Es,
en efecto, Soledades
un libro muy unitario, presidido por un tema recurrente que
proporciona cohesión y sentido de la obra. Está dividido en cuatro
partes, la última de las cuales se cierra con tres poemas. El
cadalso, La muerte -luego
suprimido- y la glosa de los versos de Manrique:
Nuestras
vidas son los ríos
que
van a dar en la mar
que
es el morir. ¡Gran cantar!
Se
trata de una serie, pues, decididamente mortuoria.
Si
se examina el comienzo del libro, el primer poema es el titulado
Tarde,
palabra que resultará luego casi emblemática, por su elevadísima
frecuencia de uso, en la poesía de Machado. El poema, situado en una
tarde ¨triste y soñolienta¨,
evoca un parque solitario cuyo muro tiene adosada una hiedra ¨negra
y polvorienta¨. Existe
una ¨vieja cancela¨ de ¨hierro mohoso¨
que, al cerrarse, ¨sonó en el silencio de la
tarde muerta¨. La
aparición súbita del adjetivo ¨muertas¨ -en
rigor, impropio para ser aplicado a la tarde- produce cierta
inquietud, aunque el momento elegido del día y todos los indicios
sucesivos de vejez y desgaste parecían conducir a esa noción. En el
interior del parque hay una fuente que corre, si bien este único
elemento sonoro y vital está rodeado de mármol blanco, y todo ello
se encuentra encerrado en ese solitario recinto que puede ser un
parque, pero donde la mirada sólo se ha detenido en rasgos que
parecen propios de un cementerio. El sustrato básico de la
composición es el tema obsesivo de la muerte, y ese núcleo
significativo dominante atrae hacia sí a los demás elementos del
poema y los colorea con un tinte mortuorio. Y hasta la ¨tarde¨
del título se convierte en símbolo de acabamiento y extinción.
En
otro poema titulado La tarde en el jardín
volvemos
a encontrar un parque en sombra, cercado por una ¨tapia
ennegrecida¨ donde
hay un ¨cipresal oscuro¨
fuentes en las que ¨el agua duerme en las
marmóreas tazas¨.
La insistencia en el color negro y la aparición de los cipreses y
del agua estancada, sin vida, nos sitúan en el mismo ámbito
temático. De nuevo se trata de la visión mortuoria de un jardín;
el poeta no describe ni ¨pinta¨
un paisaje, sino que selecciona algunos de sus elementos y los
supedita a un sentido global que les da homogeneidad y convierte el
poema en la traslación de un estado de ánimo. Lo mismo sucede en
este otro breve texto, verdadera síntesis de los motivos
fundamentales de Soledades:
Las
ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal
humean...
En la glorieta en sombra está
la fuente
con su alado y desnudo Amor de
piedra,
que suena mudo. En la marmórea
taza
reposa el agua muerta.
No
serán necesarias muchas aclaraciones; el crepúsculo es el momento
de extinción del día; el colo morado, como en la tradición
clásica, representa el dolor y la congoja -y de ahí su perduración
en ciertas ceremonias litúrgicas-; los cipreses -árboles funerarios
en la cultura mediterránea- son negros; la glorieta está ¨en
sombra¨
-que, por oposición a la luz, representa la carencia de vida-, y la
personificación del amor es una estatuilla petrificada y muda que
¨sueña¨ (no
se olvide la tradición que interpreta el sueño como una imagen de
la muerte). El
verso final - ¨reposa el agua muerta¨ no
sólo aproxima, al incluirlas en la misma unidad métrica, las
nociones ¨reposar¨ y
¨muerte¨, creando
así una asociación inequívoca, sino que, además, es un verso
heptasílabo -frente a los endecasílabos anteriores- y ¨muere¨
justamente cuando aparece la palabra que remata el poema y que
descubre por fin cual era la noción básica que gravitaba sobre los
versos, sin hacerse explicita, desde el comienzo.
En
Soledades, las
representaciones de lo petrificado y lo muerto son constantes; la
ilusión perdida será un ¨roto sol en una
alberca helada¨, y
lo mismo cabe decir del amor, ¨sol yerto (…)
que brilla y tiembla roto/ sobre una fuente helada¨.
La muerte se erige en tema fundamental. Las doce campanadas del reloj
se oyen como otros tantos ¨golpes de azada en
tierra¨,
en el transcurso de una pesadilla durante la cual el sujeto lírico
que enuncia el poema cree llegada su última hora; la vida aparece
personificada como una ¨virgen
esquiva¨ que
lleva consigo una ¨aljaba
negra¨, es
decir, una amenaza de muerte inexorable. Los elementos imaginativos,
e incluso muchas acuñaciones verbales del Machado maduro, se
encuentran ya firmemente apuntadas en este libro; ¨Las
ascuas del crepúsculo¨,
la tarde, el parque sombrío y rodeado por un muro, el cipresal, el
agua inmóvil...
Si
se repasa lo añadido a la edición refundida de 1907 (Soledades.
Galerías. Otros poemas), no
se advierten cambios sustanciales. Encontramos un viajero de ¨sienes
plateadas¨
que ha perdido ya su juventud y se halla en una sala sombría
mientras en el exterior ¨deshójanse
las hojas otoñales/del parque mustio y viejo¨;
o una extraña amada inalcanzable, que se encuentra en una ¨negra
caja¨
al lado de una fosa, mientras ¨en
las sombrías torres/repican las campanas¨.
El ocaso, el ataúd, la vejez, la imagen de la ¨otra
orilla¨ son
motivos frecuentes. El joven Machado articula su obra primeriza en
torno al tema vertebrador de la muerte, que proporciona sentido
coherente y unitario a elementos dispares, apoyados con frecuencia en
tradiciones literarias y en motivos de sentido arquetípico, la luz,
la sombra, el agua, el ciprés, etc. De este modo, el río, por
ejemplo, puede representar la vida humana, de acuerdo con la imagen
del Eclesiastés
que rebrota en las Coplas de Jorge Manrique; pero también aparece
para significar, como en la mitología grecolatina, la fronteras
entre la vida y la muerte.
Dormirás
muchas horas todavía
sobre
la orilla vieja,
y
encontrarás una mañana pura
amarrada
tu barca a otra ribera.
Esa
¨otra ribera¨, situada al otro lado del ¨río¨del olvido, es ya
la de la muerte.
Lectura
¨de frente¨ y lectura ¨al sesgo¨
Escribe
Machado en uno de sus aforismos en verso:
Da
doble luz a tu verso:
para
leído de frente
y
al sesgo.
Y
en un apunte en prosa: ¨Toda poesía es, en cierto modo, un
palimpsesto¨. Es decir, que por debajo de la lectura superficial hay
otra que es preciso descubrir. La lectura ¨de frente¨ sólo
descifra el significado de las palabras, lo cual, en el caso de
Machado, es sencillo y, a la vez, altamente engañoso. Es preciso
efectuar una lectura ¨al sesgo¨ en busca del sentido del texto,
que, como en los palimpsestos, se halla oculto bajo la escritura
visible. De este modo, el agua corriente o el agua estancada no
representan lo que el diccionario indica, ni el ciprés comparece por
sus características botánicas, ni adjetivos tan frecuentes en
Machado como viejo,
marchito, mustio, yerto, roto, sombrío, decrépito, negro,
soñoliento
y otros similares son utilizados por otra razón que la de convertir
las cosas a que se atribuyen en puros indicios del correr de todo
hacia un inevitable acabamiento. Casi
nada es, en suma, lo que parece a primera vista en una lectura
superficial, que da como único resultado un Machado superficial y,
por consiguiente, falso.
RICARDO
SENABRE SEMPERE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario