Cuando
usted ha salido del ascensor, ha mantenido la puerta abierta hasta
que Raúl Almansa se ha colocado, sonriente, a su lado. La
conversación vuelve, torpe, a hilvanarse, pendiente como está usted
de encontrar, en el enredoso llavero de piel, la llave de su puerta.
No tiene costumbre de hacerlo, porque prefiere llamar al timbre, oír
ese dindon musical que promete familia y descanso, ver cómo la
puerta se abre y, al otro lado, está Luis, o Mónica, o Luisa, hola,
mientras se despoja del abrigo y suelta la cartera, y reparte unos
besos, unas caricias, con un gesto cansado, con un cansancio que es
real, pero que se circunstancia en busca del halago y de la
comprensión de los de casa; mas, en compañía de Almansa, el
circunspecto ingeniero vasco, usted decide poner de relieve esa
ligera sensación de dominio que da la llave girando en la cerradura,
la confianza en la sorpresa que suele producir en quien llega a esa
entrada cuajada de cuadros -el Millares desconocido, el retrato
agilísimo de Álvaro Delgado, el desconcierto de Tapies, las
ensoñaciones de Alcorlo...-, cuando se hace la luz e invita a su
acompañante a entrar en el despacho, donde el desnudo que trazara
Fernando Calderón tira de la mirada y serena. Besa a Luisa en al
frente, recién venida del cuarto de estar, donde cose -algunos hilos
en el vestido-, un tanto sorprendida de que no la haya buscado como
suele hacer, y pone la mano derecha sobre el hombro de su esposa, en
tanto la acerca, ¿Recuerdas a Raúl Almansa?,
y ella se ruboriza levemente, porque no esperaba visita, y sonríe,
turbada, Me alegro de verle,
y Almansa se inclina, cortés, y hace como que besa su mano. Vamos
a trabajar un poco, dice usted,
tráenos luego unas cervezas, y
diciéndolo, mira a Almansa, que asiente. Andan a vueltas con los
precios de la energía y la previsión del consumo, con el trabajo
que les ha encargado el presidente -Nadie lo hará mejor
que ustedes, el gesto afable,
que ordena más que ruega- y el tiempos se ha echado encima y hay que
afrontar el compromiso sin mayor dilación. Si existe un
procedimiento estadístico capaz para la modelización de variables
dinámicas es el de Boxjenkins, dice
Almansa, mientras abre su cartera y extrae unos folios cuajados de
fórmulas y anotaciones, y se acomodan a ambos lados de la mesa.
Cuando Mónica, morena y vivaracha, irrumpe e interrumpe a Almansa (…
cualquier tipo de proceso estocástico estacionario estrictamente
aleatorio...), usted contiene
un gesto de disgusto y sube a la niña a sus rodillas, y le dice que
debe saludar a don Raúl y dejar a papá trabajar en una cosa muy
importante, y la ve abandonar la habitación como un torbellino.
Cuando Luisa entra con las cervezas, ustedes andan oyendo el ¨ruido
blanco¨, esa secuencia de variables aleatorias incorreladas
homocedásticas, pero Luisa evita todo ruido, y deposita cuanto
contiene la bandeja sobre cuatro posavasos de fieltro y junto a un
plato de jugoso jabugo, por lo que la charla prosigue y Almansa anota
la solución propuesta por Boxjenkins, naturalmente B/J,
es decir, utilizar la dualidad existente entre procesos
autorregresivos y procesos de media móvil. Cuando Luis, grandullón
y desmadejado, llega de la calle, la gabardina al hombro, y saluda
desde la puerta del despacho, Buenas noches,
y usted responde, alzando la cabeza, Hola, hijo, Almansa
está diciendo que Daniel Peña tiene razón al afirmar en su estudio
sobre la metodología de B/J
que la diferencia principal de ésta con los procedimientos clásicos
de predicción univariante es que no se trata de un sistema de
predicción automático, sino más bien interativo, y por tanto la
experiencia del analista es fundamental. Cuando Raúl Almansa,
conclusas las cervezas y buena parte del jamón, recoge sus notas y
se despide, usted le acompaña hasta el ascensor, palmea cordial su
espalda, retorna a su mesa y, mientras marcas el número de su
secretaria, murmura La sagalfuga
de B/J y se ríe de su propio
chiste, pero la voz de Carla suena al otro lado del hilo, y usted le
asegura que no le gusta molestarla cuando está en casa, y ella Por
Dios, no diga eso, pero que
olvidó advertirle que llegará mañana entre once y doce, pues debe
pasar antes por el Ministerio de Industria, y que telefonee a las
nueve en punto a Dimas recordándole los diagramas rango/media y el
F.A.P. De los residuos. Y se llega luego hasta donde Luis se
concentra frente a un tablero de ajedrez, y le revuelve el pelo de
por sí revuelto, cada loco con su tema, le
dice y Luis semicontesta con un gruñido, y Busca a Mónica y la
halla, aplicada y abstraída, desnudando a una muñeca negra, y sigue
hasta la cocina, donde Luisa se afana con la cena, y le dice que le
parece un buen rioja, y ella, pues ya sabes, eso es fácil,
abre la caja que te regalaron, y
usted dice que sí, que va hacerlo, que estaba pensado beberse un
J.B., pero que está
de B/J hasta las
narices, y que hay días interminables, aunque don Braulio tenga
razón al darles prisa, porque se han descuidado un poco y el tiempo
se les ha echado encima, y que Almansa es un tipo enterado, pero muy
frío, muy reservón, y Luisa le contesta que ha vuelto a subir la
merluza y que a este paso no se sabe dónde vamos a llegar. Pero
usted no la oye, que ha volcado el rioja en la copa grande y lo está
moviendo y oliendo y saboreando, con los ojos casi cerrados y un
ostentoso gesto de satisfacción, de deseo cumplido.
Te
has encerrado en el despacho, tras la cena, y has puesto en el
tocadiscos las ¨Fuentes de Roma¨,
de Respighi, y te has quedado inmóvil oyendo el rumor del agua de la
del Valle Giulia, atardecida
ya y con el ganado en torno, pastando. Siempre has creído que el
boloñés es, sin serlo, un olvidado, y que se oyen sus cosas menos
de lo que merecen. Has encendido un cigarrillo, te has recostado en
el sillón y te has quedado a solas con la música. Mónica duerme
ya, Luis lee a Hesse bajo la lámpara del salón, y Luisa se afana
aún por la casa, recoge los cacharros de la cocina, apresta la ropa
que los niños y tú vais a poneros mañana, plancha una camisa, cose
un botón. Te ves, al conjuro de la música, frente a la Fontana
de Trevi, y sientes en tu
brazo, como entonces, la mano de Ana, escuchas su risa, al par que
arroja las monedillas de rigor al agua que, acaso poco antes, aún se
deslizara por las colinas del Apenino, notas sobre tus hombros,
gravitante, pero suave, todo el cielo azul romano, cálido y terso, y
te das cuenta de que sonríes, como un niño. Perdiste a Almansa,
esta tarde, una hora: tengo que resolver un pequeño problema
familiar, le dijiste, y Ana te
estaba esperando dos calles más allá, a bordo de su GS rojo,
necesitaba verte, y tú, ¿ocurre algo?, y ella, nada, es
que últimamente estás como evasivo, como lejos, y
tú tomando sus manos delgadas y hermosas, hechas a acariciar el
violín, le has besado la punta de los dedos, diez besos tontos, como
de colegial, pero que han desfruncido el ceño de Ana y la han hecho
buscar tu boca -muchacha, que nos están mirando-,
rabiosamente. El domingo tocamos a Beethoven, el la menor,
¿recuerdas?, y tú le dices
que sí, porque no puedes olvidar su allegro, y ella Quiero
que me oigas, que nos oigas, estamos los cuatro en plena forma, y
tú, en seguida, la frase fácil, la salida seudoingeniosa que ella
te admira, No sé cómo andarán tis tres colegas, pero de
que tú estás en plena forma, doy fe, y
Ana te ha dicho que eres un donjuán ancianito y bobo, y a poco has
tenido que volver en pos de Almansa y de la energía y del consumo y
de B/J, Time Series Analysis,
1970. Deletreas la última palabra y te quedas con el nombre de Ana,
y dices fontana de Villa Médicis,
y otra vez el nombre se te pega al paladar, y están los pájaros
romanos cantando sobre los pinos de un crepúsculo largo y las
campanas ¿de cuántas iglesias? Llamando a vísperas. Al cabo, fue
Respighi el culpable de todo, o no, inocente Ottorino, cuando en
aquella fiesta conversabais, y tú -andante cantabile- le dijiste Es
triste enamorarse de ti y ella te
replicó, rápida -allegretto- Entonces, Adiós, pastora,
para siempre, y tú -lento con
grande espressione- tomaste su mano y ella -vivacissimo- desgranó Si
es por mi inocencia por lo que tú me amas... Estabais
jugando con la Suite número 3 de las ¨Arias y Danzas
Antiguas¨, con los aires de
corte de JeanBaptiste Besardus, aquel doctor francés que tocaba el
laúd y a quien Respghi transcribiera tres siglos después de su
muerte, haciéndolo vivo y actual. Todo un poco pedante, un
si es no es anacrónico, pero si
algo
te
faltaba para quedar prendido en las cuerdas de Ana, era comprobar que
sentía por el boloñés la misma devoción que tú. Cesa la música,
miras tu cigarrillo olvidado y vuelves en ti, cuando Luis entra y te
dice que debe hacer un trabajo sobre un fragmento del canto XXV del
¨Pulgatorio¨de
Dante, y tú te alzas, buscas un libro, lo abres y lees ¨A pesar de
la prisa, el padre amante /
Dispara
el arco dijo sonriente / del hablar, que hasta el hierro está
tirante¨, y,
como sueles, ríes de tu ocurrencia, la
prisa es la de irme a dormir, dices
a Luis, tendiéndole el libro, y el
padre amante habrás comprendido que soy yo, y
Luis, Anda
ya, pero
tú le aseguras que, bromas aparte, la versión es de Ángel Crespo y
muy buena, por lo que el libro le va a ser muy útil. Vas entonces a
la cocina, te sirves un vaso de agua fría y lo bebes de un golpe.
Luisa mueve la cabeza, porque no le gusta que hagas eso, pero tú
sentencias que todo se ha consumado, que te vas a la cama y que ella
debe imitarte, porque el día ha sido largo y hay que dormir seis o
siete horas como mínimo, que no es viernes. El reloj del comedor da
las doce, cuando tomas el despertador que Ana te regalara
-¨Anaconda¨,
se
lee en su esfera- y que Luisa cree fue un capricho tuyo, y fijas la
manecilla en las siete y le das cuerda, y recuerdas lo que Ana te
dijo al entregártelo, Preperiría
despertarte con la ¨Siciliana¨que a ti tanto te gusta, sonando en
mi violín, pero tendrás que conformarte con su chirrido,
y era como una venganza, porque llegaste tarde un día a tomar el
avión en el que ibais a hacer una escapada, difícil y
laboriosamente preparada, y todo se vino a tierra, menos el avión,
que llegó incólume a su destino, mas sin vosotros.
Antes
de meterse en la cama, ha pasado usted un instante por el cuarto de
Mónica, y la ha visto allí, abrazada a su muñeca negra, dormida,
respirando suavemente. Ha apagado luego la luz y se ha tumbado
bocarriba, pensando en don Braulio y en Almansa y en B/J y en alguna
perdida frase (…
el resultado del proceso de estimación es obtener estimadores
asintóticamente eficientes de los parámetros...).
Pero de pronto te ha invadido el aroma de Ana, no sabes por qué ni
desde dónde, y la has visto, como tantas veces, entregada y tuya,
sus manos sabias en tu espalda, en tu nuca, recorriéndote todo.
Luisa ha llegado a la cama y usted la ha sentido acomodarse a su
lado, acercarse, reclinar su fatiga en su hombro; y ha acariciado su
cabello y ha pensado tomarla, como tantas veces, sin sorpresa, pero
con el gozo que da la posesión plena. Has alejado la idea y has
dicho que tienes mucho sueño, hasta
mañana, y
has dado la vuelta, con la imagen de Ana clavada en mitad de la
frente, y has acompasado el respirar. Luis a ganado sitio en su
durmevela y usted considera que está creciendo muy aprisa, que acaso
no le dedique ¿o es culpa de él? El tiempo que sería conveniente.
Comprendes que no podrás faltar al concierto del domingo y que
pudiera ser que Luisa se decidiera a acompañarte, lo que no te
resultaría muy grato. Ana tocando su violín dentro del despertador
cuyo tictac te molesta, Luisa girando -¿dormida?- y posando su mano
sobre la de usted, y el sueño cerrándose sobre tu cerebro,
poblándole a usted los ojos, y la noche cayendo, profunda y tenue,
silenciosa y remota, tibia y sosegadora, sobre los dos.
CARLOS
MURCIANO.
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