domingo, 7 de junio de 2015

LOS DOS.


Cuando usted ha salido del ascensor, ha mantenido la puerta abierta hasta que Raúl Almansa se ha colocado, sonriente, a su lado. La conversación vuelve, torpe, a hilvanarse, pendiente como está usted de encontrar, en el enredoso llavero de piel, la llave de su puerta. No tiene costumbre de hacerlo, porque prefiere llamar al timbre, oír ese dindon musical que promete familia y descanso, ver cómo la puerta se abre y, al otro lado, está Luis, o Mónica, o Luisa, hola, mientras se despoja del abrigo y suelta la cartera, y reparte unos besos, unas caricias, con un gesto cansado, con un cansancio que es real, pero que se circunstancia en busca del halago y de la comprensión de los de casa; mas, en compañía de Almansa, el circunspecto ingeniero vasco, usted decide poner de relieve esa ligera sensación de dominio que da la llave girando en la cerradura, la confianza en la sorpresa que suele producir en quien llega a esa entrada cuajada de cuadros -el Millares desconocido, el retrato agilísimo de Álvaro Delgado, el desconcierto de Tapies, las ensoñaciones de Alcorlo...-, cuando se hace la luz e invita a su acompañante a entrar en el despacho, donde el desnudo que trazara Fernando Calderón tira de la mirada y serena. Besa a Luisa en al frente, recién venida del cuarto de estar, donde cose -algunos hilos en el vestido-, un tanto sorprendida de que no la haya buscado como suele hacer, y pone la mano derecha sobre el hombro de su esposa, en tanto la acerca, ¿Recuerdas a Raúl Almansa?, y ella se ruboriza levemente, porque no esperaba visita, y sonríe, turbada, Me alegro de verle, y Almansa se inclina, cortés, y hace como que besa su mano. Vamos a trabajar un poco, dice usted, tráenos luego unas cervezas, y diciéndolo, mira a Almansa, que asiente. Andan a vueltas con los precios de la energía y la previsión del consumo, con el trabajo que les ha encargado el presidente -Nadie lo hará mejor que ustedes, el gesto afable, que ordena más que ruega- y el tiempos se ha echado encima y hay que afrontar el compromiso sin mayor dilación. Si existe un procedimiento estadístico capaz para la modelización de variables dinámicas es el de Boxjenkins, dice Almansa, mientras abre su cartera y extrae unos folios cuajados de fórmulas y anotaciones, y se acomodan a ambos lados de la mesa. Cuando Mónica, morena y vivaracha, irrumpe e interrumpe a Almansa (… cualquier tipo de proceso estocástico estacionario estrictamente aleatorio...), usted contiene un gesto de disgusto y sube a la niña a sus rodillas, y le dice que debe saludar a don Raúl y dejar a papá trabajar en una cosa muy importante, y la ve abandonar la habitación como un torbellino. Cuando Luisa entra con las cervezas, ustedes andan oyendo el ¨ruido blanco¨, esa secuencia de variables aleatorias incorreladas homocedásticas, pero Luisa evita todo ruido, y deposita cuanto contiene la bandeja sobre cuatro posavasos de fieltro y junto a un plato de jugoso jabugo, por lo que la charla prosigue y Almansa anota la solución propuesta por Boxjenkins, naturalmente B/J, es decir, utilizar la dualidad existente entre procesos autorregresivos y procesos de media móvil. Cuando Luis, grandullón y desmadejado, llega de la calle, la gabardina al hombro, y saluda desde la puerta del despacho, Buenas noches, y usted responde, alzando la cabeza, Hola, hijo, Almansa está diciendo que Daniel Peña tiene razón al afirmar en su estudio sobre la metodología de B/J que la diferencia principal de ésta con los procedimientos clásicos de predicción univariante es que no se trata de un sistema de predicción automático, sino más bien interativo, y por tanto la experiencia del analista es fundamental. Cuando Raúl Almansa, conclusas las cervezas y buena parte del jamón, recoge sus notas y se despide, usted le acompaña hasta el ascensor, palmea cordial su espalda, retorna a su mesa y, mientras marcas el número de su secretaria, murmura La sagalfuga de B/J y se ríe de su propio chiste, pero la voz de Carla suena al otro lado del hilo, y usted le asegura que no le gusta molestarla cuando está en casa, y ella Por Dios, no diga eso, pero que olvidó advertirle que llegará mañana entre once y doce, pues debe pasar antes por el Ministerio de Industria, y que telefonee a las nueve en punto a Dimas recordándole los diagramas rango/media y el F.A.P. De los residuos. Y se llega luego hasta donde Luis se concentra frente a un tablero de ajedrez, y le revuelve el pelo de por sí revuelto, cada loco con su tema, le dice y Luis semicontesta con un gruñido, y Busca a Mónica y la halla, aplicada y abstraída, desnudando a una muñeca negra, y sigue hasta la cocina, donde Luisa se afana con la cena, y le dice que le parece un buen rioja, y ella, pues ya sabes, eso es fácil, abre la caja que te regalaron, y usted dice que sí, que va hacerlo, que estaba pensado beberse un J.B., pero que está de B/J hasta las narices, y que hay días interminables, aunque don Braulio tenga razón al darles prisa, porque se han descuidado un poco y el tiempo se les ha echado encima, y que Almansa es un tipo enterado, pero muy frío, muy reservón, y Luisa le contesta que ha vuelto a subir la merluza y que a este paso no se sabe dónde vamos a llegar. Pero usted no la oye, que ha volcado el rioja en la copa grande y lo está moviendo y oliendo y saboreando, con los ojos casi cerrados y un ostentoso gesto de satisfacción, de deseo cumplido.
Te has encerrado en el despacho, tras la cena, y has puesto en el tocadiscos las ¨Fuentes de Roma¨, de Respighi, y te has quedado inmóvil oyendo el rumor del agua de la del Valle Giulia, atardecida ya y con el ganado en torno, pastando. Siempre has creído que el boloñés es, sin serlo, un olvidado, y que se oyen sus cosas menos de lo que merecen. Has encendido un cigarrillo, te has recostado en el sillón y te has quedado a solas con la música. Mónica duerme ya, Luis lee a Hesse bajo la lámpara del salón, y Luisa se afana aún por la casa, recoge los cacharros de la cocina, apresta la ropa que los niños y tú vais a poneros mañana, plancha una camisa, cose un botón. Te ves, al conjuro de la música, frente a la Fontana de Trevi, y sientes en tu brazo, como entonces, la mano de Ana, escuchas su risa, al par que arroja las monedillas de rigor al agua que, acaso poco antes, aún se deslizara por las colinas del Apenino, notas sobre tus hombros, gravitante, pero suave, todo el cielo azul romano, cálido y terso, y te das cuenta de que sonríes, como un niño. Perdiste a Almansa, esta tarde, una hora: tengo que resolver un pequeño problema familiar, le dijiste, y Ana te estaba esperando dos calles más allá, a bordo de su GS rojo, necesitaba verte, y tú, ¿ocurre algo?, y ella, nada, es que últimamente estás como evasivo, como lejos, y tú tomando sus manos delgadas y hermosas, hechas a acariciar el violín, le has besado la punta de los dedos, diez besos tontos, como de colegial, pero que han desfruncido el ceño de Ana y la han hecho buscar tu boca -muchacha, que nos están mirando-, rabiosamente. El domingo tocamos a Beethoven, el la menor, ¿recuerdas?, y tú le dices que sí, porque no puedes olvidar su allegro, y ella Quiero que me oigas, que nos oigas, estamos los cuatro en plena forma, y tú, en seguida, la frase fácil, la salida seudoingeniosa que ella te admira, No sé cómo andarán tis tres colegas, pero de que tú estás en plena forma, doy fe, y Ana te ha dicho que eres un donjuán ancianito y bobo, y a poco has tenido que volver en pos de Almansa y de la energía y del consumo y de B/J, Time Series Analysis, 1970. Deletreas la última palabra y te quedas con el nombre de Ana, y dices fontana de Villa Médicis, y otra vez el nombre se te pega al paladar, y están los pájaros romanos cantando sobre los pinos de un crepúsculo largo y las campanas ¿de cuántas iglesias? Llamando a vísperas. Al cabo, fue Respighi el culpable de todo, o no, inocente Ottorino, cuando en aquella fiesta conversabais, y tú -andante cantabile- le dijiste Es triste enamorarse de ti y ella te replicó, rápida -allegretto- Entonces, Adiós, pastora, para siempre, y tú -lento con grande espressione- tomaste su mano y ella -vivacissimo- desgranó Si es por mi inocencia por lo que tú me amas... Estabais jugando con la Suite número 3 de las ¨Arias y Danzas Antiguas¨, con los aires de corte de JeanBaptiste Besardus, aquel doctor francés que tocaba el laúd y a quien Respghi transcribiera tres siglos después de su muerte, haciéndolo vivo y actual. Todo un poco pedante, un si es no es anacrónico, pero si algo te faltaba para quedar prendido en las cuerdas de Ana, era comprobar que sentía por el boloñés la misma devoción que tú. Cesa la música, miras tu cigarrillo olvidado y vuelves en ti, cuando Luis entra y te dice que debe hacer un trabajo sobre un fragmento del canto XXV del ¨Pulgatorio¨de Dante, y tú te alzas, buscas un libro, lo abres y lees ¨A pesar de la prisa, el padre amante / Dispara el arco dijo sonriente / del hablar, que hasta el hierro está tirante¨, y, como sueles, ríes de tu ocurrencia, la prisa es la de irme a dormir, dices a Luis, tendiéndole el libro, y el padre amante habrás comprendido que soy yo, y Luis, Anda ya, pero tú le aseguras que, bromas aparte, la versión es de Ángel Crespo y muy buena, por lo que el libro le va a ser muy útil. Vas entonces a la cocina, te sirves un vaso de agua fría y lo bebes de un golpe. Luisa mueve la cabeza, porque no le gusta que hagas eso, pero tú sentencias que todo se ha consumado, que te vas a la cama y que ella debe imitarte, porque el día ha sido largo y hay que dormir seis o siete horas como mínimo, que no es viernes. El reloj del comedor da las doce, cuando tomas el despertador que Ana te regalara -¨Anaconda¨, se lee en su esfera- y que Luisa cree fue un capricho tuyo, y fijas la manecilla en las siete y le das cuerda, y recuerdas lo que Ana te dijo al entregártelo, Preperiría despertarte con la ¨Siciliana¨que a ti tanto te gusta, sonando en mi violín, pero tendrás que conformarte con su chirrido, y era como una venganza, porque llegaste tarde un día a tomar el avión en el que ibais a hacer una escapada, difícil y laboriosamente preparada, y todo se vino a tierra, menos el avión, que llegó incólume a su destino, mas sin vosotros.
Antes de meterse en la cama, ha pasado usted un instante por el cuarto de Mónica, y la ha visto allí, abrazada a su muñeca negra, dormida, respirando suavemente. Ha apagado luego la luz y se ha tumbado bocarriba, pensando en don Braulio y en Almansa y en B/J y en alguna perdida frase (… el resultado del proceso de estimación es obtener estimadores asintóticamente eficientes de los parámetros...). Pero de pronto te ha invadido el aroma de Ana, no sabes por qué ni desde dónde, y la has visto, como tantas veces, entregada y tuya, sus manos sabias en tu espalda, en tu nuca, recorriéndote todo. Luisa ha llegado a la cama y usted la ha sentido acomodarse a su lado, acercarse, reclinar su fatiga en su hombro; y ha acariciado su cabello y ha pensado tomarla, como tantas veces, sin sorpresa, pero con el gozo que da la posesión plena. Has alejado la idea y has dicho que tienes mucho sueño, hasta mañana, y has dado la vuelta, con la imagen de Ana clavada en mitad de la frente, y has acompasado el respirar. Luis a ganado sitio en su durmevela y usted considera que está creciendo muy aprisa, que acaso no le dedique ¿o es culpa de él? El tiempo que sería conveniente. Comprendes que no podrás faltar al concierto del domingo y que pudiera ser que Luisa se decidiera a acompañarte, lo que no te resultaría muy grato. Ana tocando su violín dentro del despertador cuyo tictac te molesta, Luisa girando -¿dormida?- y posando su mano sobre la de usted, y el sueño cerrándose sobre tu cerebro, poblándole a usted los ojos, y la noche cayendo, profunda y tenue, silenciosa y remota, tibia y sosegadora, sobre los dos.

CARLOS MURCIANO.

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