Un
hombre decidió suministrar dosis masivas de aceite de hígado de
bacalao a su perro Dobberman, porque le habían dicho que era muy
bueno para los perros. De modo que cada día sujetaba entre sus
rodillas la cabeza del animal, que se resistía con todas sus
fuerzas, le obligaba a abrir la boca y le vertía el aceite por el
gañote.
Pero,
un día, el perro logró soltarse y el aceite cayó al suelo.
Entonces, para asombro de su dueño, el perro volvió
dócilmente a él en clara actitud de querer lamer la cuchara. Fue
entonces cuan do el hombre descubrió que lo que el perro rechazaba
no era el aceite, sino el modo de administrárselo.
ANTHONY
DE MELLO.
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