miércoles, 14 de octubre de 2015

UN NUEVO COMIENZO.

  Al día siguiente, antes de que los hombres se marcharan, las mujeres hicieron grandes fardos de pescado seco, suficiente para reponer las energías del Pueblo para viajar. Entretanto, el jefe esperaba ansioso. Temía que les hubiera ocurrido algo a sus hombres, aunque mantenía la esperanza viva. Cuando volvieron los exploradores, el jefe reunió rápidamente al consejo para escuchar lo que tenían que decirles.
  El guía contó a una muchedumbre atónita lo que habían descubierto. Cuando terminó su relato, añadió que las mujeres no se fiaban de ellos y que no deseaban verles. Daagoo enumeró las condiciones que habían impuesto. Al cabo de unos minutos de silencio, el jefe declaró:
  -Respetaremos sus deseos. Quien no esté de acuerdo tendrá que pelear conmigo.
  -Los jóvenes y yo te apoyaremos -dijo Daagoo enseguida. Los miembros del consejo que habían propuesto abandonar a las ancianas se sentían profundamente avergonzados. Por fin uno de ellos habló:
  -Nos equivocamos al abandonarlas. Lo han demostrado. Las compensaremos con nuestro respeto.
  Después de que el jefe informara de la decisión tomada, el Pueblo se mostró de acuerdo en aceptar las condiciones impuestas por las dos mujeres. Una vez que se hubieron recuperado gracias al nutritivo pescado seco, los miembros del grupo comenzaron a aparejar los bártulos, porque tenían muchas ganas de ver a las ancianas. En aquellos momentos difíciles, su supervivencia les llenó a todos de esperanza y de un temor casi reverencial. La hija de Ch´idzigyaak, Ozhii Nelii, lloró al escuchar las noticias, pues creía que su madre había muerto. Pero a pesar del gran alivio que sintió sabía que su madre no la perdonaría nunca. Shruh Zhuu estaba tan contento que en cuanto se enteró empaquetó de inmediato sus cosas y se dispuso a marchar.
  El grupo tardó bastante en llegar al campamento donde las cortezas de los abedules habían sido arrancadas. El jefe y Daagoo se adelantaron para encontrarse con las mujeres, y cuando entraron en el campamento el jefe tuvo que refrenarse para no abrazarlas.   Las mujeres le miraron con desconfianza, así que se sentaron para parlamentar. Las mujeres le dijeron lo que esperaban del Pueblo. El respondió que obedecerían sus deseos.
-Te daremos comida suficiente para el Pueblo y cuando se acabe te volveremos a dar. Te la proporcionaremos en pequeñas porciones -le dijo Sa´ al jefe, que asintió casi con humildad.
El grupo tardó otro día en llegar al nuevo campamento, deshacer los bártulos y levantar las tiendas. Luego, el jefe y sus hombres llegaron con fardos de pescado y ropa hecha de piel de conejo. Daagoo, al ver el extenso surtido de prendas de piel de conejo, había insinuado audazmente a las dos ancianas que las vestiduras del grupo estaban en muy mal estado. Las mujeres sabían que no tendrían tiempo de usar todas las manoplas, pasamontañas, mantas y camisetas que habían confeccionado en su tiempo de ocio, de modo que se sintieron obligadas a compartirlas con quienes las necesitaban. Una vez que los miembros del grupo hubieron montado su nuevo campamento, y con los estómagos ya satisfechos, mostraron más curiosidad hacia las dos ancianas, pero les estaba prohibido acercarse a ellas.
Los días de frío fueron muchos y el Pueblo racionó cuidadosamente la comida de las ancianas. Un día los cazadores mataron un alce grande y lo llevaron arrastrándolo a lo largo de muchas millas hasta el campamento. A su llegada todos celebraron su buena suerte.
Durante ese tiempo, el jefe y el guía se turnaban en sus visitas diarias a las mujeres. Cuando se hizo evidente que las ancianas también sentían curiosidad por verlos, el jefe pidió permiso para que otros pudieran visitarlas. Ch´idzigyaak respondió enseguida que no, porque era la más orgullosa de las dos. Pero cuando después lo hablaron entre ellas, tuvieron que admitir que tenían ganas de recibir más visitas, especialmente Ch´idzigyaak, que echaba mucho de menos a su familia. Cuando el jefe llegó al día siguiente, las mujeres le comunicaron su decisión y pronto empezaron a entrevistarse con más gente. Al principio se mostraban tímidas e inseguras, pero al cabo de un tiempo charlaban con mayor confianza y pronto se pudieron oír risas y alegres conversaciones en el refugio. Cada vez que tenían visitantes, las mujeres recibían presentes de carne de alce y pieles de animales que aceptaban complacidas.
Las relaciones entre el Pueblo y las dos mujeres fueron mejorando. Unas y otros aprendieron que en las dificultades se había manifestado una parte de sí mismos que no conocían. El Pueblo se creía fuerte, y sin embargo se había mostrado débil, mientras que las ancianas, a las que consideraban indefensas e inútiles, habían demostrado su fortaleza. Ahora, entre ellos, existía un mudo entendimiento y el Pueblo acudía a las dos mujeres en busca de consejo y conocimientos nuevos. Ahora comprendían que los años y la experiencia las habían hecho poseedoras de una gran sabiduría, y que tenían mucho que aprender de ellas.
Las visitas iban y venían diariamente en el campamento de las mujeres. Mucho tiempo después de que se marcharan, Ch´idzigyaak permanecía de pie, siguiéndolas con la mirada. Sa´ la observaba y sentía pena por su amiga. Sabía que Ch´idzigyaak esperaba ver a su hija y a su nieto, pero no venían. Ch´idzigyaak albergaba el secreto temor en su corazón de que les hubiera ocurrido algo malo y de que el Pueblo no quisiera decírselo; sin embargo no se atrevía a preguntar.
Un día, mientras Ch´idzgyaak recogía leña, una suave voz juvenil detrás de ella dijo:
-He venido a buscar mi hacha.
Ch´idzigyaak se quedó quieta y, al volverse, la leña se le cayó de los brazos sin darse cuenta. Se miraron fijamente, casi como si fuera un sueño y no pudieran creer lo que estaban viendo. Con los rostros bañados en lágrimas, Ch´idzigyaak y su nieto se miraron llenos de felicidad sin atreverse a pronunciar palabra. Sin más vacilaciones, Ch´idzigyaak abrazó al muchacho que tanto quería.
Sa´ miraba sonriente aquel feliz encuentro. El joven levantó la vista para mirar a Sa´ y se acercó para abrazarla también. Sa´ sintió que su corazón se llenaba de amor y orgullo por aquel joven.
Sin embargo, Ch´idzgyaak seguía preguntándose por su hija. A pesar de todo lo que había ocurrido, sentía deseos de ver a la que llevaba su misma sangre. Como era observadora, Sa´ sabía que ése era el motivo por el que su amiga se sentía triste a pesar de su buena suerte. Varios días después de la visita del nieto, Sa´ tomó de la mano a su amiga.
-Vendrá-dijo simplemente, y Ch´idzigyaak asintió, aunque no estaba del todo segura.
El invierno llegaba casi a su fin. Entre los dos campamentos se había trazado un sendero muy transitado. El Pueblo quería estar cada vez más tiempo con las ancianas, sobre todo los niños, que pasaban muchas horas riendo y jugando en el campamento mientras las ancianas permanecían sentadas junto a su refugio y los miraban. Se sentían agradecidas por haber sobrevivido para poder presenciar aquello. Cada día era para ellas un motivo de alegría.
El nieto iba todos los días. Ayudaba a sus abuelas en sus tareas cotidianas, como antes, y escuchaba sus historias. Un día, la mujer mayor no pudo aguantar más y por fin reunió el valor suficiente para preguntar:
-¿Dónde está mi hija? ¿Por qué no viene?
El joven contestó con sinceridad:
-Está avergonzada, abuela. Cree que la odias desde el día en que te dio la espalda. Ha llorado todos los días desde que nos fuimos -dijo el joven mientras la rodeaba con sus brazos-. Me preocupa porque el dolor la está consumiendo.
Ch´idzigyaak permanecía sentada escuchando y su corazón voló hacia su hija. Sí había estado furiosa contra ella. ¿Qué madre no lo hubiera estado? Durante aquellos años había preparado a su hija para que fuera fuerte y luego descubrió que sus enseñanzas no habían servido para nada. Aun así, pensaba Ch´idzigyaak para sus adentros, no se le podía culpar sólo a ella. La verdad es que todos habían participado y su hija había tenido miedo. Había temido por las vidas de su hijo y de su madre. Así de sencillo. Ch´idzigyaak reconocía también que su hija había tenido el valor de dejar una bolsa de babiche a las ancianas. Dejar una cosa de tanto valor a dos viejas que se creía iban a morir hubiera sido considerado un estúpido despilfarro. Sí, podía perdonar a su hija. Incluso podía darle las gracias, porque, pensó, si no hubiera sido por el babiche, probablemente no habrían sobrevivido. Ch´idzigyaak salió de su ensimismamiento cuando se dio cuenta de que su nieto esperaba una respuesta. Le rodeó los hombros con el brazo, le dio unos cuantos golpes suaves y le dijo:
-Dile a mi hija que no la odio, nieto.
Una expresión de alivio se dibujó en el rostro del muchacho, porque había pasado meses sintiéndose triste por su madre y por su abuela. Ya casi todo estaba igual que antes. Sin perder tiempo, el muchacho abrazó efusivamente a su abuela y salió a toda prisa del refugio hacia su casa.
Llegó al campamento sin aliento. Irrumpió donde
estaba su madre y emocionado dijo entre jadeos:
-¡Madre! ¡La abuela quiere verte! ¡Me dijo que no te guardaba rencor!
Ozhii Nelii quedó asombrada. No lo esperaba y, por un momento, sintió que las piernas le flojeaban de tal modo que tuvo que sentarse. Su cuerpo temblaba y miró de nuevo a su hijo.
-¿Es cierto? -preguntó.
-Sí -replicó Shruh Zhuu, y su madre se dio cuenta de que decía la verdad.
Al principio tenía miedo de ir, porque se seguía sintiendo culpable. Pero ante la tierna insistencia de su hijo, Ozhii Nelii reunió el coraje suficiente para dar el largo paseo hasta el campamento de su madre, acompañada de su hijo. Cuando llegaron, las dos ancianas estaban de pie junto al refugio, hablando. Sa´ fue la primera en verla, y Ch´idzigyaak se giró para ver por qué se había callado su amiga. Cuando vio a su hija, su boca se abrió pero no le salieron las palabras, y las dos mujeres permanecieron inmóviles, mirándose hasta que Ch´idzigyaak se acercó a Ozhii Nelii y, entre sollozos, la abrazó con fuerza. Todo lo que las había mantenido separadas se desvaneció en aquel gesto.
Sa´, rodeando con los brazos a Shruh Zhuu, miraba con los ojos llenos de lágrimas cómo madre e hija reencontraban un amor que creían perdido para siempre. Luego Ch´idzigyaak se dio la vuelta, entró en la tienda y salió con un pequeño bulto que colocó entre las manos de su hija. Ozhii Nelii vio que era babiche. No lo entendió hasta que Ch´idzigyaak se inclinó y le susurró algo al oído. Por un momento, el rostro de Ozhii Nelii reflejó sorpresa, pero luego ella también sonrió. De nuevo las mujeres se abrazaron.
Después de que todos estuvieran reunidos, el jefe dio a las dos ancianas cargos honoríficos en el grupo. Al principio todos se mostraban muy solícitos y acudían en su ayuda en todo momento, pero las mujeres no precisaban de ellos, porque disfrutaban de su recién descubierta independencia. Así que el Pueblo mostró el respeto debido hacia ellas escuchando sus sabias palabras. Vinieron más inviernos crudos, porque en las tierras heladas del norte no puede ser de otra forma. Pero el Pueblo mantuvo su promesa. Nunca volvieron a abandonar a un anciano. Habían aprendido la lección que les habían enseñado aquellas dos mujeres a las que llegaron a amar y cuidar hasta que murieron muy mayores y felices.

VELMA WALLIS.

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