les da homogeneidad y convierte el poema en la traslación de un estado de ánimo. Lo mismo sucede en este otro breve texto, verdadera síntesis de los motivos fundamentales de Soledades:


Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que suena mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.


No serán necesarias muchas aclaraciones; el crepúsculo es el momento de extinción del día; el colo morado, como en la tradición clásica, representa el dolor y la congoja -y de ahí su perduración en ciertas ceremonias litúrgicas-; los cipreses -árboles funerarios en la cultura mediterránea- son negros; la glorieta está ¨en sombra¨ -que, por oposición a la luz, representa la carencia de vida-, y la personificación del amor es una estatuilla petrificada y muda que ¨sueña¨ (no se olvide la tradición que interpreta el sueño como una imagen de la muerte). El verso final - ¨reposa el agua muerta¨ no sólo aproxima, al incluirlas en la misma unidad métrica, las nociones ¨reposar¨ y ¨muerte¨, creando así una asociación inequívoca, sino que, además, es un verso heptasílabo -frente a los endecasílabos anteriores- y ¨muere¨ justamente cuando aparece la palabra que remata el poema y que descubre por fin cual era la noción básica que gravitaba sobre los versos, sin hacerse explicita, desde el comienzo.
En Soledades, las representaciones de lo petrificado y lo muerto son constantes; la ilusión perdida será un ¨roto sol en una alberca helada¨, y lo mismo cabe decir del amor, ¨sol yerto (…) que brilla y tiembla roto/ sobre una fuente helada¨. La muerte se erige en tema fundamental. Las doce campanadas del reloj se oyen como otros tantos ¨golpes de azada en tierra¨, en el transcurso de una pesadilla durante la cual el sujeto lírico que enuncia el poema cree llegada su última hora; la vida aparece personificada como una ¨virgen esquiva¨ que lleva consigo una ¨aljaba negra¨, es decir, una amenaza de muerte inexorable. Los elementos imaginativos, e incluso muchas acuñaciones verbales del Machado maduro, se encuentran ya firmemente apuntadas en este libro; ¨Las ascuas del crepúsculo¨, la tarde, el parque sombrío y rodeado por un muro, el cipresal, el agua inmóvil...
Si se repasa lo añadido a la edición refundida de 1907 (Soledades. Galerías. Otros poemas), no se advierten cambios sustanciales. Encontramos un viajero de ¨sienes plateadas¨ que ha perdido ya su juventud y se halla en una sala sombría mientras en el exterior ¨deshójanse las hojas otoñales/del parque mustio y viejo¨; o una extraña amada inalcanzable, que se encuentra en una ¨negra caja¨ al lado de una fosa, mientras ¨en las sombrías torres/repican las campanas¨. El ocaso, el ataúd, la vejez, la imagen de la ¨otra orilla¨ son motivos frecuentes. El joven Machado articula su obra primeriza en torno al tema vertebrador de la muerte, que proporciona sentido coherente y unitario a elementos dispares, apoyados con frecuencia en tradiciones literarias y en motivos de sentido arquetípico, la luz, la sombra, el agua, el ciprés, etc. De este modo, el río, por ejemplo, puede representar la vida humana, de acuerdo con la imagen del Eclesiastés que rebrota en las Coplas de Jorge Manrique; pero también aparece para significar, como en la mitología grecolatina, la fronteras entre la vida y la muerte.

Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.

Esa ¨otra ribera¨, situada al otro lado del ¨río¨del olvido, es ya la de la muerte.

Lectura ¨de frente¨ y lectura ¨al sesgo¨
Escribe Machado en uno de sus aforismos en verso:

Da doble luz a tu verso:
para leído de frente
y al sesgo.

Y en un apunte en prosa: ¨Toda poesía es, en cierto modo, un palimpsesto¨. Es decir, que por debajo de la lectura superficial hay otra que es preciso descubrir. La lectura ¨de frente¨ sólo descifra el significado de las palabras, lo cual, en el caso de Machado, es sencillo y, a la vez, altamente engañoso. Es preciso efectuar una lectura ¨al sesgo¨ en busca del sentido del texto, que, como en los palimpsestos, se halla oculto bajo la escritura visible. De este modo, el agua corriente o el agua estancada no representan lo que el diccionario indica, ni el ciprés comparece por sus características botánicas, ni adjetivos tan frecuentes en Machado como viejo, marchito, mustio, yerto, roto, sombrío, decrépito, negro, soñoliento y otros similares son utilizados por otra razón que la de convertir las cosas a que se atribuyen en puros indicios del correr de todo hacia un inevitable acabamiento. Casi nada es, en suma, lo que parece a primera vista en una lectura superficial, que da como único resultado un Machado superficial y, por consiguiente, falso.

RICARDO SENABRE SEMPERE.

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