La
pulida paverilla
-¡un
capullo de amapola!-
huelga
con el paverillo
en
la linde de la hoja.
La
pavada anda buscando
hormiguitas
y langosta
en
los cercanos baldíos,
que
no tienen otra cosa.
Sentada
está la pavera
del
lindón sobre la alfombra,
y
el pavero de rodillas,
como
adoran los que adoran.
Ella
a juntado en el halda,
donde
los tallos les corta,
un
montón de bien cerrados
capullitos
de amapola.
Sin
romperlo en sus dedillos,
uno
coge cuidadosa
y
se lo muestra al muchacho
preguntando;
-¿Fraile o monja?-
Y
esperando se le queda
¡más
picaresca y más mona!..
El
capullo será fraile
si
tiene rojas las hojas,
pero
si las tiene blancas,
el
capullo será monja.
Y
el extático el paverillo,
con
ojazos que interrogan,
contempla
el misterio, y duda,
y
se agita, y se emociona,
y
mira luego a la niña
que
lo apremia, que lo azora,
y
lleno del hondo pánico
que
presiente la derrota,
se
lanza a dar la respuesta
como
el que a morir se arroja.
Y
apenas ha dicho; -¡Fraile!-,
con
la voz un poco ronca,
rompe
la niña el capullo
y
exclama entre risas; -¡Monja!-
Y
apenas ha dicho el niño;
-¡Monja!-
con voz temblorosa,
-¡Fraile!-
le grita riéndose
la
paverilla burlona...
¡Está
más torpe el muchacho!...
¡La
niña tanto lo azora!...
¡Y
luego, es tan misterioso
un
capullo de amapola!...
¡Como
que yo no diría
jamás
ni fraile ni monja!...
JOSÉ
Mª GABRIEL Y GALÁN.
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