lunes, 22 de junio de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


XXXII

Cinco hombres vestidos de negro y tocados con kipá discutían sobre el valor de los diamantes que estaban en varios papelitos blancos abiertos en paralelo sobre la mesa de reuniones. Los dos tasadores repasaban una a una cada pieza, la atraían, pinzas y monóculo, la volvían a colocar en su sitio. Perfectamente alineados, de nuevo la discusión sobre el valor. El que representaba a Violeta debía dar el visto bueno y no se ponía de acuerdo en el precio que asignaba la otra parte. Los tres Vicepresidentes no permanecían al margen de la discusión, cosa que sí hizo ella. Lo esperaba, conocía demasiado bien cómo actuaban. Estuvo repasando aquella sala de madera noble que tanto la impresionó al principio, que respetó enormemente hasta hacía muy poco.
Salomón Siegman se mostraba serio, no pensaba que el final del enfrentamiento tuviera ese desenlace. Violeta abandonaba, la creía más ambiciosa y dura. Tal vez tenía que ver con el hecho de estar de nuevo embarazada, que quisiera dedicar ahora tiempo a su familia. En cualquier caso, si tuviera la mordiente que le suponía, no habría tomado esa decisión. Al final, el tiempo termina colocando a cada uno en su sitio, por lo tanto, ella no estaba capacitada para arreglar esos flecos del negocio que ya le estaban preocupando demasiado. En aquel momento pensó que Violeta habría puesto objeciones, reparos, tal vez cuestiones de tipo ético; para eso incluso tenía preparado el antídoto, él sí sabía que no era perfecta. Necesitaba una persona que desmantelase El Cielo, que reciclara a los empleados y que todo quedara atrás, que nunca se supiera lo ocurrido. No era cosa fácil, casi imposible que no hubiera algunas consecuencias; siempre hay, cuando menos, un traidor. Por eso buscaba a la persona fiel, la mejor para llevarlo a cabo y, llegado el caso, si algo salía mal, que le dejara completamente al margen. Él a su vez permanecería como hasta ahora, callado, nadie sabría su secreto. Lo que no terminaba de comprender Salomón Siegman es cómo nadie, ni su sobrino el Vicepresidente Segundo que era parte de su cometido, lo había descubierto. Solo unas miradas en una de las reuniones con Enrico Cacciatore y un análisis de fechas lo habían puesto sobre una certeza que ya no necesitaba confirmar.
Los dos estaban ajenos a la discusión que se planteaba a ambos lados de la mesa en la sala de reuniones. El Presidente se puso las gafas Cartier y la miró, la escrutaba. Ella se dio cuenta, se concentró en simular que estaba distraída, en no mover un músculo del rostro.
¨Demasiado relajada¨, pensó el presidente. ¨Todo parece lógico, demasiado, ¿habrá sido premeditado? El enfrentamiento lo inició mi hermano, pero... ¿lo buscó ella?, sucedió todo tan rápido que..., aquí hay algo que no comprendo. Ella hubiera podido salir victoriosa fácilmente sin llegar a esto. Lo que escondes ya lo sé, pero... ¿hay algo más?, o... ¿lo que querías era vender tus acciones y estás consiguiendo lo que pretendías?¨.
El Vicepresidente Primero ejercitó su opción de compra en la cifra propuesta por Violeta, quince millones de dólares, no admitió el mínimo regateo que se intentó, solo aceptó que esta sería declarada por cinco millones de dólares. Los diez millones que quedaban ocultos se estaban liquidando en aquel momento en diamantes. Además le entregarían un cheque por importe de un millón de dólares que figuraría como señal y parte del pago. Los cuatro millones que restaban para completar la operación se debían hacer efectivos en los dos meses siguientes, cerrándose así por completo la venta de las acciones.
Violeta sintió un alivio tremendo. Lo único que deseaba era que pasara el tiempo deprisa, alejarse del conflicto que se avecinaba y que su hijo viniera bien al mundo. Con eso sería la mujer más feliz del planeta.
El desacuerdo parecía que se eternizaba, y Violeta al fin se hizo notar.
-Señores, si no se ponen de acuerdo en el valor con mi tasador, la operación se liquida en efectivo.
-No le interesa, tendrá que pagar una cantidad importante en impuestos -afirmó el Vicepresidente Tercero.
-No se preocupe por mí, si he accedido a lo que me han planteado es porque parecía que les facilitaba las cosas, pero llegados a este punto veo que es un error.
Violeta siguió aparentando tranquilidad. El Vicepresidente Segundo miró a su tío, el Vicepresidente Primero, y este asintió con la cabeza. El gesto fue percibido por ella. Estaba a punto de suceder, el primer paso para escapar salía más rápido y fácil de lo esperado.
¨Es verdad que hay un Dios allí arriba¨, pensó Violeta.
El Presidente se quitó las gafas mientras seguía concentrado en sus pensamientos.
¨Cuando llegó el momento de lanzarse supo cómo hacerlo, eso es innato, no te lo enseñan en ninguna escuela de negocios. Hay algo que se me escapa, o es el hecho de ser mujer..., pero si ellas son más duras que los hombres... ¿entonces?¨. Movió negativamente la cabeza, dejó de darle vueltas al tema.
Se levantó, todos le imitaron, alargó la línea de su boca en una sonrisa, se dirigió a ella de forma paternal.
-Recuerde siempre que siento gran aprecio por usted.
Todos quedaron sorprendidos por sus palabras, también Violeta. La primera vez que habían escuchado salir de su boca algo semejante.
-Gracias, señor.
Violeta no fue capaz de aguantar la última mirada que le dirigió aquel hombre algo mayor, de clase para ella marchita; pero, sin lugar a dudas, un líder.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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