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¨ ¿Por
qué es todo tan injusto? No lo comprendo. Si no actúas y permaneces
quieto frente a un agresor, este te quita al ser querido; y si le
haces frente defendiéndote, también. No, no lo comprendo¨.
En estos pensamientos estaba Paolo mientras hablaba el Director.
-Quiero
que sean usted y su hijo perfectamente conscientes de la situación
tan delicada en la que ha puesto a este colegio la actuación de Di
Rossi. Lo que ha ocurrido no tiene precedentes aquí y como
comprenderá, su hijo no puede permanecer en esta institución ni...
-Paolo,
sal y espera.
-Esto
lo debe escuchar también su hijo.
-Yo
decido lo que es conveniente que escuche y lo que no.
-Umberto
giró la cabeza hacia Paolo e hizo un gesto afirmativo.
De
inmediato se levantó y salió sin decir nada, mientras cerraba la
puerta aún escuchó algo.
-No
debemos ocultarles la realidad de la vida y las consecuencias de sus
actos. Cuando su esposa se sentó donde está usted hace un año,
hizo lo mismo -Umberto mostró extrañeza, no sabía de qué le
estaba hablando-, le mandó salir también cuando me quiso comentar
algún problema de inadaptación al colegio que ella pensaba que
existía, por supuesto estaba equivocada. Umberto
recordó entonces que aquella misma noche lo hablaron.
-No
era mi esposa, sí mi mujer, mi pareja.
-Ahora
comprendo...
-El
qué, ¿por qué mi hijo es así?
-Todo
influye, es evidente.
-Efectivamente,
y para mí es más claro aún -dijo Umberto acercando el cuerpo a la
mesa-. Es verdad que viendo a los críos en el
colegio se sabe por lo general cómo es la familia de la que
proceden. Pero para eso hay que ver, y usted me da la impresión de
que no ve... NADA MÁS QUE EL
APELLIDO.
-Si
me quiere decir que aquí se ha discriminado a su hijo, eso es una
acusación muy fuerte que va usted a tener que demostrar, o retirar
inmediatamente. No voy a permitir que el buen
nombre del colegio se vea manchado por acusaciones como las que usted
está vertiendo en estos momentos.
-¿Cómo
es esto?, ¿nunca ha ocurrido nada anteriormente? No me lo creo. O
es que todo lo que ha sucedido en otras ocasiones siempre lo ha
tapado? Buenos contactos debe tener usted Umberto sonreía con ironía
y el Director desviaba la vista con una sensación contradictoria,
por un lado esas palabras le ponían en su mente pequeñas victorias
siempre resueltas a su favor..., y las situaciones delicadas en que
se había visto envuelto a lo largo de los años-,
por lo tanto, los enemigos también deben de ser numerosos -continuó
Umberto, el Director no fue capaz de levantar la cabeza retando como
unos instantes antes, como siempre hacía si alguien
se atrevía-. Voy a
tirar de la manta a ver cuántos salen.
Desafió.
Los que se consideran con algo de poder responden de inmediato. Si
están sentados en esos momentos en su despacho, empujan hacia atrás
sus espaldas, y es cuando notan el respaldo del sillón que les hace
sentir fuertes. Desde allí mismo pueden manejar contactos, adaptar
situaciones para que le sean favorables. Este
Director sabía mucho de eso, era todo un experto, y ya había
escuchado lo suficiente.
-Levántese
y salga de mi despacho -dijo enérgico buscando algo de fuerzas para
transmitir seguridad; pero
en Umberto hizo el efecto contrario al que pretendía, estaba cada
vez más tranquilo, y por la reacción supo que algo había.
-Parece
mentira que mi hijo lleve años en este colegio y usted no lo conozca
ni mínimamente, o igual es todo lo contrario, lo conoce
perfectamente. Ha servido de PELELE para este tipo de chicos que
siempre existen en los colegios. Paolo
no tiene los apellidos, es solo un ¨Di Rosssi¨ sin nobleza alguna.
Umberto se levantó como le había ordenado, solo que no se marchó,
habló suave y despacio-. Es usted exactamente lo
que parece, UN CERDO. -La ira contenida le subía por el rostro al
Director. Conozco perfectamente a mi hijo, y como usted ya sabe,
nunca se queja, nunca se iba a quejar, y si lo hacía..., aquí
estaba usted para decir que son cosas propias de la edad. Rodeaba la
mesa, se aproximaba, el Director empujaba la espalda contra su sillón
y por primera vez no se sintió respaldado-. No, seguro que usted no
ignoraba lo que pasaba, a esa edad se les ve claros, ¿quiénes son?
-Umberto se sentaba sobre la mesa y se giraba buscando algo con la
mirada.
-¿Qué?,
¿quién? - No entendía nada, aunque algo intuía.
Umberto
encontró un antiguo abrecartas, le podía venir bien, lo cogió.
-A
los que el bastardo Di Rossi ha abierto la cabeza, sus apellidos, su
linaje, ¿quiénes son? -Empujó con la punta del abrecartas la
papada, el respaldo del sillón no le permitió llevar más atrás la
cabeza, a Umberto le llamó la atención el inmediato cambio de color
en el rostro, ahora muy pálido, y el contraste que hacía con la
piel negra del asiento.
-Cheney
y..., por favor...
-Por
qué, usted ha permitido esa situación para que ¨Di Rossi¨
responda de forma violenta por primera vez en su vida, cuando
ya no ha podido aguantar más. Ha sido la defensa lógica de un
acoso, y conociendo a ¨Di Rossi¨ ha debido de durar tiempo.
-Enfatizaba
cuando pronunciaba su apellido.
-Por
favor..., me está haciendo daño. -La respiración entrecortada, no
movía un músculo del cuerpo, solo el gesto de dolor en el rostro.
-Podía
haber tenido incluso peores consecuencias, y el verdadero responsable
habría sido usted, lo ha permitido. Ahora vamos a hacer justicia.
-No,
no, por favor... -lloraba-, piense en su hijo.
-¿Pensó
usted en él cuando era su responsabilidad?
-Lo
siento..., lo siento..., me he equivocado, debí estar más
pendiente, ayudarle a superar la muerte de su madre, son muchas las
preocupaciones que tengo, de verdad, usted no me cree, es imposible
estar en todo, pero su hijo es un niño especial, quedará marcado
para toda la vida, ¿no se da cuenta?
-Pues
claro que sí, como también me doy cuenta de que se ha orinado usted
en los pantalones.
Umberto
dejó caer el abrecartas sobre la mesa mientras el Director resoplaba
entre el llanto. Recorrió el despacho hacia la puerta, en ese
instante pensaba que si él supiera que iba a morir en poco tiempo,
unos meses, por una enfermedad o un accidente de tráfico, dedicaría
ese poco de tiempo que le quedaba de vida a ajustar cuentas, tenía
ya unas cuantas pendientes, y el hombre que le quedaba a sus espaldas
estaría en la lista. No tendría con él la más mínima piedad.
ANTONIO
B. BAENA.
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