XXXIII
La
luz alargaba los días conforme avanzaba la primavera. Violeta y el
pequeño Di Rossi salían del Museo de los niños de Manhattan.
Caminaban hacia la Avenida Broadway, se dirigían a la librería que
Barnes & Noble tenía haciendo esquina con la Calle 82 Oeste.
Mientras cruzaban por el paso de peatones, a Violeta le llamó la
atención la bella imagen de las margaritas blancas y amarillas que
crecían en el seto central que separaba los sentidos de la
circulación. Se sentía bastante mejor que unas semanas atrás. La
imagen que estaba contemplando junto con la buena temperatura, y el
hecho de que a su hijo le hubiera encantado la visita al Museo,
hicieron que apareciera una pequeña sonrisa marcando los hoyuelos de
su rostro.
El
semáforo estaba en rojo, y Enrico Cacciatore acercó despacio su pie
al freno cuando la vio cruzar.
¨¡Violeta!¨.
Sobresalto.
Frenazo. El corazón desbocado y los latidos en las sienes se
unieron. Su imagen de perfil lo estremeció, después se fijó en el
pequeño que caminaba a su lado. Debía ser su hijo.
Se
inclinó a la derecha observándola. Entraban en una librería.
Nervioso, miró toda la línea de aparcamiento, no había un solo
hueco.
¨Bueno,
los Bentley también se pueden estropear¨.
No
dudó, lo subió en parte sobre el seto central aplastando varios
ramilletes de aquellas preciosas flores que habían estado esperando
el buen tiempo para ser vistas en todo su esplendor, como él había
admirado a Violeta unos segundos antes.
¨Está
más bella que nunca¨.
Puso
las luces de avería y cruzó, pero, nada más llegar a la acera,
notó que estaba demasiado nervioso y agitado. Respiró
profundamente, se quiso serenar, sin embargo su cuerpo se rebelaba.
Se asustó, pensó que desde dentro ella le podía estar viendo, se
sintió vulnerable como no recordaba. Nunca había experimentado esas
sensaciones, a pesar de habérsela jugado varias veces en la vida.
Después de firmar los dos primeros contratos con el Ejército se
supo siempre ganador, pero lo que le estaba sucediendo en aquel
momento...
¨¿Me
está dando un infarto?¨.
Mentalmente
buscó las sensaciones de su brazo izquierdo, nada. En su pecho
notaba el latir desbocado de su corazón, opresión, le faltaba la
respiración, pero no sentía dolor.
¨Te
tienes que tranquilizar, así no la puedes ver, tal vez sea la última
oportunidad¨.
Junto
al paso de peatones estaban los dispensadores que contenían los
distintos periódicos, una fila metálica de colores, amarillo,
blanco, verde y naranja. Este multimillonario se fue tras ellos
escondiéndose miedoso, como jamás había actuado.
¨No
la puedes dejar escapar, la necesitas, ninguna otra mujer la puede
sustituir¨.
Era
tal el poder que ella tenía sobre él que aun teniendo todas las
bazas a su favor, se sentía perdedor.
Ya le hubiera gustado tener las cosas de esa manera cuando se había
enfrentado a los competidores de su negocio. Y sin embargo, ella,
desde su fragilidad y vulnerabilidad, podía con él solo con una
mirada. La quería, la amaba, y se le había escapado de entre los
dedos sin saber cómo ni por qué. Bueno, si lo sabía; porque había
otro hombre antes que él, y mientras ella le pidió y se tomó un
tiempo para diluir sus dudas, el
azar jugó por primera vez en su contra, se
quedó embarazada. Echó cuentas, pensó en la posibilidad de que
fuera suyo, se lo dijo ilusionado, y ella rió, le contestó con
seguridad que había tenido dos reglas desde su última vez...
Desapareció, y le dio un hijo a ese hombre al que Enrico nunca quiso
conocer ni saber nada de él, solo que era también italiano y
profesor de Historia en la Universidad de Nueva York.
Se vio a
sí mismo como un niño asustado de su amor. Él, que apenas tuvo
infancia, que nunca supo lo que era la satisfacción de la espera.
Solo esfuerzo continuado, siempre con un objetivo y un resultado casi
inmediato que le había llevado a ocupar una de las cúspides que
este mundo tiene reservado a unos pocos elegidos. El destello de las
luces de avería del Bentley le hizo dudar como el que deshoja una
margarita acercándose al final. Sí, no. Sí se marchaba
desaprovechaba la última oportunidad, y a este italiano bajito nadie
le regaló nada, tampoco desaprovechó nunca las ocasiones que se le
presentaron.
Se
llevó ambas manos a las mejillas y se dio cuenta de que ambas
estaban frías. Que desagradable sensación. Pensó que su futuro iba
a ser así, frío y en soledad. Se palmeó un par de veces, después
ahuecó sus manos y sopló dándoles calor.
¨Tranquilo
Enrico, tranquilo¨.
Se
dirigió a la entradas de la librería más inseguro que nunca, solo
esperaba que no se le notara demasiado.
Nada
más traspasar la puerta de cristal la buscó y la encontró. El niño
no estaba junto a ella. ¨Mejor¨, pensó.
-Hola.
-La sonrisa pretendía ser natural, pero su gesto no tenía el aplomo
de siempre.
-¡Ah,
hola!
La
sorpresa de Violeta fue inmensa; la respuesta, efusiva, como si de
verdad se alegrara de verlo, pero era solo una
cortina que escondía el pánico que acababa de inundarla. Extendió
la mano mientras disimuladamente buscó dónde se encontraba Paolo.
No lo vio.
-No sé
por qué, pero no te hacía en un lugar como este. Violeta continuó
con su sonrisa falsa, nerviosa.
-Pues ya
ves.
-¿Qué
buscas?
Enrico
Cacciatore no supo qué responder, miró a un lado buscando una
respuesta.
-Pues...
¿qué va a ser?, he venido a comprar una novela.
-Sí,
cuál?
-Pues...
-Dudó, entre un montón de libros apilados sobre una mesa,
distinguió un título fácil y corto-.2055.
-¿2055,
alguien está decidiendo tu futuro?
-Esa, he
escuchado a varias personas hablar de ella y hay que estar al día,
bueno, y también pensar un poco en el futuro, ¿no?
-Sí,
claro.
-¿La has
leído?
-Sí.
-¿Y me
la recomiendas?
-Por
supuesto, la leí dos veces porque sentí que algo se me escapaba la
primera vez, y efectivamente, después descubrí gran cantidad de
detalles que me habían pasado desapercibidos. Al principio los
intuía, pero después..., busqué y encontré constantes segundas
intenciones del autor, que tal vez eran las primeras, las que le
llevó a escribir la novela.
-Entonces
tal vez no me guste, yo prefiero las cosas claras y directas,
una historia sencilla, con algo más de intriga que la vida diaria.
-Bueno,
eso también lo tiene, aunque tal vez a mí me atrajera mucho el
hecho de que la protagonista femenina es italiana.
-¿Del
sur o del norte?
-¡Qué
más da! Estamos en Manhattan, aquí no hay distinción, La
Italia es La Italia. -Violeta hizo el gesto de apiñar los dedos.
-Tienes
razón.
De
alguna forma, al principio me identifiqué con ella, después...
viene la vida, aciertos y errores. -Lo dijo sin pensar, pero nada más
pronunciar las palabras cayó en que hasta en eso se parecía a la
protagonista de esa novela.
Recordó
la historia, no quería terminar como ella. Y más que eso, no quería
fallarle a Umberto.
-Bien, te
dejo.
Buscó
a Paolo, lo vio, los estaba mirando muy serio.
-Perdona...,
disculpa, tenemos otra conversación pendiente.
-No.
-Ahora los nervios sí se le notaron.
-No
me gustaría hacerte daño.
-He
vendido mis acciones, en un mes la operación estará completada. Con
algo más de tiempo quedaré completamente desvinculada. Si puedes
esperar un poco..., te lo agradecería.
Lo
miró a los ojos y Enrico Cacciatore percibió que no iba a
tener con ella otra cosa que no fuera una conversación, creyó
que intrascendente para ella e importante para él. Se fijó en su
rostro, estaba muy guapa, había engordado algo, le sentaba muy bien.
No le
quiso contestar y cambió de tema.
-¿Has
cogido algo de peso, verdad?
Una
luz especial apareció en su rostro.
-Y
algo más que cogeré, estoy embarazada.
Adiós
esperanza, si es que le quedaba alguna. La mirada se le fue
instintivamente al vientre. No se le notaba nada, no supo qué decir,
y volvió al tema que no quería.
-Bien...,
cuenta con que esperaré hasta... -No fue capaz de pronunciar más
palabras que le llevasen a decir lo que se dice en esos casos, ¨el
feliz acontecimiento¨, o algo así, tampoco le quiso mentir diciendo
¨me alegro¨, o ¨enhorabuena¨; otra vez sintió aquel frío-. ¿De
cuánto estás?
-Diez
semanas.
Que te
vaya todo muy bien.
Enrico
Cacciatore aceptó los acontecimientos que lo dejaban fuera, ahora
fue él quien extendió la mano.
-Cuídate
mucho.
-Gracias.
Violeta
le miró con comprensión, captó perfectamente cómo recibió su
nuevo estado, lo aceptaba como algo definitivo.
Enrico
Cacciatore estaba aturdido. Giró la cabeza y vio al hijo mirándolo
directamente a los ojos, muy serio, parado en medio del pasillo entre
estanterías llenas de libros, fue solo un segundo, su rostro le
pareció familiar. De nuevo vio la imagen de Violeta feliz. Bajó la
cabeza y se marchó.
Cuando
llegó el pequeño Di Rossi hasta su madre ya había salido de la
librería. Ella estaba pensativa.
-¿Quién
es ese hombre, mamá?
-Solo
un cliente de mi trabajo.
-¿Por
qué dices solo?
Fue
la única vez en su vida que no escuchó lo que le decía su hijo. Su
mente estaba en otro lado.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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