El
poeta de la patria, el amor y la muerte, el poeta del pueblo, a él
pertenecía y con él se identificó, sufrió y murió por él y por
su familia, gente de pueblo a la que amó con un inextinguible fuego
de pasión que ni la guerra, ni los enemigos, ni la cárcel, ni las
torturas, ni la muerte, han podido apagarlo. Para ello contó con un
arma innata; la Poesía, la
poesía le iba a hacer inmortal y un ángel humano se encargaría de
darle alas para que así fuera; su novia Josefina Manresa, una
costurera, mujer de pueblo, ¡no faltaba más!, con quien no casaría
hasta 1937 y a la que amó y fue correspondido todos los minutos de
existencia. Ambos sufrieron la muerte de un primer hijo en plena
guerra civil, compensada por el nacimiento de otro que su padre no
pudo verlo adolescente.
Miguel
Hernández había venido al mundo en Orihuela (Alicante) el 30 de
octubre de 1910. Hijo de pastores, pudo aprender a leer y a escribir
en el colegio de Santo Domingo de los Jesuitas, aunque su padre le
obligó pronto a hacerse cargo de sus rebaños de cabras. A partir de
este momento, nació el autodidacta, así como los buenos consejos,
lecciones y apoyo de su gran amigo Ramón Sijé que vio en él con
gran clarividencia, un magnífico poeta en ciernes. También, un
sacerdote Luis Almarcha, llegará a idénticas conclusiones.
En
sus largas jornadas campestres Miguel Hernández, devoró
materialmente los autores renacentistas españoles así como los
clásicos de la Edad de Oro, sin descuidar otros autores más
cercanos: Gabriel y Galán, Rubén Darío, Antonio Machado o Juan
Ramón Jiménez.
Tras
una primera estancia madrileña, no muy fructífera (1931-32) redacta
en Orihuela su primer libro Perito en Lunas (1933),
conjunto
de 42 octavas reales, tan plenas de maestría como de opacidad
conceptual.
Miguel
no se desanima y vuelve a Madrid en 1934, allí no sólo conocerá el
amor en una única pareja para siempre, sino que fortalecerá hasta
la extenuación sus otros amores; la libertad, el
llanto por una patria pronto desgarrada.
Hernández
encuentra empleo nada menos que en la redacción del diccionario
taurino de José María de Cossío y colabora en
las Misiones Pedagógicas junto a intelectuales destacados por su
compromiso social.
Es
una época de extraordinaria efervescencia literaria y de una feroz
lucha interior en la que aflora su conciencia rebelde ante la
injusticia. Hernández se va alejando de su catolicismo militante
reflejado en El Gallo Crisis de Ramón Sijé y de
Cruz y Raya de Bergamín en
cuya revista llega a publicar un auto sacramental Quién
te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, para recibir una
formación comunista
consolidada por su amistad con Pablo Neruda, con quien colabora
también en Caballo verde para la poesía.
En Madrid conoce también a García Lorca, Aleixandre, Alberti y
Altolaguirre.
Desde
el punto de vista estrictamente literario, Miguel Hernández busca
durante el bienio 1933-35 una voz personal que plasma en los acentos
amoroso y existencial sus mejores registros, integrándose así al
generalizado esfuerzo rehumanizador de los años treinta. Algunas
colecciones que no cuajan en libros: El silbo
vulnerado (que
presentamos al lector en esta Antología), Imagen
de tu huella, anuncian
lo que será su producción central en la que el Amor y la muerte
constituyen las dos coordanadas de su inspiración. Dotado de un
vitalismo tenaz, Miguel Hernández se siente defraudado ante el
incumplimiento de sus anhelos de plenitud hasta el punto de que la
pena ahoga todo su ser y encuentra en el toro de lidia el símbolo
más adecuado para la expresión cósmica de ese signo negativo.
EDICIONES
GERNICA. S.A.
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