Una
amiga tomó a sus tres hijos y decidió irse a vivir a una pequeña
hacienda en el interior de Canadá. Quería dedicarse sólo a la
contemplación espiritual.
En
menos de un año, se enamoró, se casó otra vez, estudió las
técnicas de meditación de los santos, luchó por un colegio para
sus hijos, hizo amigos, hizo enemigos, descuidó su tratamiento
bucal, tuvo un absceso, hizo autoestop bajo tempestades de nieve,
aprendió a arreglar el coche, a descongelar las tuberías, a
estirar el dinero de la pensión para llegar hasta fin de mes, a
vivir del subsidio de desempleo, a dormir sin calefacción, a reírse
sin motivo, a llorar de desesperación,
a construir una capilla, a hacer reparaciones en casa, a pintar
paredes, a dar cursos sobre contemplación espiritual.
-Finalmente
comprendí que la vida en oración no significa aislamiento -dijo-.
El amor de Dios es
tan grande que hay que compartirlo.
PAULO
COELHO.
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