XXXII
Cinco
hombres vestidos de negro y tocados con kipá discutían sobre el
valor de los diamantes que estaban en varios papelitos blancos
abiertos en paralelo sobre la mesa de reuniones. Los dos tasadores
repasaban una a una cada pieza, la atraían, pinzas y monóculo, la
volvían a colocar en su sitio. Perfectamente alineados, de nuevo la
discusión sobre el valor. El que representaba a Violeta debía dar
el visto bueno y no se ponía de acuerdo en el precio que asignaba la
otra parte. Los tres Vicepresidentes no permanecían al margen de la
discusión, cosa que sí hizo ella. Lo esperaba, conocía demasiado
bien cómo actuaban. Estuvo repasando aquella sala de madera noble
que tanto la impresionó al principio, que respetó enormemente hasta
hacía muy poco.
Salomón
Siegman se mostraba serio, no pensaba que el final del enfrentamiento
tuviera ese desenlace. Violeta abandonaba, la creía más ambiciosa y
dura. Tal vez tenía que ver con el hecho de estar de nuevo
embarazada, que quisiera dedicar ahora tiempo a su familia. En
cualquier caso, si tuviera la mordiente que le suponía, no habría
tomado esa decisión. Al final, el tiempo termina colocando a cada
uno en su sitio, por lo tanto, ella no estaba capacitada para
arreglar esos flecos del negocio que ya le estaban preocupando
demasiado. En aquel momento
pensó que Violeta habría puesto objeciones, reparos, tal
vez cuestiones de tipo ético; para eso incluso tenía preparado el
antídoto, él sí sabía que no era perfecta. Necesitaba
una persona que desmantelase El Cielo, que reciclara a los empleados
y que todo quedara atrás, que nunca se supiera lo ocurrido. No
era cosa fácil, casi imposible que no hubiera algunas consecuencias;
siempre hay, cuando menos, un traidor. Por
eso buscaba a la persona fiel, la mejor para llevarlo a cabo y,
llegado el caso, si algo salía mal, que le dejara completamente al
margen. Él a su vez permanecería como hasta ahora, callado, nadie
sabría su secreto. Lo que no terminaba de comprender Salomón
Siegman es cómo nadie, ni su sobrino el Vicepresidente Segundo que
era parte de su cometido, lo había descubierto. Solo unas miradas en
una de las reuniones con Enrico Cacciatore y un análisis de fechas
lo habían puesto sobre una certeza que ya no necesitaba confirmar.
Los
dos estaban ajenos a la discusión que se planteaba a ambos lados de
la mesa en la sala de reuniones. El Presidente se puso las gafas
Cartier y la miró, la escrutaba. Ella se dio cuenta, se
concentró en simular que estaba distraída, en no mover un músculo
del rostro.
¨Demasiado
relajada¨, pensó el presidente. ¨Todo parece lógico, demasiado,
¿habrá sido premeditado? El enfrentamiento lo inició mi hermano,
pero... ¿lo buscó ella?, sucedió todo tan rápido que..., aquí
hay algo que no comprendo. Ella hubiera podido salir victoriosa
fácilmente sin llegar a esto. Lo que escondes ya lo sé, pero...
¿hay algo más?, o... ¿lo que querías era vender tus acciones y
estás consiguiendo lo que pretendías?¨.
El
Vicepresidente Primero ejercitó su opción de compra en la cifra
propuesta por Violeta, quince millones de dólares, no admitió el
mínimo regateo que se intentó, solo aceptó que esta sería
declarada por cinco millones de dólares. Los diez millones que
quedaban ocultos se estaban liquidando en aquel momento en diamantes.
Además le entregarían un cheque por importe de un millón de
dólares que figuraría como señal y parte del pago. Los cuatro
millones que restaban para completar la operación se debían hacer
efectivos en los dos meses siguientes, cerrándose así por completo
la venta de las acciones.
Violeta
sintió un alivio tremendo. Lo único que deseaba era que pasara el
tiempo deprisa, alejarse del conflicto que se avecinaba y
que su hijo viniera bien al mundo. Con eso sería la mujer más feliz
del planeta.
El
desacuerdo parecía que se eternizaba, y Violeta al fin se hizo
notar.
-Señores,
si no se ponen de acuerdo en el valor con mi tasador, la operación
se liquida en efectivo.
-No
le interesa, tendrá que pagar una cantidad importante en impuestos
-afirmó el Vicepresidente Tercero.
-No
se preocupe por mí, si he accedido a lo que me han planteado es
porque parecía que les facilitaba las cosas, pero llegados a este
punto veo que es un error.
Violeta
siguió aparentando tranquilidad. El Vicepresidente Segundo miró a
su tío, el Vicepresidente Primero, y este asintió con la cabeza. El
gesto fue percibido por ella. Estaba a punto de suceder, el
primer paso para escapar salía más rápido y fácil de lo esperado.
¨Es
verdad que hay un Dios allí arriba¨, pensó Violeta.
El
Presidente se quitó las gafas mientras seguía concentrado en sus
pensamientos.
¨Cuando
llegó el momento de lanzarse supo cómo hacerlo, eso es innato, no
te lo enseñan en ninguna escuela de negocios. Hay algo que se me
escapa, o es el hecho de ser mujer..., pero
si ellas son más duras que los hombres... ¿entonces?¨. Movió
negativamente la cabeza, dejó de darle vueltas al tema.
Se
levantó, todos le imitaron, alargó la línea de su boca en una
sonrisa, se dirigió a ella de forma paternal.
-Recuerde
siempre que siento gran aprecio por usted.
Todos
quedaron sorprendidos por sus palabras, también Violeta. La primera
vez que habían escuchado salir de su boca algo semejante.
-Gracias,
señor.
Violeta
no fue capaz de aguantar la última mirada que le dirigió aquel
hombre algo mayor, de clase para ella marchita;
pero, sin lugar a dudas, un líder.
ANTONIO
BUSTOS BAENA.
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