XLIX
Paolo
y Eiriann estaban sentados en su banco del jardín delantero del
colegio.
-¿Te
sigues acordando mucho de tu madre?
-Todos
los días, casi a todas horas.
-¿Cómo
te sientes?
-Mal,
nunca me he sentido así, siempre tengo ganas de llorar.
-Pues
llora, a mí no me importa que lo hagas.
-No.
-He
visto su fotografía en el periódico, era muy guapa.
-Sí,
mucho.
-A
ti también te salen los hoyitos en las mejillas.
-¿Sí?
-Estaba sorprendido, no lo sabía.
-Sí,
cuando te ríes..., pero como siempre estás tan serio...
Paolo
no contestó, solo pensó que si antes era serio..., en su vida
volvería a reír. Veía imposible que desapareciera la tristeza y la
pena que sentía y, si para que se le quitara
tenía que olvidar a su madre, prefería seguir así.
Sintió
la cabeza de Eiriann sobre su hombro. Echada, permanecía callada
observando las ardillas correteando por el jardín para trepar
rápidamente a los árboles cuando intuían algún peligro.
En
ese momento, Paolo se dio cuenta de que solo así, con el contacto de
ella, se aliviaba el agobio que constantemente le oprimía el pecho.
Otros
niños los estaban mirando. Ellos no se daban cuenta, su unión les
llenaba a los dos y los aislaba del resto.
El
grupo siguió a su líder, este pensaba en la
suerte que tenía Paolo, había perdido a su madre y por eso atraía
a la niña más guapa del colegio. Contra eso no podía competir, y
envidió no ser el protagonista de la escena que estaban viendo
todos.
Paolo
no se dio cuenta hasta que se detuvieron delante.
-¿Sois
novios? -preguntó uno.
El
líder se rió como la mayoría, aunque Paolo solo le vio a él.
Eiriann
se había puesto derecha y miraba a Paolo, esperaba
que contestara, que le pusiera nombre a su relación. Si decía que
sí, a ella no le parecería mal, pero Paolo no dijo nada.
Otro
niño del grupo de siempre se puso detrás. Con una rama cogida del
suelo le daba golpecitos en la espalda, la pasaba sobre el hombro y
llegaba hasta la mejilla. Paolo dio un manotazo y la separó.
-¡Spaghetti!-dijo
el de detrás.
-Entonces,
si no sois novios..., no te importará que me siente yo junto a ella.
Y
así lo hizo. Decidido se colocó al otro lado de Eiriann dejando
caer su cabeza sobre el hombro de ella mientras cerraba los ojos
teatralmente.
Ella
de inmediato se levantó, y el líder hizo como que caía para
finalmente echar la cabeza sobre la pierna de Paolo.
-¡Buena
almohada! -dijo mientras el otro le golpeaba repetidamente con la
rama en la cabeza y le removía el pelo.
El
grupo, cada vez más numeroso, reía. Las chicas se burlaban también
de Eiriann extendiendo el brazo.
El
líder se incorporó de inmediato y se fue a por ella, le cogió la
mano.
-Vamos
a donde tú quieras, cariño -dijo solemnemente mientras se inclinaba
un poco haciendo casi una reverencia.
Todos
rieron sus palabras, su mímica. Eiriann se enfadó muchísimo.
El
de detrás, con la rama le pinchaba en la espalda cada vez más
fuerte, tanto que pareció que fue esta la que le empujó hasta
levantarlo, y cuando lo hizo, Paolo no miró a nadie.
Buscó
alrededor, pero no pareció encontrar nada. Sus movimientos
desconcertaban a todos, más aún cuando se quitó las gafas y las
guardó decidido en un bolsillo.
Los
ignoró a todos, dos pasos y salió del camino. Anduvo sobre la
hierba rápido, se seguían intentando rodearlo mientras reían, le
insultaban; pero él solo escuchaba la voz del líder a su espalda.
No
eran lógicos sus movimientos, todos pensaron que en cualquier
momento iba a echar a correr, huir. Eso parecía pensar el de la
rama, porque lo alcanzó de nuevo en la espalda, en esta ocasión
como si le estuviera dando un azote.
-¡Toma!
¡ja, ja, ja! ¡Corre, caballo!
Un
pequeño arbolito recién plantado estaba atado a una estaca que le
servía de guía. Paolo no se lo pensó, la arrancó con decisión y
casi en el mismo movimiento, de forma continuada, describió con ella
un arco lanzando un golpe girándose hacia atrás, sin mirar, oblicuo
de arriba abajo donde escuchaba la voz del líder.
El
golpe fue perfecto, directo a la sien izquierda. Se desplomó.
Conforme
iba cayendo, Paolo vio el lugar exacto donde había impactado,
primero se convirtió en un trazo blanquecino sin piel. Después,
algo morado. De pronto, la sangre corrió abundantemente.
Todos
quedaron sorprendidos, el miedo se vio en sus caras. Miraban
paralizados al compañero más grande y fuerte de todos ellos inmóvil
en el suelo. Solo Paolo estaba en movimiento descargando un nuevo
golpe sobre el que aún tenía la rama en la mano, y de nuevo acertó
de pleno, ahora en el centro de la cabeza.
El
golpe sonó seco, duro; pero el niño lo aguantó, no se desplomó
como el otro; solo salió corriendo a toda velocidad llevándose las
manos a la cabeza y emitiendo un chillido extraño, que por entonces
Paolo no había escuchado nunca, pero que tiempo después reconoció
en un reportaje de televisión oyendo a los cerdos en el matadero.
Chilló como ellos.
-¡Aaahhhhhhh!
-gritó Paolo levantando el palo de nuevo amenazante.
El
grupo huyó despavorido. El líder permanecía tirado y sin moverse,
el rostro ensangrentado.
Personal
del colegio se acercaba corriendo. Solo Eiriann permanecía allí, se
aproximó despacio, lo miraba con una sonrisa de comprensión hacia
él.
ANTONIO
B. BAENA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario