XXX
Un
día, el canario verde, no sé cómo ni por qué, voló de su jaula.
Era un canario viejo, recuerdo triste de una muerta, al que yo no
había dado libertad por miedo de que se muriera de hambre o de frío,
o de que se lo comieran los gatos.
Anduvo
toda la mañana entre los granados del huerto, en el pino de la
puerta, por las lilas. Los niños estuvieron, toda la mañana
también, sentados en la galería, absortos en los breves vuelos del
pajarillo amarillento. Libre, Platero, holgaba junto a los rosales,
jugando con una mariposa.
A
la tarde, el canario se vino al tejado de la casa grande, y allí se
quedó largo tiempo, latiendo en el tibio sol que declinaba. De
pronto, y sin saber nadie cómo ni por qué, apareció en la jaula,
otra vez alegre.
¡Qué
alborozo en el jardín! Los niños saltaban, tocando las palmas,
arrebolados y rientes como auroras; Diana, loca, los seguía,
ladrándole a su propia y riente campanilla; Platero, contagiado, en
un oleaje de carnes de plata, igual que un chivillo, hacía corvetas,
giraba sobre sus patas, en un vals tosco, y poniéndose en las manos
daba coces al aire claro y suave.
JUAN
RAMÓN JIMÉNEZ.
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