Sólo
la luna sospecha la verdad.
Y
es que el hombre no existe.
La
luna tantea por los llanos, atraviesa los ríos,
penetra
por los bosques.
Modela
las aún tibias montañas.
Encuentra
el calor de las ciudades erguidas.
Fragua
una sombra, mata una oscura esquina,
inunda
de fulgurantes rosas
el
misterio de las cuevas donde no huele a nada.
La
luna pasa, sabe, canta, avanza y avanza sin descanso.
Un
mar no es un lecho donde el cuerpo de un hombre puede
tenderse
a solas.
Un
mar no es sudario para una muerte lúcida.
La
luna sigue, cala, ahonda, raya las profundas arenas.
Mueve
fantástica los verdes rumores aplacados.
Un
cadáver en pie un instante se mece,
duda,
ya avanza, verde queda inmóvil.
La
luna miente sus brazos rotos,
su
imponente mirada donde unos peces anidan.
Enciende
las ciudades donde todavía se pueden oír
(qué
dulces) las campanas vividas;
donde
las ondas prosteras aún repercuten sobre los pechos neutros,
sobre
los pechos blandos que algún pulpo ha adorado.
Pero
la luna es pura y seca siempre.
Sale
de un mar que es una caja siempre,
que
es un bloque con límites que nadie, nadie estrecha,
que
no es una piedra sobre un monte irradiando.
Sale
y persigue lo que fueralos huesos,
lo
que fuera las venas de un hombre,
lo
que fuera su sangre sonada, su melodiosa cárcel,
su
cintura visible que a la vida divide,
a
su cabeza ligera sobre un aire hacia oriente.
Pero
el hombre no existe.
Nunca
ha existido, nunca.
Pero
el hombre no vive, como no vive el día.
Pero
la luna inventa sus metales furiosos.
(Mundo
a solas, 1934-1936)
VICENTE
ALEIXANDRE.
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