En Diario de un poeta recién casado, encontramos poemas en prosa -modalidad ensayada poco antes en la primera versión de Platero y yo- y un audaz uso del verso libre, cuya aparición en el libro justifica así el propio autor.
El libro está suscitado por el mar y nació con el movimiento del barco que me traía a América. En él usé por vez primera el verso libre; éste vino con el oleaje, con el no sentirme firme, bien asentado.
El mar desempeña, pues, una función similar a la que poesía la naturaleza campestre de Arias tristes o La soledad sonora; su contemplación se interioriza y despierta analogías y correspondencias con el estado de ánimo del sujeto lírico que enuncia el poema:
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Otras novedades de la obra merecen ser destacadas; el intento, perceptible en muchos poemas a partir del verso libre, de borrar las fronteras entre prosa y verso, de explorar los límites de un ámbito poético liberado e independiente de cualquier cauce métrico, problema que no dejó ya nunca de preocupar a Juan Ramón, hasta el punto de que en la última revisión de la obra, aparecida póstumamente con el título Leyenda, se transcriben
como prosa muchos poemas anteriores; la casi total desaparición de las evocaciones, sustituidas aquí por un contínuo presente acorde con el carácter de diario que el libro ofrese; el traslado del marco poético, antes rural, al mundo de la gran ciudad, lo que provoca visiones irónicas de la urbe cercanas a la caricatura; incluso hay poemas en los que se insertan anuncios publicitarios tomados de la realidad. En 1917, todos estos rasgos ofrecían un Juan Ramón nuevo, pero, sobre todo, abrían el camino a los experimentos fecundos ensayados por los poetas de los años inmediatos, sobre todo de la década marcada por el auge de las vanguardias artísticas.
En el plano temático, un nuevo paso decisivo lo constituye el libro Piedra y cielo (1919). Su tema central es ya la obra poética; la poesía como actividad, el poema como objeto artístico y el poeta como dios-creador de un universo nuevo. Este eje temático, que será permanente en el resto de la obra de Juan Ramón, representa la línea en la que convergen los motivos esenciales de la lírica anterior del poeta. La mujer ha sido reemplazada por la Obra, y el libro es una serie de variaciones acerca del ¨estado de gracia¨ en que los estímulos del exterior son absorbidos por el sujeto y transformados en poesía.
Léase, por ejemplo, el poema que comienza ¨El viento agudo roza¨. A pesar del entramado metafórico que lo sostiene, el sentido es fácilmente descifrable; el poeta, con su sensibilidad alerta, nunca dormida del todo (ascuas), capta la realidad que proviene del exterior (viento), poe leve que sea el estímulo (roza), y transforma esos ingredientes en otros (soles), que son ya materia propia (de sangre). En su interior se producen vivísimas
El viento agudo roza
Las ascuas de mis ojos
Y los aviva, una y otra vez,
Como soles de sangre.
¡Qué subir y bajar
De fuego!
¡Qué trueque
De siestas y de tardes,
De estrellas y de soles!
Toda el alma
Se me apaga -¡oh crepúsculos!-,
-¡oh mediodía!- se me enciende
Con mis ojos, que roza el viento agudo.
¡Ay, día en carne viva,
En alma viva!
(Juan Ramón Jiménez: Piedra y
cielo.)
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convulsiones (subir y bajar) que se sienten como una quemadura (de fuego) y que transcriben la efervescencia creadora; a los momentos de apagamiento (siesta, estrellas) suceden otros de exaltación, de plenitud (tardes, soles). El tono exclamativo apunta en una doble dirección, y es a la vez expresión de júbilo y queja, fórmula sincrética para subrayar la mezcla indisoluble de placer y dolor que se produce en la creación. A pesar de que, como ha escrito Juan Ramón, es expresión ¨de lo inefable, de lo que no se puede decir¨, en el poema que acabamos de leer -y en otros de Piedra y cielo- se trata, no de teorizar, sino de convertir la misma teoría en sustancia poética, en obra de arte.
RICARDO SENABRE SEMPERE.
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